Cambio de época en la FSA

Raúl Álvarez REDACCION

ASTURIAS

Alberto Morante

El relevo de Javier Fernández por Adrián Barbón al frente del PSOE asturiano reorienta la línea política del partido y da el poder interno a un nuevo grupo de dirigentes nacidos y criados en la democracia

30 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A Javier Fernández solo le queda por escribir el epílogo de su carrera política. Después de casi 17 años al frente de la Federación Socialista Asturiana (FSA), el partido, aún atravesado por el enfrentamiento entre sanchistas y susanistas, le despidió con frialdad en el congreso celebrado entre el 29 de septiembre y el 1 de octubre. Conserva la presidencia del Principado, desde la que aún podría colgarse alguna medalla si consiguiera hacer funcionar el Gobierno y el Parlamento en el año y medio que queda de legislatura, aunque esa posibilidad teórica choca en la práctica con el bloqueo de la Junta General, que cierra otro ejercicio con poca actividad legislativa y mucho enfrentamiento dialéctico entre los seis grupos con representación en el hemiciclo.

Sin él al timón, el PSOE asturiano entra en otra época de una forma casi literal. El nuevo secretario general, Adrián Barbón, y su equipo no solo representan una línea política alejada de la que ha representado Fernández en los últimos tiempos, sino también un evidente relevo generacional. En la nueva ejecutiva se ha instalado un grupo de dirigentes que rondan los 40 años, se conocen de antiguo, ya que muchos de ellos coincidieron en Juventudes Socialistas, proceden de los aparatos municipales, han nacido y crecido en democracia, y tienen otra agenda, otras aspiraciones y otros enfoques. Para empezar, han hecho saltar las ataduras que impedían al PSOE apoyar la oficialidad del asturiano.

La primavera dejó aguaceros en los tres despachos que entonces aún simultaneaba Fernández: los de presidente de Asturias, presidente también de la junta gestora federal constituida para dirigir el PSOE tras la rebelión palaciega contra Pedro Sánchez y secretario general del partido en Asturias. En unas pocas semanas que culminaron en mayo, Sánchez regresó del frío, forzó unas nuevas primarias y volvió a conseguir el favor de los militantes. Fernández y Susana Díaz, desacreditados como defensores de la abstención ante Mariano Rajoy y como instigadores del golpe contra el líder renacido, fueron los rostros del bando minoritario. Las disensiones, además, se filtraron a su gobierno autonómico. El consejero de Industria y Empleo, Francisco Blanco, afín a Patxi López y a Sánchez, renunció al cargo con el pretexto de reanudar su trabajo como profesor universitario, pero nadie, ni en el partido ni en la prensa, dio crédito a esa explicación. Para remate, a finales de junio se produjo otra deserción en el gabinete. La titular de Infraestructuras, Belén Fernández, desgastada por docenas de escaramuzas con la oposición y con muchos problemas de imagen, tiró la toalla.

Fernández, que había sido una autoridad indiscutible en Asturias y una referencia intelectual y moral en Madrid, anunció entonces que no se presentaría al congreso regional, de la misma manera que durante la campaña electoral del 2015 prometió a los votantes que, si salía elegido, sería su última vez como presidente regional. Para abordar estos meses finales, se ha rodeado de un equipo de fieles. Es muy significativo que para cubrir la baja en Infraestructuras, el elegido fuera Fernando Lastra, que dejó su posición como guardíán del grupo parlamentario para poner su experiencia al servicio del Ejecutivo. Muchos en el socialismo asturiano piensan que, si surge un desafío contra Barbón por la próxima candidatura autonómica, se encarnará en él. Otra Lastra, Adriana, ahora mano derecha de Sánchez en la ejecutiva federal y en el grupo parlamentario en el Congreso, lo ha dicho en público.

Mientras el exsecretario general, que llegó a esa posición en el año 2000 y es, por tanto, el único líder que ha conocido el socialismo asturiano en lo que va de siglo, afronta el final de su carrera política, a Barbón, procedente de una familia socialista de toda la vida y fogueado desde la adolescencia en la política de Laviana, donde era alcalde, debe empezar a construir su propia gestión. Está en sintonía con Sánchez y por mediación de Adriana Lastra tiene un hilo directo con la ejecutiva federal. Dirige un equipo renovador y con el respaldo de las bases. La pregunta estriba en si, a partir de esos materiales, logrará recuperar una mayoría más amplia para el PSOE o si la división en la Junta General seguirá pesando sobre la política asturiana.

Los grupos de la izquierda han hablado mucho en el 2017 de acercamientos e iniciativas comunes, pero los resultados han sido magros. El nuevo coordinador autonómico de Izquierda Unida, Ramón Argüelles, elegido a finales del 2016, ha dado sus primeros paso en el cargo. Pero ni ha habido entendimiento con el PSOE (y, en el Parlamento, Gaspar Llamazares suena cada vez más frustrado por el tiempo y las ocasiones perdidas) ni las barreras de desconfianza entre IU y Podemos han caído. Las bases de la coalición han votado este año en contra de cualquier futura alianza electoral que implique el ocultamiento de las siglas y la identidad de IU (es decir, cualquier fórmula como la de Unidos Podemos, aceptada por Alberto Garzón en las últimas elecciones generales para cerrar un acuerdo con Pablo Iglesias). Las dos organizaciones han pasado meses intercambiando documentos y organizando reuniones de las que no ha salido nada en claro.

A la hora de cerrar este anuario, aún es posible un acuerdo entre el PSOE, Podemos e IU para salvar el presupuesto autonómico del 2018, aunque no parece una tarea fácil y puede desbarrancar como hace doce meses. El giro socialista sobre la oficialidad del asturiano y la disposición de Podemos a hacer cesiones en otros ámbitos de inversión a cambio de asegurar la financiación plena de la red de escuelas del ciclo de cero a tres años han abierto expectativas que solo el paso del tiempo podrá confirmar o descartar. Un problema añadido al entendimiento es que Podemos e IU tampoco encuentran su sintonía. A diferencia de lo que ocurre en el Ayuntamiento de Oviedo, cuyo tripartito, a pesar de los encontronazos ocasionales, ha encontrado una manera de convivir y trabajar, la política autonómica no acerca a la izquierda.

Lo único seguro es que corren tiempos de renovación en la política. El relevo de Javier Fernández, impactante como es por tratarse del presidente autonómico y por su prolongada presencia en la primera fila de la política, no es el único que ha cambiado el panorama de las ejecutivas de los partidos. Argüelles ha aprovechado este año para marcar su propio estilo y elegir a sus colaboradores. Alejandro Suárez, como responsable de Organización, y Ovidio Zapico, como un diputado muy activo, han ganado presencia en estos meses, mientras Llamazares conserva su ascendencia en Asturias, pero no quita ojo a la política española. En agosto, se organizó un pequeño escándalo al saberse que, junto al exmagistrado Baltasar Garzón, había registrado un partido de ámbito nacional, Actúa. Mientras, Podemos ha acabado el año sumido en el debate para la renovación de sus órganos autonómicos de dirección con tres listas debatiendo para intentar conseguir el apoyo de los inscritos en la formación. Daniel Ripa ha logrado renovar con holgura su cargo de secretario general.

Fuera de esa tendencia a la entrada de nuevos actores en la escena política, el PP apostó por la continuidad en marzo. Mercedes Fernández consiguió la reelección como presidenta de los populares asturianos sin apenas oposición. Se llevó el 95por ciento de los apoyos en el congreso del partido y aprovechó para reafirmar el mando interno de sus colaboradores cercanos, con el diputado Luis Venta como nuevo secretario general. Foro y Ciudadanos son las únicas fuerzas con representación parlamentaria que se encuentran a mitad del mandato de sus direcciones y, por lo tanto, lejos de la actividad congresual y de la posibilidad de que haya relevos en sus direcciones.