Las investigadoras asturianas comienzan a ganar la batalla

Susana D. Machargo REDACCIÓN

ASTURIAS

Por la izquierda, Adonina Tardón y Carla Rubiera.Por la izquierda, Adonina Tardón y Carla Rubiera
Por la izquierda, Adonina Tardón y Carla Rubiera

Adonina Tardón y Carla Rubiera, científicas de dos épocas, coinciden en que no ha vuelta atrás para la mujer. Aún así reflexionan sobre la necesidad de tomar el liderazgo, romper tabús y estereotipos

28 feb 2018 . Actualizado a las 11:18 h.

«¿Qué haces aquí trabajando en lugar de estar cuidando a tu hijo? No ves que lo estás abandonando». Con esta frase recibió el jefe de un laboratorio dependiente del Ayuntamiento de Madrid a Adonina Tardón, justo al regreso de su baja por maternidad. Le estaba quitando el pan a un hombre. Eran finales de los 80 y, entonces, estaba bien visto que las mujeres tuvieran un trabajito poco ambicioso, quizá una media jornada, para entretenerse. Pero hacer una carrera prestigiosa estaba reservado a los hombres. Han pasado 40 años. Tardón es una reconocida experta en Salud Pública, una epidemióloga que forma parte de la Universidad de Oviedo. El mundo en el que dio sus primeros pasos profesionales no es el mismo en el que ahora está inmersa Carla Rubiera, historiadora e investigadora, de 33 años, con una beca Clarín. Aún hay barreras que derribar pero son otras. La investigación ya no es en exclusiva cosa de hombres. Los grupos son más abiertos, sin embargo, apenas hay liderazgo femenino. Luego están esas preguntas inconvenientes. ¿Por qué se interroga siempre a las investigadoras sobre cómo concilian y nunca a los investigadores? ¿Será suficiente que haya más alumnas que alumnos matriculados en las Universidades para equilibrar la balanza de la paridad en todos los niveles de la institución? ¿Deben convertirse las científicas asturianas en ejemplo para las futuras generaciones? ¿Se les puede exigir una militancia activa? Tardón y Rubiera responde a todos estos interrogantes desde sus diferentes perspectivas, tanto de edad como de disciplina intelectual.  

Algunos números

La Universidad de Oviedo tiene en la actualidad 2.076 contratados como Personal Docente e Investigador (PDI). Del total, solo 829 son mujeres. Sin embargo, si se disecciona con detalle la estadística por grupos de edad, hay un punto de inflexión llamativo. De los 50 años en adelante ellos son más del doble. Entre los 35 y los 50, ambas curvas se acercan. Por debajo de los 35, las investigadoras son mayoría. Son datos que parecen demostrar que la paridad está en camino. Otras cifras no son tan optimistas. De 165 grupos de investigación que hay en la Universidad de Oviedo, solo 49 cuentan con mujeres como investigadoras principales: 10 en la rama de Ciencias, 9 en Ciencias de la Salud, 13 en grupos de Ciencias Sociales y Jurídicas, 13 en grupos de Artes y Humanidades, y 4 en grupos de Ingeniería y Arquitectura.

¿Quiero esto decir que solo por la vía de los hechos se romperá la brecha de la ciencia? ¿Todas esas estudiantes matriculadas en todo tipo de carreras terminarán investigando en igualdad con sus compañeros? Tanto Adonina Tardón como Carla Rubiera creen que es necesario hacer algo más. La tendencia está clara. La distancia se está acortando década tras década. La mentalidad está cambiando pero es necesario un impulso más. Ambas coinciden en que las leyes tienen que ir por delante y en que es imprescindible una reforma legislativa. Rubiera, por ejemplo, en un momento crucial de su carrera, afirma que es complicado tener un año entero vacío de méritos en caso de que se plantee la maternidad. Tardón, en cambio, le responde que un año en 40, no es nada cuando tienes la vocación clara. Aún así, se necesita espantar estereotipos. Conciliar no es solo cosa de mujeres. «Hay unos roles de género que no debemos asumir. Eso tenemos que tenerlo todos claro. Ellos y nosotras. Las mujeres no tenemos que echarnos cargos encima», señala Adonina Tardón. Carla Rubiera lo comparte. Sabe que es necesario «un cambio en los estereotipos de género» pero tiene que ir acompañado de apoyo institucional. «De nada sirve que te sacudas esos estigmas si después están los problemas con los permisos de maternidad y paternidad, por ejemplo», apunta.

No son invitadas de lujo

Se ha avanzado mucho. Las mujeres ya no juegan un papel secundario en la ciencia. No son unas invitadas de lujo, alumnas aventajadas que despuntan o esposas que crecen a la sombra de un marido prominente. Pero su tasa de abandono sigue siendo mayor. «Es algo que debemos tener en cuenta», insiste Rubiera, que forma parte del Grupo Demeter, de Maternidad, Genero y Familia de la Universidad de Oviedo. Ya no tienen que demostrar la fortaleza que Tardón exhibió durante décadas: «En estos 40 años ha habido dos etapas definidas. La primera es la de los años 70 y 80, cuando acabo la carrera. Es mayo del 68. Los años 80 en Madrid, La revolución de la píldora anticonceptiva que supuso la liberación de la mujer. Sufrí todo tipo de opiniones pero, por suerte, siempre ejercí la carrera de funcionaria. Tuve que construir el futuro sobre mí misma. Lo que me importaba era lo que yo pensaba de mí. Era médico y pensaba que la sociedad querría que le devolviera lo que me había dado. A partir de los 90 fuer diferente. Primero estuve en el Ministerio de Sanidad y luego ya entré en la Universidad. La libertad de cátedra te da eso, mucha libertad. Entiendo que no todo el mundo tiene la misma fortaleza». Carla Rubiera la escucha con atención. Visualiza esa vida de lucha que ha llevado a esta experta en epidemiología a convertirse en un referente. Visualiza la coraza con la que ha tenido que recubrirse y repite sus últimas palabras: «No todo el mundo tiene la misma fortaleza».   

Ambas regresan al presente. ¿Por dónde empezar? A Carla Rubiera le parece que es necesario comenzar por romper esa mentalidad que convierte a las alumnas en candidatas idóneas para las Humanidades y a los alumnos en estudiantes punteros de las Ingenierías. «Tenemos que actuar en todas las capas, desde la educación, desde el acceso a la Universidad. Tenemos que darles a los chicos jóvenes referentes. Para eso no hay que darles a los niños juguetes de piezas y a las niñas muñecas», explica. Tardón asiente y señala que tendría que haber más chicas en las Ingenierías y más chicos en Magisterio. «Es crucial ese cambio en los roles. Si algo te gusta es maravilloso para ambos géneros. Tenemos que construir nuevas masculinidades y para eso se necesitan espejos. Así que también son necesarios maestros en las aulas», afirma. 

Ese cambio de mentalidad debe ser amplio. Esa construcción de la nueva masculinidad pasa, entre otras cosas, por romper también con situaciones comúnmente aceptadas en el día a día que no tienen demasiada gracia. En esto hay poca diferencia entre lo que ocurre en un laboratorio en un seminario o en plena calle. «Aún se escuchan esas frases, de broma, que no sabes muy bien cómo tomarte. Esa pregunta tonta de si no tenías que estar cuidando a tus niños. Es verdad que en la Universidad existe una cierta selección. Te permite elegir con quién estás. En una empresa privada puede ser mucho peor», señala Rubiera. Aún así a Adonina Tardón le han preguntado alguna vez si tenía tiempo a tener la casa limpia. Algo impensable en el caso de sus compañeros varones. ¿Qué hacer ante este tipo de preguntas? Esta curtida epidemióloga cree que lo mejor es no contestar. «En un ambiente de trabajo eres una profesional», aconseja.

Cómo dar ejemplo

La militancia activa es importante. Adonina Tardón reconoce que no tuvo referentes cercanos, que nunca sintió una mano en el hombro o una palabra de ánimo que la ayudara a seguir, «ni que se sintiera orgulloso de lo lista que soy. Así que hoy, con sus discípulas hace justo lo contrario. Tardón reconoce que sea rodea de mujeres, que conforman el 80% de sus grupos. «Son listísimas. Son trabajadores, fieles, humildes,... Son perfectas y se lo digo constantemente. Ahora lo que tienen que hacer es luchar», explica. Carla Rubiera puede dar justo el testimonio contrario. Empezó Historia porque le gustaba sin saber muy bien hacia dónde encaminaba sus pasos. Entonces se cruzó en su camino Rosa Cid. La introdujo en los estudios de género, sobre esclavitud femenina. De la mano de Rosa Cid se dirigió hacia la investigación. Rosa Cid es su referente, la persona que siempre la ha apoyado. Pone solo dos peros a su situación actual. El primero es la precariedad. El segundo que solo haya un hombre en los estudios de género. Esa es otra barrera que le gustaría derribar.

El liderazgo es otro reto pendiente. Para la gran mayoría no representa un paso natural tras una dilatada trayectoria profesional. «A muchas les cuesta dar el paso. Hay es una brecha importante y es posible que no se salve solo por el hecho de que cada vez haya más mujeres investigando. Para los hombres es más sencillo. Heredan el papel de líder», lamenta Rubiera. Adonina Tardón coincide solo en parte. Durante muchos años fue la única mujer en su entorno. Ahora en la Fundación para la Investigación Biosanitaria de Asturias (Finba) ya hay muchas más, aunque reconoce que hay más hombres dirigiendo los grupos, Lo mismo ocurre en el grupo de epidemiología en red del que forma parte. «Pero eso pasa porque son grupos de mi generación y reflejan lo que había entonces», explica. Recuerda que para formar grupo hay que tener ya currículum, una trayectoria consolidada. Así esa creciente incorporación femenina a la investigación biosanitaria puede no haber llegado todavía a ese escalón. No obstante, precisa que las mujeres que tomen su relevo tendrán que sacudirse muchos condicionantes y agarrarlo con fuerza.

La crisis como puntilla

No se puede hablar de investigación, aunque sea para ver el papel de las mujeres en la ciencia, sin que irremediablemente emerja la crisis económica, la precariedad y la crítica a los Gobiernos que no apuestan por el I+D+i. Toda esta madeja afecta irremediablemente a la lucha por la igualdad. Lo explica Carla Rubiera en carne propia. Tiene 33 años. Está con una beca Clarín y no tienen ni idea de por dónde va a pasar su futuro. La tasa de reposición estuvo años congelada. No había posibilidad de acceder a una plaza en la Universidad. Tampoco hay ninguna garantía de continuidad. En estas condiciones teme plantearse formar una familia. No quiere un agujeros en blanco en su currículum no partir en desventaja cuando por fin se vuelva a abrir el grifo de las contrataciones y las oposiciones. Con todo este dilema en mente, es difícil hablar a largo plazo. Adonina Tardón reconoce que, en su caso, su gran ventaja fue ser funcionaria. Tenía un empleo estable. «Puede que haya muchos funcionarios frustrados. En algunos aspectos es muy poco gratificante», reconoce. Pero en su mundo, con los objetivos claros y una vocación incorruptible, fue una garantía. La precariedad es un nuevo lastre para la igualdad.

Con el panorama actual, la vocación parece más bien secundaria. «Yo siempre pude moverme hacia lo que me apetecía. Las nuevas generaciones tendrán que hacerlo buscando la estabilidad y no lo que les gusta», denuncia Tardón. «Hasta los investigadores tienen derecho a un trabajo fijo y estable», insiste. Llama «ignorantes» a los Gobiernos que no invierten en ciencia y que dejan escapar a jóvenes de gran potencial después de tres años de predoctorado y otros cuatro de postdoctorado. Les ofrecen la máxima formación y luego permiten que se diluyan. Rubiera no quita ni una coma a la disertación de esta epidemióloga con cuatro décadas de trayectoria que ha demostrado no temer a nadie salvo, quizá, a ella misma. «La precariedad nos afecta a todos, a hombres y a mujeres. Pero quizá vuelva a castigar más, nuevamente, a las mujeres», concluye.