Marcelino Pérez, un tabaquero de Vegadeo con fábricas en Cuba y EE.UU.

MARTÍN FERNÁNDEZ

ASTURIAS

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

Protegió a 8.000 emigrantes en Nueva York

08 nov 2019 . Actualizado a las 20:41 h.

A comienzos del siglo pasado, buena parte de los fabricantes de puros de más prestigio, calidad y éxito en el mundo eran de A Mariña y residían en Cuba. Los Murias o Pedro Moreda Debén, de A Devesa; Inocencio Aguiar, de Rinlo; Francisco F. Rocha, de San Miguel y Reinante; Antonio Villamil, de A Pontenova; o los cuasi mariñáns Pancho Pego Pita, Partagás, de Ortigueira; o Marcelino Pérez, de Vegadeo, son solo algunos nombres significativos de una mucho más amplia relación. Este último, Marcelino Pérez Villanueva nació en Meredo (Vegadeo) en 1864. Sus padres eran Pedro Pérez y Amalia Villanueva que tenían una posición acomodada debido a la posesión de un comercio en la capital municipal. De niño, ayudaba a su padre en el negocio familiar pero, al cumplir 16 años, en 1881, decidió embarcarse para Cuba movido más por su deseo de aventura y de ampliar horizontes que por la estricta necesidad económica.

En La Habana, su primer trabajo fue de dependiente de un café pero pronto se empleó como aprendiz en la fábrica de cigarros Flor de Murias, del devesano Pedro Murias. Con lo que pudo ahorrar en dos años, abrió un pequeño taller de tabaco en el que llegó a ocupar a 12 personas. En 1886, ante la inestabilidad política, económica y social que se derivaba de las guerras y los movimientos independentistas en Cuba, marchó a Nueva York e inauguró una fábrica de cigarrillos entre las calles 87 y la 3ª Avenida, en Manhattan, y una tienda en el centro de la ciudad.

Los negocios comenzaban a irle bien y tuvo que ir, por primera vez, a Cuba a comprar tabaco en rama para su manufactura. Llegó al muelle cuando el vapor iniciaba su desatraque. Los funcionarios le permitían embarcar a él pero no a su equipaje, que se quedaría en tierra. Pero, como llevaba en ellos documentos necesarios para su actividad en La Habana, decidió no subir al barco. A las pocas horas de salir, el buque Vizcaya, de Trasatlántica Española, que hacía el trayecto, se fue a pique pereciendo toda su tripulación y pasaje. Era un tipo de suerte y se salvó de milagro…

La Redención y Tuval

Marcelino Pérez se casó en Nueva York en 1902 con Matilda Gestal, hija de un conocido hombre de negocios en la ciudad, el compostelano José Gestal. El matrimonio tuvo cinco hijos: Dorinda, Manuel, José, Marcelino y William. El emprendedor vegadense regentó dos marcas principales: una, en La Habana, denominada Redención y dirigida por su hijo mayor, Manuel Pérez; y la otra, en Tampa (Estados Unidos), llamada Tuval que, en 1910, ocupaba a 300 empleados. A través de ella, comercializó marcas como Flor de Álvarez, Galeón, Cervantes, Navegador y otras patentes.

Ayudó a su familia de la Casa do Mazuzo en Meredo y protegió a 8.000 emigrantes en Nueva York

Marcelino Pérez siempre tuvo gran preocupación social por sus compatriotas. En Nueva York fundó y dirigió una Sociedad Protectora de Emigrantes para ayudar a los que “sin amparo y sin rumbo fijo corren su bohemia por América y para salvar del desastre a estos infelices paisanos”. Al tiempo, presidió otra Sociedad de Beneficencia Española que existía en la ciudad, denominada La Nacional. En La Habana, había sido socio fundador del Centro Gallego y socio del Asturiano y del Centro de Dependientes. En su faceta de filántropo, según José Álvarez San Miguel, fue en 1912 cuando le encomendaron la Unión Benéfica Española, una sociedad que solo tenía 300 socios y 500 dólares de fondos. Bajo su gobierno, en 1920 pasó a contar con 8.000 socios, una casa club, una clínica y 20.000 dólares en tesorería. En su localidad natal de Meredo (Vegadeo), Marcelino Pérez siempre ayudó a su familia, a los vecinos y necesitados. Tenía dos hermanos, Eugenio y Manuel en cuya Casa do Mazuco se alojó en 1910 cuando hizo un viaje por Europa.

Su compromiso y apoyo a la colectividad española hizo que el Centro Hispano Americano y el Young Men’s Social le rindieran un homenaje en 1911 en el restaurante La Chorrera de Nueva York. En el acto, dijo que “trabajar por las sociedades españolas es un deber de todo buen español que esté ausente de su patria; debemos asociarnos para así tener un aliciente para nuestras enfermedades, la instrucción o el recreo”.

Marcelino Pérez falleció en 1920 en su casa de 672 Park Place, Brooklyn, a causa de una neumonía causada por una infección de un diente ulcerado.

martinfvizoso@gmail.com

Su familia y Avelino Pazos, presidente del Centro Gallego que empleó a Villar Ponte en El Diario Español

Debido al nivel que alcanzaron sus dos grandes firmas, Marcelino Pérez se vio obligado a rodearse de un equipo de técnicos y familiares de gran nivel y formación. Eran su consocio y cuñado, Guillermo Gestal; sus sobrinos Marcelino Pérez Ledo y José Villar Pérez; su segundo hijo, José Pedro Pérez; y su íntimo amigo y persona de confianza, Avelino Pazos, representante de sus negocios en Cuba y administrador de la finca que el vegadense tenía en Bejucal dedicada al cultivo de la hoja de tabaco. Pazos había sido vicecónsul de España en Nueva York y era un influyente hombre de negocios en La Habana, presidente del Centro Gallego y la persona que facilitó la entrada del periodista Antón Villar Ponte en el Diario Español que dirigía Adelardo Novo. En Nueva York, Gestal era socio y jefe de la oficina general. Era cubano pero oriundo gallego y hermano de un famoso doctor que ejercía en Galicia. Marcelino Pérez Ledo -que en 1910 tenía 24 años y era ya rico- era el encargado del Departamento de Escogida. Se trataba de un taller clave en que los tabacos eran sometidos a una selección por colores y luego se envasaban en cajones o se amarraban en ruedas o mazos, de caprichosas formas, mediante las cuales el escogedor hacía lucir la labor del obrero torcedor. Era un trabajo que requería precisión y técnica, buenos operarios y la sabia mano de un buen encargado. Otro sobrino, José Villar Pérez, se ocupaba de los talleres de torcer, del secado de la tripa, del almacén de rama, despalillado y rezagado. Su labor era de alta responsabilidad pues bajo su dirección trabajaban muchos operarios de distintas clases, razas y nacionalidades. Antes de encargarle la función, Marcelino Pérez le hizo practicar en otras fábricas. El segundo hijo del empresario de Vegadeo, José Pedro Pérez, prefirió formarse en los negocios al lado de su padre que estudiar. Trabajaba de auxiliar en la oficina de Nueva York y, como su hermano mayor que vivía en La Habana, tenía el apoyo y la aprobación de su progenitor.