«Ciudadanos de segunda» en la era de la mascarilla

ASTURIAS

Las personas sordas se sienten «deprimidas, frustradas, aisladas y desesperadas» en un mundo lleno de barreras infranqueables

07 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La pandemia está siendo la puntilla para muchos colectivos históricamente olvidados. Dentro de una sociedad donde el raro es el diferente a la mayoría, padecer una discapacidad supone limitaciones diarias de todo tipo, por pequeñas que parezcan a simple vista. Así es que a día de hoy el uso obligatorio de mascarilla en cualquier espacio público supone una gran barrera comunicativa para las personas sordas. «Nos sentimos invisibles. Ciudadanos de segunda», denuncia Paula Fernández, presidenta de la Federación de Personas Sordas del Principado de Asturias (Fesopras).

Seguro que a todos les ha supuesto un impedimento en algún momento mantener una conversación en plena calle con la mascarilla puesta. Imagínense si tuvieran una discapacidad auditiva. «Es una realidad que el volumen del sonido al hablar con mascarilla disminuye unos diez decibelios», apuntan desde la Asociación de Padres y Amigos de Personas con Discapacidad Auditiva de Asturias (Apada). A esto se suma el material del que están fabricadas. La mayoría, homologadas o no, están hechas con materiales opacos. Lo que supone una dificultad añadida en la comunicación con personas sordas, utilicen o no la lengua de signos.

La «mascarilla transparente expression» cumple con todas y cada una de las recomendaciones sanitarias. Los ensayos clínicos han superado con éxito las pruebas de material, ajuste facial, transpiración, hermeticidad, absorción y penetración de humedad, entre muchas otras características. En definitiva, son productos totalmente seguros. Sin embargo, el problema no acaba aquí. Para que el uso de las mascarillas transparentes tuviera un impacto real en la comunicación diaria de las personas sordas, tendrían que llevarlas la mayoría de la sociedad a través de un ejercicio de sensibilización. «Tampoco pedimos tanto, pero al menos que lo hagan desde las administraciones públicas», ruegan desde Apada.

Una barrera telemática

En este punto es donde entra en juego la no presencialidad de las gestiones médicas y/o administrativas de cualquier tipo. En el caso de ser presenciales, bajo cita previa, «entre las mascarillas y las mamparas de separación es imposible». En el caso de ser vía telefónicas, el impedimento es claro. A pesar de que muchas personas con dificultades auditivas pueden mantener una conversación por teléfono «no lo hacen con la misma fluidez» por lo que supone una nueva barrera. Desde Fesopras han puesto un servicio de mediación para este tipo de gestiones. «Facilitamos un intérprete o incluso mediante una plataforma de vídeo. Pero sigue sin ser suficiente», clama la presidenta de la federación.

Por su parte, el doctor Mancebo Allende, otorrinolaringólogo en Oviedo, afirma que es un supuesto que «las personas con discapacidad auditiva tienen que bajarse la mascarilla para comunicarse». Así es que tienen que lidiar con un riesgo innecesario para evitar contagios de covid-19.

«Deprimidos, frustrados, aislados y desesperados»

Estos son solo algunos de los sentimientos de las personas sordas actualmente. Todas y cada de las barreras infranqueables contras las que luchan a diario les van minando cada vez un poco más. «Anímicamente es muy duro. Nos sentimos deprimidos, frustrados, aislados, desganados», lamentan. Además, desde Apada señalan que «El Principado no está teniendo en cuenta a esta población». Aseguran que en las comparecencias del presidente Adrián Barbón hay un intérprete, «pero no subtítulos en directo, lo que sería de verdad inclusivo», dice la asociación. No obstante, «sí que después se suben a Youtube editados, pero ya no tiene la misma repercusión, ni todas las personas lo saben».

En definitiva, desde las asociaciones inciden en la idea de que las personas sordas «no forman parte del sistema». Se sienten invisibles ante unas administraciones que palian sus dificultades «de forma insuficiente», lo que desemboca en una «dependencia» de otras personas que les genera «desesperación e impotencia» constante.