22 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Se viene insistiendo estos días en la bajeza moral de quienes aprovechan una muerte violenta para sacar ventaja en pendencias políticas. A ello iremos después. Primero hay que decir que tan bajo es utilizar el impacto emocional de un cadáver injusto para emborronar debates como dejar que ese impacto emocional nos haga callar por un mal entendido duelo. Esta semana sí hay que hablar. Y hay que repasar razones con la intensidad con que los niños calcan las letras, como si quisieran agujerear el cuaderno en cada trazo. El edificio de desigualdad entre hombres y mujeres ruge como cuando braman los glaciares al agrietarse y romperse. Es una quiebra lenta, pero integral. El frente de la desigualdad está activo ante el cadáver de Laura Luelmo y ante los cambiadores de bebés en el baño femenino, ante los órganos directivos sin mujeres y ante el pavoneo bobo de parroquianos con las camareras. La Iglesia lo llama ideología de género y dice que socava la familia y la sociedad. Y se equivoca en parte. El impulso de que hombres y mujeres sean iguales no es una ideología. La ideología de género es lo que se está derrumbando, porque no hay más ideología de género que el machismo, el que anida en la Iglesia, sin ir más lejos. Pero acierta en que esa lucha socava aspectos de la sociedad. La desigualdad de género no es un hecho aislado que pudiera cambiar dejando inalterado el orden social. Los distintos movimientos feministas, desde el movimiento MeToo a las manifestaciones del Día de la Mujer, son la agitación más amplia, más sentida y más clara en sus planteamientos de las que hay en nuestras sociedades. Inés Arrimadas sintió que la huelga feminista del 8 de marzo iba contra el capitalismo. Es una simpleza monumental (lo que ella representa sólo se puede expresar con simplezas), pero no es totalmente inmotivado. La agitación feminista es la protesta más articulada que compromete el orden social creado por la crisis de 2008.

En el crimen de Laura Luelmo hay componentes de delincuencia común, pero es evidente que no hubiera muerto si no fuera mujer y que la agresión sexual fue el detonante del drama. La condición de mujer es un factor estadístico de pobreza, desigualdad salarial, trato prejuicioso, inseguridad y muerte. Este crimen nos recuerda todo esto. El feminismo viene siendo caricaturizado asociándose con lo más estúpido o excéntrico que alguien pueda soltar en una red social (como si estuviéramos cortos en memeces en otras causas) o directamente tergiversando o exagerando cualquier cosa juiciosa que se diga sobre la igualdad entre hombres y mujeres. No consigo comprender qué tiene de radical el llamado feminismo radical, por mucho que Campofrío delire que el feminismo es más intocable que la Monarquía (¿por qué en el grupo de ofendiditos no vi ningún alzacuellos? Qué raro; ofenderlos a ellos es lo único que castiga el código penal). El feminismo denuncia cosas que suceden realmente. Los males a los que lleva el exceso feminista son imaginaciones y falsedades. Esto es lo fundamental. Cuando un movimiento o un conjunto de personas protestan y se expresan, lo hagan con mejor o peor cabeza, nunca podemos olvidar cuál es la causa justa. Si lo radical está sólo en las formas, entonces lo que falla es la recepción.

El feminismo parece más radical y más cargante cuanto más pequeños sean los detalles sobre los que se proyecta. Y tiene su explicación. La manifestación mayor del machismo es el crimen, se trate de violencia doméstica o del complemento de una agresión sexual, como en el caso de Luelmo. Esto es lo más grave, pero ética y conductualmente lo menos conflictivo. Es fácil tener las ideas claras sobre un crimen machista y no compromete gran cosa. Yo nunca maté a ninguna mujer. Ser coherente con la repulsa me resulta fácil, no tengo propósito de matar a nadie. A medida que descendemos a aspectos menores de la desigualdad, vamos calando en la vida cotidiana y llegamos a un punto en el que puede que la atención debida a mis hijos o a mi padre haya sido desigual con mi mujer o mi hermana. A medida que vamos a los detalles, el feminismo empieza a darme patadas en la espinilla, porque aparece algo pegajoso que no aparecía en las grandes cosas: el compromiso. Y ahí es donde empieza a parecer excesivo el feminismo, en ese punto en el que empieza a comprometer y a cuestionar la conducta. Los aspectos grandes y los pequeños de la desigualdad forman un magma en el que florecen todas las ignominias, desde el comentario faltón y baboso, al perjuicio salarial y al crimen. Como dije, todos los frentes están ahora abiertos, los que conducen al caso repugnante de Laura Luelmo y los que conducen a que una mujer no pueda ir sola al cine o ponerse la ropa que le dé la gana.

Y sí, vivimos la miseria de quienes se revuelcan en la muerte intentando rebañar alguna hebra útil. El PP siempre lleva un táper a estas tragedias a ver si puede llevar algo para casa, alguna bajeza que echar a la cara de sus adversarios o alguna bilis desbocada con la que respaldar sus leyes extremistas y contrastadamente inútiles. Las nuevas derechas (digo nuevas en sentido cronológico; están más vistas que el tebeo) siguen ese patrón de aprovechar cada pulsión emocional para trasladar a la sociedad su ideal de orden uniformado. Pero en realidad es a ellos a quien corresponde justificarse. El señor Abascal está contra el aborto, contra cualquier ley de violencia de género y a favor de la pena de muerte. Juntando los tres principios, parece que sólo le interesa la seguridad de las mujeres cuando aún no han nacido o ya están muertas. ¿El cadáver de Laura Luelmo hará más urgente esa ley que añora que proteja a sus hijos de las denuncias falsas de cualquier desaprensiva? Abascal sólo es un poco más bruto de lo normal. El terremoto de MeToo llenó las tribunas de gente inquieta por la indefensión de los varones. Nadie cita casos, ni da datos. Pero la urgencia que suscitan las docenas de cadáveres de mujeres que tenemos cada año es la protección de los varones que pudieran ver su reputación mancillada. En algunos ámbitos elevados americanos parece cuajar la necia regla Pence. Tres evangelistas, Graham, Shea y Barro, discurrieron que sólo la presencia de la esposa pone a salvo al varón de comportamientos desviados y de injurias depravadas. El actual vicepresidente dice atenerse a esa regla y por eso lleva su nombre. Si yo fuera un imbécil que llevara años acosando o diciendo graciosadas faltonas a las alumnas también estaría aterrorizado de que ahora les diera por hablar. Pero esta regla sigue otro convencimiento machista bien representado políticamente: son ellas las que tienen que ponerse a salvo. Si no se cuidan, el varón sólo ejerce su naturaleza. No merece la pena ningún razonamiento.

También procede un recuerdo para el señor Ricardo González. En su voto particular en el juicio de la Manada, siguió el principio pintoresco de que la violencia de una situación se decide por la cara y movimientos de la víctima, no por la conducta intimidatoria o amenazante del agresor. Si te muestra una pistola pero no pones cara de miedo o disgusto, no está claro que haya violencia. Si eres mujer, claro. ¿Necesitaría el tal Ricardo un análisis minucioso de la expresión del cadáver o quizás una autopsia sofisticada para decidir que los hechos que condujeron a su muerte no fueron consentidos?

El hilo que debe tensar la muerte de Laura Luelmo no es el justiciero de pacotilla de las derechas ávidas de uniformes y botas. El hilo es el de la violencia hacia las mujeres y el de las desigualdades grandes y pequeñas que forman el ecosistema que la favorece. Esto no terminó. Oiremos más barbaridades. El feminismo está activo en todos los frentes y el machismo y el post-machismo aúllan.