Se cumplen 25 años de la muerte del teniente Manuel Álvarez cuando descendía un «ochomil» del Karakórum
12 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El Karakórum, una de las cordilleras más duras del mundo a decir de los expertos, se cobró la vida del asturiano Manuel Manolín Álvarez cuando acaba de conquistar un nuevo ochomil. Nunca regresó a España para disfrutar de su éxito. Dentro de poco, el 17 de julio, se cumplirán justo 25 años de la tragedia.
Entrenado en los Picos de Europa, Manuel Álvarez (Valdesoto, Siero, 1958) era un enamorado y experto de la alta montaña. Teniente del Ejército, pertenecía al Grupo Militar de Alta Montaña de Jaca (Huesca), que colaboraba en las expediciones del programa de Televisión Española Al filo de lo imposible.
Desde muy joven supo que lo suyo eran los retos difíciles: con poco más de 20 años ya asciende al Naranjo de Bulnes. No se consideraba un hombre de oficina. Hizo un curso para mando en la dura Compañía de Operaciones Especiales (COE, ahora GOE), salió de la Academia Especial Militar como teniente y tuvo varios destinos, entre ellos en el regimiento Príncipe en Siero, no muy lejos de su localidad natal, y finalmente Jaca.
Sigue escalando; acumula un centenar de ascensiones a picos de más 2.500 metros y, ya en 1993, participa en la Expedición Internacional al Pico Chogolisa (7.654 metros) en el Karakórum. Dos años más tarde casi resulta sepultado por un alud mientras asciende al macizo Vinson, el más alto del continente antártico (4.892 metros). Pero no se arredra.
En 1996 llega ese gran reto, la expedición al Gasherbrum I, entre los picos de más de 8.000 metros que coronan la cordillera. Tardaron más de una semana en instalar el campamento en los 5.100 metros de altitud, con un tiempo complicado. Una pausa en el temporal permite al grupo de Manuel (el comandante Alfonso Juez, Juan Tomás, Iñaki Ocho y él mismo) acometer el ascenso.
El Karakórum es un enemigo implacable. Situada en la frontera entre Pakistán, India y China, se trata de una colosal cordillera de 500 kilómetros de longitud y cinco de las catorce cumbres de más de 8.000 metros de la Tierra. Lo extremo de su clima hacen que sea una zona muy poco poblada, que ni siquiera los duros habitantes de la región pueden conquistar.
De noche aún, Juez y Álvarez parten del campamento III y a las 10 de la mañana tocan la cima. Están felices de alcanzar uno de los techos del mundo, pero son conscientes de que les queda por delante un difícil retorno, bajo una potente ventisca que hiela el cuerpo e impide la visibilidad.
En algún momento no pueden verse entre sí, hasta que Alfonso distingue finalmente a su compañero, que ha sufrido un accidente. La caída no lo deja inconsciente, pero sí muy dolorido. Alcanzan a duras penas el campamento III, donde Alfonso ayuda a Manuel a meterse en el saco de dormir para calentarlo y descansar.
Al mismo tiempo, avisan al campo base pidiendo ayuda, pero durante seis días el temporal arrecia y nadie puede acudir. Seis días inmovilizados. Manolo pide a Alfonso que le deje allí y descienda, lo mismo le ruegan desde abajo, pero el comandante se niega a abandonarlo. No bajará sin su compañero herido.
Había esperanza. El capitán Alberto Ayora, otro compañero, contaría después de Manuel Álvarez que era «el mejor de nosotros, el más técnico, el más fuerte. Y además era una persona que respiraba tranquilidad por los cuatro costados; como compañero de cordada suyo, te sentías seguro».
Pero llega el día fatídico. Un poco de mejoría en el tiempo pone en marcha el dispositivo de rescate. Ellos ya están bajando. Sin embargo, según señalaba entonces un portavoz del Ministerio de Defensa tras el fatal desenlace, «Álvarez apenas podía moverse, debido al cansancio y a la altitud».
El apoyo de otros alpinistas los fue acercando poco a poco, pero durante una bajada en rappel, la cuerda se rompió. Alfonso consigue agarrarse, pero Manuel se precipita por un corredor, golpeándose sin remedio. Yace muerto en la nieve. Eran las 15.30 horas del 17 de julio de 1996.