El último ruego de Hilda: «Pronto partiré y no quiero dejar a mis padres en una cuneta»

F. Sotomonte

ASTURIAS

Hilda Farfante
Hilda Farfante

La conmovedora carta de Hilda Farfante que urge al Gobierno a acelerar la búsqueda de los represaliados durante el franquismo como sus padres, Ceferino y Balbina, fusilados en Cangas del Narcea

30 jun 2020 . Actualizado a las 17:55 h.

El ruego de Hilda Farfante ha sido uno de los más conmovedores entre los recibidos por el Gobierno Central después de que abriera una dirección de correo electrónico  (consultaleymemoria@mpr.es) para recoger propuestas para la nueva ley de Memoria Histórica, ha sido especialmente recogido por muchos medios porque pone de manifiesto cómo el paso del tiempo se ha echado encima como una losa añadida al dolor de quienes perdieron a sus familiares en los momentos más duros de la represión durante la dictadura.

«Siempre dije que mientras me quedase voz, gritaría por ellos, pero se me está apagando… He pasado mi vida buscándolos. Se trata de mis padres. Pronto partiré y no quiero dejarlos en la cuneta», han sido unas de las palabras más repetidas en los reportajes publicados y emitidos en la última semana, porque Farfante, que ya va a cumplir 90 años es ejemplo de una reclamación de justicia demorada durante demasiado tiempo. La suya es una historia que empieza y termina demasiado pronto en Cangas del Narcea, Balbina Gayo era directora de la escuela. Los docentes, los profesores, los maestros de la república, fueron uno de los grupos perseguidos con mayor saña por los fascistas a medida que ganaban terreno y aquella Asturias que estuvo sola entre 1936 y 1937 no fue una excepción.

Tan cerca de la frontera con Galicia, la llegada de los nacionales no se hizo esperar. Apenas unas semanas después del fracasado golpe que derivó en Guerra Civil, un 8 de septiembre, los falangistas se plantaron ante la puerte de la pequeña escuela de la aldea de Besullo, a donde entonces sólo se podía subir por un camino en mulas y no tenía ni carretera. Allí mismo la detuvieron y la trasladaron al cuartel de Cangas del Narcea.

Su marido, Ceferino Farfante, también maestro trató de intentar salvarla, al menos intercambiarse por ella y pesar de los ruegos de todos sus conocidos para que huyera y no acudiera al cuartel, montó a caballo para acercarse al lugar de detención. Llegó demasiado tarde, Balbina ya había sido fusilada por la mañana y Ceferino la acompañó en la muerte pocas horas después, al anochecer cuando lo fusilaron a él también.

En el documental «Las maestras de la república», se recoge el testimonio directo de Hilda, entonces con apenas cinco años, que fue acogida por su tía Guillermina y relata el dolor y la humillación de tantas familias que debían recibir brazo en alto al grito de ¡Arriba España! a los asesinos de sus padres o sus hermanos.

Porque los Farfante quedaron como una familia rota y destrozada. El abuelo, el padre de Ceferino, huyó al monte con sus nietas (de apenas 7, 5 y 4 años) en previsión de que las niñas tambien pudieran sufrir represalias. El hermano de Ceferino trató de mediar con sus amigos de derechas para conseguir alguna salvación, por consejo de sus conocidos escapó antes de llegar al cuartel de Cangas donde ya había muerto su hermano y su esposa Balbina, logró encontrar a las pequeñas en el monte junto a su padre y se las llevó a Luarca. Las niñas fueron separadas, Hilda con su tía Guillermina, que le tapaba la boca para que no llorara, y sus hermanas con otra parte de la familia. Cuenta que el hermano de su padre se refugió en el alcohol hasta su muerte, pocos años después y que su abuela materna, la madre de Balbina, enloqueció de dolor.

En septiembre de 2017, Hilda Farfante recibió en su Asturias natal, el premio de la Asociación 13 Rosas de Asturias, un galardón que dedicó a los centenares de personas que todavía siguen enterradas en las cunetas, en fosas comunes, todavía en el año 2020.

También Hilda Farfante fue maestra, en una entrevista concedida a la Universitat de Barcelona narra que el miedo que había aún entre los profesores durante el franquismo: «Recuerdo que entablé amistad con una compañera que también era maestra en la misma escuela que yo en Madrid. Estuvimos cerca de dos años puerta con puerta, saliendo al recreo, hablando de nuestros hijos, de biberones, de todo. Un día, escuché decir a la directora de la escuela: 'Yo he sido directora en la cuenca minera, en Asturias, y a casi todos mis alumnos les habían matado a los padres por rojos, fíjese qué gentuza sería'. Yo, que entonces estaba embarazada, hice como que me ponía mala, salí y fui al último rincón a gritar. Mi compañera salió detrás de mí y me preguntó qué me pasaba. Yo le expliqué que no podía aguantar oír eso, porque a mis padres los habían matado. Y ella me confesó que también habían asesinado a su padre, que era maestro, y a sus dos hermanos de 26 y 27 años. Teníamos a cinco muertos encima, llevábamos dos años juntas y no nos lo habíamos dicho nunca. Siempre silencio y más silencio».