Sexualidad victimizada y cuestionada

Ana Fernández Alonso

ASTURIAS

Manifestación contra la sentencia en el juicio de La Manada en Gijón
Manifestación contra la sentencia en el juicio de La Manada en Gijón

¿Quien se cree con derecho a decidir por las mujeres cómo podemos vestirnos, expresarnos, seducir, salir de fiesta, sonreír incluso, sin ser cuestionadas por ello? Una reflexión a partir del caso de La Manada

28 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevo tiempo queriendo escribir de este asunto, sin terminar de encontrar el momento para abordarlo. La sentencia del caso de 'La Manada', me he terminado de dar el último argumento. No es el único caso de estas carácterísticas, aunque tal vez sí el más mediático, solo tenemos que revisar la prensa, la regional incluso, para encontrarnos infinidad de situaciones similares. ¿Qué nos está pasando a las mujeres con nuestra sexualidad? ¿Quien se cree con derecho a decidir por nosotras cómo podemos vestirnos, expresarnos, seducir, salir de fiesta, sonreír incluso, sin ser cuestionadas por ello? Estas reflexiones, me hacen retroceder a un pasado que los millennials no conocen, pero que a sus madres y profesoras no nos resulta tan lejano. Me explico.

Yo nací en un país aun sin libertades y crecí en una sociedad que no entendía muy bien que tenía derecho a ellas. Aun en los años de la transición, las niñas teníamos incrustados en nuestras conciencias unos códigos morales que explícita o implícitamente nos habían transmitido nuestras mayores. De esta forma, si un día un chico o un adulto, nos importunaba con alguna libidinosa intención, inmediatamente lo interpretábamos a través del sentimiento de culpa. Algo habríamos hecho. Recuerdo aquellos recreos en mi época del instituto, que por entonces era femenino, cuando nos reuníamos cualquier grupo de chicas a hablar de estas cosas. Las jóvenes de mi generación saben a lo que me refiero… Difícil que alguna no tuviera una historia para contar. La que no se había encontrado un exhibicionista al salir de clase, se había encontrado a un señor en el portal, o por la calle… A alguna la habían intentado besar o tocar, a otras les habían enseñado unos genitales que no tenían ningún interés en ver, otras habían tenido que escuchar obscenidades… Sobrevolando todas estas anécdotas, unas leyes no escritas, en forma de pacto de silencio: «Como se enteren en mi casa…», «Mi madre me mata», «Mi padre no me deja salir más»… Y así, con nuestra sensación de culpa avergonzada, nos digeríamos nuestros pequeños secretos.

Pasó el tiempo y las mujeres entendimos que teníamos una sexualidad que era la nuestra, con unas dimensiones recreativas y relacionales que iban más allá de la meramente reproductiva. Que teníamos unos derechos, unas libertades y que nuestro espacio personal y por supuesto erótico, no podía ser invadido sin nuestro permiso.  Y conseguimos interiorizar que la forma de vivir nuestras sexualidades no podía ser excusa para ningún tipo de acción no consentida. Y que  «ni mi ropa, ni la tuya, ni lo que hayamos bebido, ni nuestra fiesta alocada, ni las sombras de la noche, ni el influjo poderoso de la luna pueden ser excusas para invadir sin permiso mis límites, mi espacio…» ,  como ya escribí hace unos meses en este mismo medio.

Pero juicios mediáticos  como el de 'La Manada', así como otros menos conocidos, pero con el mismo tono moralizante y cuestionador,  nos arrojan a la noche de los tiempos. Y nos devuelven una visión de nuestra sexualidad y de nuestras libertades tan trabajosamente conseguidas, que hace que todos estos logros parezcan ficticios.  Muchas mujeres con las que hablo están concluyendo que si me pasa algo, no tengo tan claro que merezca la pena denunciar. Que igual es peor el circo mediático que se monta a mi alrededor que la circunstancia en sí… Que mi sexualidad va a ser revisada con lupa, que van a juzgar como suelo vestirme y si salgo de fiesta y si bebo y si me divierto y cómo es mi erótica, si soy más o menos promiscua… Y si tengo la suerte de ser resiliente y después de lo sucedido sigo sonriendo y saliendo de fiesta y celebrando la vida, estoy apañada, porque igual ya no me ven tan víctima… Y después de todo esto, encima, puede ser que se cuestione mi denuncia, que no me defendí lo suficiente, que no grité… Y sabiendo como sabemos que quienes así lo hicieron, algunas ya no están para contarlo. ¿Qué nos queda?

En aquella época gris en la que las jóvenes todavía no entendíamos muy bien estas cosas,  había dos sentencias que me ponían los pelos de punta: «Prefiero que me maten a que me violen», decían algunas niñas, cuya moral les impedía pensar que hubiese vida más allá de tan gran deshonra. «Ante la violación, relájate y disfruta», decían otras, con un pragmatismo tan inconsciente como irreal. Y yo, que siempre me espanté con ambos planteamientos, entendí pronto que la Educación Sexual era muy necesaria, para las niñas, para los niños, para la juventud y también para la gente adulta… Que crecimos en los finales del siglo XX en una sociedad analfabeta en lo que a Educación Sexual se refiere y cuando parecía que estábamos dando los pasos adecuados para encauzar nuestro camino en la buena dirección,  nos encontramos con que aun estamos en manos de personas con capacidad de decidir sobre nuestras vidas y nuestras sexualidades.

Mientras la Educación Sexual no sea una realidad, no avanzamos. Y hablo más allá de la profilaxis de cuestiones genitales, que es lo que muchas veces se confunde con la verdadera Educación Sexual. Hablo de Educación de los Sexos: de las múltiples maneras de ser hombre, de las múltiples maneras de ser mujer, de nuestras identidades y deseos, de nuestros amores, desamores, encuentros, desencuentros, fantasías, límites, permisos, erótica, espacios compartidos, diversidades, convivencias… Las sexólogas y los sexólogos estamos dispuestos a ello. Por favor, ténganlo en cuenta.

Atención Sexológica AsturSex