26M: Crónica de una muerte anunciada

ASTURIAS

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, vota en el colegio público de La Navata, en Galapagar
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, vota en el colegio público de La Navata, en Galapagar Angel Diaz | EFE

27 may 2019 . Actualizado a las 17:40 h.

Es posible analizar los resultados electorales del 26M desde muchos puntos de vista. El momento dulce del PSOE de Pedro Sánchez se confirma con la victoria indiscutible en las elecciones europeas y con un buen número de poder territorial que puede sumar a su haber. El hundimiento del PP se mantiene, aunque  muy dulcificado al ganar tanto el Ayuntamiento como la Comunidad de Madrid. Ciudadanos sigue disputándole la hegemonía del espacio de la derecha a los populares, aunque sin lograr el ansiado sorpasso. Y el fenómeno Vox se ha desinflado y ya no provoca el miedo que generó hace apenas un mes.

Pero si algo merece una reflexión aparte es la situación en la que ha quedado Podemos, el gran derrotado de estas elecciones. Pablo Iglesias y los suyos han firmado el certificado de defunción de un proyecto que surgió hace cinco años y que ilusionó a buena parte del electorado. Ahora Podemos, o cualquiera de sus múltiples marcas, ya no genera ilusión. Se ha dicho por activa y por pasiva pero no por ello deja de ser cierto: Podemos se ha convertido en una suerte de Izquierda Unida 2.0. Un partido de la izquierda tradicional, cuya máxima aspiración es ejercer de corrector del PSOE, y que posee todos los tics de la ortodoxia que alejan a un proyecto político progresista de la posibilidad de construir mayorías sociales transformadoras.

Lo cierto es que algunos lo vimos venir hace ya cuatro años cuando Xixón Si Puede permitió que gobernara la derecha en Xixón, poniendo por delante las propias fobias políticas antes que el bienestar de los ciudadanos y de la ciudad. Pero por un instante pensamos que aquello era una excepción provocada por una realidad política, la xixonesa, en la que la vieja izquierda aún tiene un peso asfixiante y una mochila cargada de rencores que impiden que surjan nuevos proyectos. En estos comicios los xixoneses han castigado aquella inexplicable irresponsabilidad, reduciendo a la mitad sus votos y su representación en el ayuntamiento.

Estas elecciones han demostrado que nos equivocábamos y que lo que pensábamos que era una peculiaridad xixonesa ha acabado por ser una enfermedad que ha contagiado al principal símbolo de los «ayuntamientos del cambio», el de Madrid. Evidentemente ningún fenómeno político tiene una única y exclusiva causa. Y seguramente Manuela Carmena y su equipo tienen mucho que reflexionar. Pero la actitud de una izquierda muy minoritaria, que no ha superado el 2,63% de los votos y que ha dedicado buena parte de su campaña a disparar contra la alcaldesa y no contra la derecha y la extrema derecha que amenazaba con llegar al ayuntamiento, ha sido sin duda un síntoma de una enfermedad que va mucho más allá de Madrid. El apoyo de última hora de Pablo Iglesias hacia Madrid en Pie ha sido la puntilla que ha acabado con un proyecto político, el de Podemos, que ya tiene difícil solución.

Hay mucho que reflexionar. ¿Por qué la izquierda escoge una presunta pureza ideológica que beneficia a la derecha antes que la construcción de mayorías sociales capaces de transformar la realidad? ¿Por qué ha renunciado a la transversalidad que impulsó al primer Podemos? ¿Es posible transformar la vida de los ciudadanos desde una posición situada de forma tan nítida en uno de los extremos del eje izquierda-derecha? ¿Por qué no tratar de seducir también a aquellas personas que votan al PP o a Ciudadanos por motivos que ni siquiera sospechamos?

El proyecto político que representa Íñigo Errejón se ha formulado todas esas preguntas. Probablemente por eso, contra todo pronóstico y también contra la Junta Electoral, ha logrado casi triplicar los resultados de Podemos en la Comunidad de Madrid, que se ha quedado a muy pocos votos de no lograr representación parlamentaria. Aun cuando las fuerzas progresistas no suman para gobernar la Comunidad, los resultados nos indican cuál parece ser el camino más adecuado. No se trata de renunciar a la propia identidad ideológica sino de asumir que la política institucional se hace apelando a grandes mayorías sociales capaces de transformar la realidad. Las elecciones no pueden ser una fórmula identitaria para presentarse ante el mundo como el más revolucionario incluso aunque ello suponga ponérselo fácil a la derecha para que pueda gobernar.

Podemos ha envejecido muy prematuramente en tan solo un lustro. Sus mentes más brillantes han abandonado el barco y el liderazgo de Pablo Iglesias ya empieza a ser un lastre que está arrastrando a la formación morada al fondo de la política. Lo que surgió como un rayo de esperanza ante un bipartidismo asfixiante es ahora una pesada carga que dificulta la construcción de mayorías sociales de progreso. Tal vez, solo tal vez, lo ocurrido en Madrid sirva de toque de atención que nos permita construir proyectos políticos capaces de relacionarse con la sociedad sin repartir carnets de izquierdismo, sin echar la bronca a quien discrepa y sin aparecer como iluminados incapaces de entender lo que es una sociedad diversa y democrática. Quedan cuatro años por delante.