Tomasín, el último «fugao»

Raúl Molina / EFE OVIEDO

ASTURIAS

Tomasín
Tomasín

Tomás Rodríguez Villar mató a su hermano en un pueblo de Tineo en 2011 y estuvo escondido en el monte hasta que la Guardia Civil lo detuvo 57 días después

23 jul 2020 . Actualizado a las 10:56 h.

«Acto seguido abandonó la cabaña y huyó a los montes cercanos donde permaneció escondido hasta la noche del día 29 de octubre de 2011». Así relata la sentencia la peripecia de Tomás Rodríguez Villar, el último «fugao» en los montes asturianos desde la posguerra al que la Guardia Civil buscó 57 días por la sierra de Tineo, no por razones políticas, sino por matar a su hermano de un disparo con una carabina manipulada para disparar cartuchos.

Tomasín se apartó durante años de la vivienda familiar en la pequeña aldea de La Llaneza, de apenas nueve habitantes, para habitar una cochambrosa cabaña que compartía con animales y desperdicios a varios centenares de metros, ya en mitad del bosque, y que fue escenario de un crimen que derivó en una persecución de quien fue bautizado como «el Rambo de Tineo». Pero lejos del personaje al que dio vida Sylvester Stallone, la historia de Tomasín es la de un hombre criado en un pequeño pueblo del agreste suroccidente asturiano. Sin apenas estudios, con dificultades para relacionarse con la sociedad y capaz de mimetizarse con la naturaleza.

A la cabaña le hacía llegar comida su madre hasta su muerte en octubre de 2010. El progresivo deterioro de su padre llevaba a su hermano Manolo, un transportista de madera, a pedirle más colaboración en la casa familiar tras décadas de malas relaciones y continuos conflictos. Los vecinos lo atestiguaban, pero nadie dio un testimonio directo de agresiones. Manolo golpeó la puerta y «atemorizado, temiendo por su vida, en una actitud puramente defensiva», relata la sentencia, Tomasín cogió la carabina de aire comprimido que había modificado para que disparara cartuchos y realizó un primer disparo que no alcanzó a su hermano. «Aterrado por creer que su atacante era indemne», el segundo tiro le impactó en la frente y le provocó una destrucción del tejido cerebral que le causó la muerte.

La huida

Por el bosque que Manolo cruzaba en su infancia para acudir al colegio huyó Tomasín tras perpetrar la agresión. Un monte que conocía como la palma de su mano, frondoso, lleno de maleza y de grandes helechos fruto del progresivo abandono del medio rural. Un espacio difícil para la búsqueda de alguien que quiere ocultarse, admitió desde el principio la Guardia Civil desplegada en la zona. El huido se convirtió en un fantasma que solo aparecía en las fotografías captadas por las cámaras que vigilan la fauna salvaje en la zona. Y cerca de la cabaña un coche abandonado por el propio Tomás en el que se sospecha que pudo pernoctar a veces además de en otros recónditos escondites que desveló a los agentes tras ser detenido. Unos envoltorios de chocolate le servían para apuntar la ubicación de sus zulos, en los que guardaba comida, ropa y, también, más de 40.000 euros en metálico.

El solitario vecino de La Llaneza, el joven que solo con alcohol era capaz de mantener relaciones sociales -víctima de agresiones de otros jóvenes cuando se emborrachaba en Tineo- protagonizaba crónicas periodísticas por la duración de su fuga. Ni su recién ganada fama ni la vigilancia le impidieron ni recuperar un jamón de la vivienda familiar ni dejarse ver en la cercana localidad de La Espina para comprar víveres y regresar a su pueblo en taxi. «Haz lo que te salga de los cojones», respondió Tomasín al taxista que lo trasladó después de que el conductor lo identificara, lo grabara en vídeo con su teléfono y le advirtiera de que debería denunciarlo si la Guardia Civil le preguntaba por el hombre que ya llevaba un mes fugado.

Las cámaras térmicas de los agentes al fin dan resultado el 29 de octubre. Ya de noche localizaron a alguien en unos prados, cerca de La Llaneza. Lo persiguen y atrapan a un hombre sucio y famélico que dice temer por su vida y que carga con dos sacos, un machete y un objeto extraño, una pistola fabricada a partir de un grifo. «Está cargada, se puede disparar», advirtió.

El regreso a Tineo

Tras dormir de nuevo en una cama en la Comandancia de la Guardia Civil de Oviedo y reconocer los hechos en su declaración, Tomasín fue conducido para la reconstrucción de los hechos a Tineo, la capital del concejo, el lugar donde cursó sus pocos años de estudios y en cuyos bares adquirió su adicción al alcohol. Pero ahora sus vecinos ya no se ríen de él: varias decenas se concentran ante el juzgado para aplaudirle.

Al periodista Eduardo Lagar (Oviedo, 1970) ese recibimiento le despierta la curiosidad por un personaje que, siendo de su misma edad, parecía vivir en un siglo distinto al suyo. «La gente se puso del lado del asesino y no de la víctima, se había convertido en un héroe», señala a Efe el autor de «Tomasín En Lugares Salvajes», el relato periodístico de la epopeya del fugado. «Los medios creamos un personaje sobre el personaje. El «Rambo de Tineo» no se parecía en nada al de la película. Reúne muchas cosas sorprendentes, no se sabe si es listo o no pero tiene habilidades. Es una especie de figura blanca, un molde al que las personas que conocen su historia le pueden meter valores muy diferentes», asegura Lagar.

A su juicio, Tomasín es también el ejemplo de la demolición del sistema campesino, de una rueda de costumbres y de hábitos que habían sostenido el campo asturiano y que desaparecen. «En los pueblos quedan esos solteros convertidos casi en aquellos soldados japoneses perdidos en la jungla que no sabían que había terminado la Segunda Guerra Mundial», añade.

Sentencia y cárcel

Para sorpresa de su propio abogado, y tras su primera estancia en prisión, Tomasín cambió durante el juicio su testimonio. Fue otro el que mató a su hermano, él lo vio desde las proximidades de su cabaña. Pero su nueva declaración no cambió la decisión del tribunal ni del jurado. Fue declarado culpable de un delito de homicidio y otro de tenencia ilícita de armas y condenado a seis años de prisión frente a los veintidós por asesinato que pedía el fiscal.

Y en la cárcel amigos no hizo, «solo conocidos», relatará Tomasín seis años después al mismo periodista al que inspiró un libro cuando abandonó la prisión de Asturias, en la que se había dedicado a cultivar un huerto sin generar ningún conflicto. Tan a gusto parecía encontrarse que no quiso solicitar ninguno de los permisos que le correspondían. Ni siquiera para enterrar a su padre. Cumplida la condena, su historia aún se recuerda. Varios periodistas le esperaban a su salida de prisión en octubre de 2017 y, con dos bolsas de basura como equipaje, les relató con naturalidad que su primer objetivo era pasar unos días en el bosque que veía desde la cárcel.

«Dedíqueme a mirar, a dar paseos, tenía gana de ver por allí la montaña. Siéntese una emoción bastante grande porque vuelves a ver la naturaleza otra vez, los árboles, los prados y los ríos y esto tiene mucha belleza», contó días después al propio Lagar -«sí, regaláronme tu libro, pero pesaba mucho»- una vez que sus únicos familiares lo devolvieron a la casa familiar en La Llaneza. Y desde entonces allí sigue el fantasma que la Guardia Civil persiguió durante 57 días, el «fugao» tras matar a su hermano en un pueblo que aún no sabe quién es Caín y quién Abel y que, casi tres años después de salir de prisión, apenas se deja ver. «Él no quiere ver gente ni que lo vean y, de hecho, no lo ves», asegura a Efe un vecino de Tomasín.