Espacios libres de niños: el «antiniñismo» se granjea rivales

SUSANA D. MACHARGO REDACCIÓN

ASTURIAS

Un niño ve la televisión
Un niño ve la televisión

El sociólogo gijonés agita el debate al dar a conocer una propuesta de los presupuestos participativos de Madrid que reclama acabar con el ruido del patio de un colegio en un barrio residencial

04 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Husmeando en internet, en los presupuestos participativos del Ayuntamiento de Madrid, encontró una propuesta graciosa, incluso absurda, pero también sintomática de un nuevo modo de pensar. Así que decidió abrir el debate en internet, a través de un post en su perfil de Twitter. César Rendueles, el sociólogo gijonés, ha visto en los últimos días la repercusión que ha adquirido su planteamiento y el árido debate que genera lo que él denomina «el antiniñismo». La propuesta que Rendueles ha aireado es la de una madrileña que pretende que con cargo a las arcas públicas se acabe con el ruido que provocan en el patio los alumnos del Colegio Público Guindalera, un barrio con una población envejecida. El sociólogo considera que es un síntoma de la actual invisibilización de la infancia, de la idea romántica de que los niños de generaciones anteriores estaban mejor educados, eran ejemplares y molestaban menos. Rechaza de plano la idea de crear «espacios libres de niños», una terminología que en inglés ya se utiliza en aquellos locales en los que no aceptan menores de una determinada edad. Su propuesta es radicalmente opuesta. Quiere plantar a los hijos en el medio de la ciudad, aparcando el «adulcentrismo» y aplicando el sentido común.

La propuesta de acabar con «la contaminación acústica Colegio Público Guindalera» ha recibido once apoyos y trece comentarios. La justificación de su defensora es breve y contundente: «El abuso, que no uso, por parte del colegio con respecto al patio es impresionante. El nivel de ruidos está muy por encima de los decibelios permitidos. El patio no se usa para la hora del recreo sino para a todas horas pegar gritos. No se trata de clases exteriores». Indica, además, que es «una zona residencial con gente mayor y enfermos a los que les resulta imposible descansar desde 8,30 a.m. a 17p.m.». Rendueles indica que esta petición es «sintomática por exagerada». A raíz de su publicación, se han ido conectando más casos. Otro de los más llamativos y de los que más repercusión ha adquirido es uno en Barcelona que ha provocado un enfrentamiento en una comunidad de vecinos. Un bebé llora desconsoladamente de madrugada y un vecino lo recrimina con una nota en el portal. El intercambio de comentarios se alarga utilizando ese mismo sistema. Los padres sólo tratan de explicar que «ha llegado con un defecto de fábrica», no tiene un botón de apagado.

El sociólogo asturiano cree que ese «antiniñismo», de moda en determinados círculos, está relacionado con la baja tasa de natalidad y con los nuevos ritmos de vida, que hacen que muchas personas no tengan jamás contacto con niños. Se ha generalizado la sensación de que vivir sin niños, sin esa fuente de molestias, se ha convertido en un derecho. Como se tiene una televisión grande o se adquiere un cierto tipo de ropa, no se tienen hijos porque no se adoptan a un cierto estilo de vida. En paralelo, señala Rendueles, se ha extendido la idea de que los niños son seres deliciosos, que no molestan. «No es verdad. Molestan y algunas veces mucho pero nos hemos desacostumbrado al contacto. Me pasó a mí mismo hasta que tuve hijos. Así que no sabemos en qué consisten», razona.

El romanticismo generacional tiene mucho que ver. No cree que el comportamiento haya variado demasiado con el paso de los años y pone otros ejemplos para apuntalar su planteamiento. En pleno siglo XXI se cree que los adolescentes son más gamberros que hace unos años, pero las estadísticas de delincuencia segregadas por tramos de edad demuestran que se ha mantenido estable durante décadas. Esto es lo mismo pero en edades más tempranas.

Rechaza todos y cada uno de los argumentos del «antiniñismo». El sociólogo indica que cuidar a los demás es algo característico del ser humano, no una opción. Igual que se cuida a los ancianos o a personas con alguna discapacidad que necesitan ayuda, se cuida a los niños. Requiere paciencia, reconoce, y también una cierta reflexión. Considerar que se puede vivir en un mundo donde no hay pequeños es, realmente, «una distopía», el mundo del «sálvese quien pueda». Esperar un minuto más porque un anciano no acierta a encontrar las monedas en su cartera para pagar en un supermercado no supone ningún drama, reflexiona.

Su propuesta es justo la contraria que la de aquellos que propugnan los espacios libres de niños. Rendueles habla de invertir las perspectiva y poner a los niños, como a los ancianos o a los dependientes, en el centro. Quiere aparcar esas ciudades hechas a la medida del adulto, sano, con trabajo y perspectiva de consumo. «Es solo una fase de la vida», recuerda. Propone que los padres vayan con sus hijos a todos los sitios que puedan, que se normalice la presencia de los menores en la mayor parte de espacios posibles y que se trabaje por erradicar guetos. «Los derechos de una persona con discapacidad no son una opción. Los de los niños tampoco», sentencia.

La petición de silenciar a los alumnos del Colegio Público Guindalera ha recabado multitud de comentarios sarcásticos. Hay alguno que habla de gastar el dinero en quitarle las cuerdas vocales a los niños o que le cuenta que sus pequeños son tenores. Otros se limitan a recomendarle, de manera más o menos cortes, que aprenda a convivir. «A mí me molestan los móviles en el metro porque procuro aprovechar para leer. No a todos nos molestan por igual las mismas cosas», concluye el sociólogo.