Asturias, cuna ballenera del Cantábrico

Efe MADRID

ASTURIAS

Julie Larsen Maher

Los restos óseos hallados en un poblado prerromano costero de la región señalan al principado como el germen de la actividad en el norte de la península

11 jul 2018 . Actualizado a las 13:47 h.

Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Cádiz, el Instituto de recursos naturales y ordenación del territorio de la Universidad de Oviedo y el Centro de experimentación pesquera de Gijón señala a Asturias como el germen de la industria ballenera desarrollada en la costa cantábrica durante la Edad Media. Así lo afirma Carlos Nores, biólogo de la Universidad de Oviedo. El hallazgo de la existencia de una escápula de ballena gris en un poblado prerromano costero de la región con señales de haber sido descarnado, es la principal prueba que da pie a esta teoría. 

Los indicios de la existencia de esta práctica ballenera tienen su gérmen en el Mediterráneo, donde hace 2.000 años convivían dos especies de ballenas hoy desaparecidas en ese mar, como revelan los restos óseos descubiertos en varios yacimientos arqueológicos de España, los cuales sugieren que los romanos tuvieron industria ballenera. Un equipo internacional de ecólogos, arqueólogos y genetistas realizó análisis moleculares de ADN para establecer que los restos pertenecían a la ballena gris y a la franca glacial.

Antes de este estudio, que publica hoy Proceedings of the Royal Society of London B, se había asumido que el Mediterráneo estaba fuera del área de distribución histórica de ambos ejemplares, que hoy son dos especies muy amenazadas que subsisten en el Atlántico norte y en el Pacífico norte, respectivamente. El profesor de arqueología marina Darío Bernal Casasola, de la Universidad de Cádiz y coautor del estudio, dijo a Efe que el equipo por él dirigido encontró 25 restos arqueozoológicos en las ciudades romanas de Baelo Claudia (Tarifa), Iulia Traducta (Algeciras), Septem (Ceuta) y en el de Tamuda, en la ciudad marroquí de Tetuán. Ambas ballenas son especies migratorias y su presencia al este del estrecho de Gibraltar es «un fuerte indicio» de que entraban en el Mediterráneo para que nacieran sus crías, señala el estudio.

Durante el periodo romano, el estrecho de Gibraltar era el centro de una gran industria de tratamiento pesquero, cuyos productos se exportaban a todo el imperio y los restos han aparecido -señaló- en yacimientos vinculados a la explotación y producción del atún en salazón y de salsas que consumían los romanos como el garum. El estudio demuestra -dijo Bernal- que esas especies estuvieron en el estrecho de Gibraltar en época romana, «lo que no se sabía» y «permite reforzar» la idea de que antes del inicio de la pesca de la ballena, que tradicionalmente se atribuye a los vascos en el Medievo, ya debía de haber una aprovechamiento de los cetáceos. El descubrimiento de los restos hace plausible esa hipótesis, pues esos dos tipos de cetáceos y sus crías «debían llegar muy cerca de la costa, incluso para ser vistos desde tierra», por lo que pudieron ser cazados con barcos de remos y arpones de mano, según la autora principal del texto, Ana Rodrigues, investigadora del francés Centro Nacional para la Investigación Científica.

La identificación de los esqueletos fue posible con técnicas moleculares basadas en el código de barras del ADN antiguo y la huella de colágeno, métodos que «abren una nueva ventana al pasado de los ecosistemas», dijo Camila Speller, de la británica Universidad de York, en un comunicado. El hecho de saber qué especies de ballenas costeras estaban presentes en el Mediterráneo hace 2.000 años aporta una nueva luz a las fuentes históricas antiguas. Los autores aconsejan a historiadores y arqueólogos que reexaminen sus conocimientos sobre las ballenas costeras cuando formaban parte de ecosistema marino mediterráneo y que «consideren la posible existencia de una industria ballenera romana». «Parece creíble que hayamos perdido y luego olvidado dos grandes ballenas en un región tan bien conocida como es el Mediterráneo», indicó Rodrigues. «Una se pregunta cuántas cosas habremos olvidado».