Diego Díaz: «La Pasionaria se rebeló contra el destino que le tocaba como mujer de la clase obrera»

Marcos Gutiérrez ASTURIAS

ASTURIAS

Diego Díaz, escritor e historiador
Diego Díaz, escritor e historiador Tania González

El historiador y escritor analiza en «Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibárruri» las luces y sombras de una figura icónica del siglo XX. Un «personaje fascinante, con muchos claroscuros»

26 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Diego Díaz Alonso (Oviedo, 1981) es el autor de «Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibárruri» (Hoja de Lata, 2021). La publicación coincide con el centenario del Partido Comunista de España y se trata de una biografía divulgativa que se adentra en la vida de un personaje fundamental en la historia de nuestro país. Este historiador trata de desentrañar las causas de ese «fallo en el sistema», por el que una mujer nacida en 1895 en un contexto familiar, religioso y social eminentemente tradicional llega a convertirse en un icono mundial del movimiento obrero y de la resistencia antifascista. Una mujer que llegó a ser la secretaria general de uno de los principales partidos comunistas de Europa occidental. La única miembro del buró de la Komintern, que despachaba de igual a igual con Indalecio Prieto, Azaña, Stalin, Mao, Jrushchov o Fidel Castro y que también fue pionera de un cierto feminismo socialista. No obstante, el libro no se queda en las luces, sino que también entra a fondo a estudiar las sombras del personaje y la persona, huyendo tanto de la loa excesiva como de la demonización.  

-¿Cómo surge la oportunidad de escribir esta obra?

-Es un encargo que se me hace en el contexto del centenario del PCE, que se cumple ahora en noviembre. Se trata de un personaje que no me era desconocido, pero del que nunca me había puesto a profundizar sobre su vida. Como de La Pasionaria existían muchas biografías, trato de ver cómo puedo aportar algo novedoso a un personaje muy estudiado, hacerlo mío y convertir ese encargo en algo propio.

-¿Y cómo se logra esa alquimia de aportar una nueva perspectiva de un personaje histórico sobre el que se ha escrito y hablado tanto?

-Decido centrarme en tres cuestiones que me parecían especialmente interesantes. Por un lado, la capacidad que tuvo el movimiento obrero durante 150 años, y que de alguna manera sigue manteniendo, de elevar la conciencia de la gente. Fue la escuela de los que no habían podido ir a la escuela y la universidad de los que no habían podido ir a la universidad. Cuando aparece una persona como La Pasionaria, que tiene inquietudes, de alguna forma gracias al movimiento obrero, a las casas del pueblo, las bibliotecas populares, los mítines y la prensa socialista logra expandir su mente, tener una cosmovisión y comprender dónde está. Por eso el libro se titula «La vida inesperada». Porque, de alguna forma, el movimiento obrero daba a las personas ese modo de reinventarse y experimentar unas vidas diferentes a las que les tocaba por su clase social.

Diego Díaz
Diego Díaz Tania González

-¿Cuáles son los otros dos aspectos desde los que se construye el libro?

-El segundo elemento que introduzco y que a mí me interesaba mucho es la cuestión de género. En Dolores Ibárruri está permanentemente enlazada. Su rebelión es contra el destino que le tocaba como mujer de la clase obrera. Ella no quiere ser la persona que su madre quería que fuese. Ésta le dice que la vida para ella será «hilar, parir y llorar». Ella se rebela contra esto. A partir del 33, cuando asume la secretaría de la sección femenina del PCE, se convierte en una muy destacada organizadora de mujeres, hasta el punto de que funda una organización de Mujeres Antifascistas que se convierte en la entidad femenina más importante de la España republicana. Luego hay un tercer elemento que me interesaba, que era el estalinismo. La paradoja de que algunos de los grandes defensores de la democracia y los derechos humanos en el siglo XX han sido, a la vez, grandes estalinistas. Me llamaba la atención plasmar esa defensa de la República, el antifascismo, la lucha contra el colonialismo, el apartheid en Sudáfrica o el racismo en los Estados Unidos, al mismo tiempo que se es estalinista. Cómo el estalinismo inicia una espiral autodestructiva que, al final, termina devorando a todo el mundo.

-En su prólogo, Enric Juliana afirma que: «este libro no se rinde a la leyenda», ¿qué Dolores Ibárruri conocemos si huimos de la hagiografía, por un lado, y de la demonización, por el otro?

-Creo que a un personaje fascinante, con muchos claroscuros. A la luchadora que logra vencer las barreras de clase y de género. Al mismo tiempo también están las sombras del estalinismo, que son muy alargadas. Fueron tiempos muy duros en los que se tomaron decisiones difíciles, a veces equivocadas y otras de una enorme brutalidad. En muchos casos se miró para otro lado ante crímenes muy grandes cometidos por los propios. Ella, a pesar de ese componente estalinista, tiene un factor de dignidad bastante importante y que la redime de algunos de sus pecados. Me refiero a su condena de la invasión de Checoslovaquia. Creo que fue una de las decisiones políticas más difíciles de su vida, porque era una de las fundadoras del Partido Comunista, admiradora de la Revolución Rusa y que le debía muchísimo a la Unión Soviética. Al fin y al cabo, la mayor parte de su vida ella la pasa allí, con una situación relativamente privilegiada. Había sido una gran admiradora de Stalin y, aún así, considera que es un error enorme el hecho de que la Unión Soviética aborte aquel experimento de un socialismo democrático y pluralista que se estaba dando en Checoslovaquia. Es un gesto que la redime de otros muchos momentos en los que cerró filas con auténticas barbaridades.

El PCE de José Díaz y Pasionaria
El PCE de José Díaz y Pasionaria

-¿Cómo fue posible ese «fallo en el sistema» que permitió que una mujer nacida en 1895 en el seno de una familia minera, tradicionalista y católica de la Vizcaya profunda se convirtiera en La Pasionaria?

-Ese «fallo en el sistema» creo que tiene que ver, en parte, con actitudes personales. Estamos hablando de una persona inteligente, lectora voraz desde niña y cuyo sueño era ser maestra. Hablamos de un ser humano especial, pero que también tiene unas circunstancias. Por un lado conoce a un hombre, Julián Ruíz, con el que no fue muy feliz, pero al que siempre agradeció que le descubriera en gran medida el socialismo y le diera una comprensión racional del mundo. Ella se había formado en el catolicismo, creía que la existencia era un valle de lágrimas y que, como obrera y mujer, le tocaba esa vida de penalidades. Gracias a Julián descubre que el mundo se puede transformar y que nada está escrito. A través de la acción colectiva la clase trabajadora se puede emancipar y las mujeres tener otras vidas. El otro elemento que permite ese «fallo en el sistema» es esa capacidad de ilustración de masas que tenía el movimiento obrero. En el libro cuento que, cuando se conocen, una de las primeras cosas que hace Julián es regalarle un libro de Víctor Hugo ¿Cómo podría haber llegado una obra de Víctor Hugo a un  minero que apenas podía haber ido a la escuela, en un pueblo perdido del norte de España? La respuesta es que porque existía el movimiento obrero, que siempre tuvo una gran preocupación por que la clase trabajadora se emancipase también a través de la cultura. El tercer factor es que su matrimonio y su juventud coinciden con un periodo de radicalización en España, que es el Trienio Bolchevique. Ella se casa siendo una ferviente católica, miembro del Apostolado de la Oración, y al año siguiente ya está preparando bombas para los disturbios violentos que se van a producir en la huelga general revolucionaria de agosto de 1917.

-Su «salto a la fama» definitivo se produce en octubre de 1934, durante la revolución de Asturias, si bien ahí Dolores Ibárruri ya llevaba una dilatada trayectoria dentro del movimiento obrero, en el PCE desde su fundación, como presidenta de la Unión de Mujeres Antifascistas y diputada en las Cortes de la Segunda República.

-Sí. Es una persona que destaca desde muy pronto. Como anécdota, hay que decir que era una mujer muy alta y ya, solamente por su aspecto, resaltaba. Los corresponsales extranjeros que vienen a España durante la Guerra Civil y escriben sobre ella, una de las cosas que les fascina es su imagen, como una suerte de «aristócrata obrera». Interesa esa mezcla de señora que va vestida de negro, que tiene algunas canas y se nota que ha tenido una vida dura, pero que trasmite una elegancia natural. Evidentemente, la represión posterior a 1934 comienza a convertirla en un personaje famoso. Los socialistas, a pesar de haber impulsado la revolución, gestionan muy mal la fase de la represión. Una parte considera que ha sido un error; otra no estaba de acuerdo ni siquiera con la Revolución del 34; otra decide que, para evitar males mayores, no hay que sacar mucho pecho… entonces, ¿qué hacen los comunistas? Queda un vacío muy grande para organizar la lucha contra la represión y lo ocupan ellos en gran medida. La Pasionaria crea un comité con algunas mujeres de clase media republicanas, que se llama Pro Infancia  Obrera. Una de las cosas de las que se encargan es de la evacuación de niños asturianos que tenían a sus padres presos, muertos o en el paro para llevárselos de manera temporal con familias de otras partes de España. Ahí se comienza a forjar un poco la leyenda de La Pasionaria. Luego llega un suceso clave, que es su elección como Diputada. Al día siguiente los revolucionarios presos de la cárcel de Oviedo se amotinan. Ella va allí y, como Diputada, toma el mando de la prisión para abrir y liberar a todos los encerrados. Ella utiliza su cargo para meterse en todos los charcos: frena desahucios, se encierra con mineros en huelga… en definitiva, que utiliza ese parapeto para hacer acción directa apoyando causas sociales. Esto rompía con un estilo de parlamentarismo por parte de los socialistas y republicanos del mitin, la charla e intervenir en el Congreso de los Diputados con grandes demostraciones de oratoria. Ella hace un parlamentarismo muy pegado a la calle y los conflictos, que la convierten en un rostro muy popular. Luego llega la Guerra Civil y es la eclosión del personaje porque, además, todos los corresponsales de guerra quedan absolutamente hechizados por La Pasionaria y contribuyen a que se convierta en una leyenda internacional.

-Durante la Segunda Guerra mundial las mujeres americanas pudieron entrar por primera vez en masa al mercado laboral y ocupar puestos hasta entonces reservados a los hombres, que estaban en el frente. La Guerra Civil también cambió esos roles de género en España, al menos eventualmente, ¿verdad?

-Efectivamente. La Guerra Civil en el bando republicano es contradictoria en el sentido de que comienza con algo muy rupturista y simbólico, como son las milicianas. Hacia otoño del 36 todas las organizaciones empiezan a mandar a las mujeres a la retaguardia, en una división sexual del esfuerzo bélico. Los hombres a pegar tiros y las mujeres a la retaguardia. Esto es algo en lo que participan todos. No hay excepción. Digamos que la guerra comienza con un avance muy fuerte de las mujeres y se produce luego ese retroceso, pero es verdad que en esa retaguardia también se produce una revolución femenina. A medida que avanza el conflicto bélico más mujeres empiezan a trabajar en las fábricas, como enfermeras, cuidadoras de niños, en las telecomunicaciones… esa incorporación al espacio público y al trabajo remunerado, que había comenzado en los años 30, se ve acelerada por la guerra. Además, las organizaciones antifascistas contribuyen a aumentar la marcha de ese proceso. Se hace una propaganda muy activa orientada a que las mujeres estén en las fábricas, de alguna forma con la idea también puesta en que si se implican en el esfuerzo bélico también se van a beneficiar en la paz.

-De hecho, en el 36, La Pasionaria les dice a las milicianas, «no queremos recibir la victoria como un regalo de los hombres, sino como algo que nosotras también conquistamos». No obstante, poco después la propia Pasionaria evoluciona a un modelo femenino más tradicional: el de la madre protectora y sufridora de una patria en guerra ¿A qué cree que se debió este viraje?

-Yo creo que el PC es un partido muy hábil manejando la propaganda y descubre que el potencial de Pasionaria está en su mezcla de tradición y ruptura. Por un lado es una mujer que asume un rol muy destacado en la guerra, que arenga a las masas y tiene un componente muy rupturista de mujer que cuenta con un protagonismo público muy grande, haciendo tareas tradicionalmente destinadas a los hombres. Pero al mismo tiempo hay un elemento de mujer tradicional y madre. Esa combinación la hace irresistible y es uno de los potenciales de Dolores Ibárruri. Era muy convincente que ese discurso y protagonismo lo tuviera una mujer cuyo aspecto era tradicional de clase obrera. Luego, efectivamente, empieza a interpretar ese papel de la madre de los soldados en la retaguardia. Se convierte en una suerte de Agustina de Aragón antifascista, que le disputa la maternidad a la derecha. Por eso también el otro bando la odia tanto, porque capta la eficacia del personaje.

-En este sentido, su presencia en el frente y su capacidad como oradora la hicieron un icono comunista internacional, prácticamente al nivel de Lenin o Stalin.

-La guerra la catapulta a una fama internacional. Tiene una estatua en Glasgow, su biografía está traducida a todos los idiomas y en la URRS había una auténtica veneración por ella, también por el hecho de que su único hijo varón muere en la batalla de Stalingrado, lo cual para ella fue un sufrimiento enorme pero que termina de redondear el personaje. Obrera, autodidacta, mujer, que logra llegar a la cima del comunismo y, aparte, ofrece un hijo a la causa de la gran guerra patria. Solo había algo que podía ensombrecer esa figura, que fue su relación amorosa con Antón, un hombre catorce años más joven.

-¿Cómo fue su vida en el exilio?

-Tras el exilio pasa por varias fases. Inmediatamente tras la Guerra Civil pasa por un tiempo casi de depresión y circunstancias muy duras en lo personal, como la muerte de su hijo. Son unos años muy duros. También está la necesidad de romper con Antón, porque más o menos el partido se lo impone. Luego tiene el regreso a Francia, donde vuelve a jugar un papel importante. Pero ahí, y es una idea que comparto con Vázquez Montalbán, creo que su punto fuerte nunca fue el de Secretaria General. Era una gran movilizadora, le encantaba el contacto con las masas y se desenvolvía muy bien. En el exilio se va acomodando a otra vida. La Unión Soviética estaba muy lejos de España y, progresivamente, se va convirtiendo en una figura más simbólica que ejecutiva. Ella en ocasiones se resiste a esto, porque hay veces que quiere ejercer de Secretaria General, pero también pasa por una enfermedad que está a punto de matarla. En un acto de realismo, en los 60, cede el testigo a Carrillo que, al contrario que ella, está como loco por asumir la secretaría.

-¿Cómo fue la relación de la Pasionaria con la cúpula del PCE?

-Creo que ella no se fiaba mucho de Carrillo, lo cual era lógico porque era un tipo muy ambicioso que tenía unas ganas locas de ser Secretario General. Monta una especie de partido dentro del partido con los antiguos miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas. En un primer momento Dolores Ibárruri trata de frenar esas ambiciones pero luego, ya cansada, en un ejercicio de realismo le deja el partido y ella se dedica a ser una abuela que vive cómodamente en Moscú, que puede darles a sus nietos el tiempo que no pudo darle a sus hijos. En ocasiones la mandan a Vietnam, China o Cuba, donde queda hechizada por Fidel Castro, un «enamoramiento» que es mutuo. Ella es bastante fiel al centralismo democrático y asume disciplinadamente todos los giros políticos que va dando Carrillo sin rechistar demasiado. Luego, en los años ochenta, mientras que Carrillo no admite que su tiempo ha pasado y trata de seguir en primera línea de la política montando su partido, ella asume que le toca ser la guardiana de las esencias. Se lleva bien con Gerardo Iglesias, conoce a Anguita cuando ella ya está muy mayor…

Carrillo, con La Pasionaria, en sus escaños
Carrillo, con La Pasionaria, en sus escaños

-Tras su regreso a España fue elegida nuevamente diputada por Asturias en las primeras elecciones democráticas, pero ¿se puede decir abiertamente que su papel como política fue entonces ya más simbólico que real?

-Sí, pero ese papel simbólico ya comienza antes. Pasa tres décadas interpretándolo muy bien. La organización asturiana consideraba un error presentarla como diputada, porque estaba muy mayor. Cuestiones como la crisis de Ensidesa, el estatuto de Autonomía o la oficialidad del asturiano le quedaban tremendamente lejanas, con lo cual no puede hacer un gran trabajo como parlamentaria. Lo que sí hace es regalar a la Transición una imagen simbólica muy potente, que es la continuidad entre las cortes republicanas y las del 77. Esa fotografía icónica de ella bajando las escaleras del Congreso con Rafael Alberti le hace un gran favor a la democracia española, porque de alguna forma le da una pátina de legitimidad y una cierta continuidad. Dibuja un nexo entre el 36 y el 77. Había otro diputado, por cierto, que también lo había sido en el 36. Manuel de Irujo, del PNV. Lo que pasa es que era muy poco conocido. Ese día la imagen es La Pasionaria. A ese «coco» que había dibujado el franquismo, como Diputada de más edad, le toca estar en la presidencia. También es el momento del apretón de manos con Adolfo Suárez, momento con el que abrimos el libro, y que es icónico. Hay un cierto punto de premio de consolación y justicia histórica en el hecho de que una mujer a la que el fascismo echó del escaño en el 36 pudiese volver de nuevo más de 40 años después.

-¿Cree que la Pasionaria llegó a ser consciente de su poso histórico?

-Sí. Desde el primer momento ella es consciente de que es leyenda y actúa como tal, cuidando ese legado. Escribe unas memorias que cuentan unas cosas y omiten otras pero, sobre todo, quiere que la quieran. No se dedica a hacer el ridículo como Carrillo, con experimentos que fracasan totalmente. Donde el partido la manda, allá va ella. Es sabedora de que va a pasar a la historia y desea hacerlo de la mejor forma posible, lo cual es muy normal.

-¿Cuál es el legado hoy de Dolores Ibárruri?

-A mí me interesa esa parte de que, a través de la lucha y la cultura, la gente de clase trabajadora puede llegar a tener una comprensión de su papel en el mundo y de cómo pueden intervenir para cambiarlo. Luego, en un momento como este de impulso feminista tan grande, está bien que rescatemos estas figuras de un cierto feminismo obrero. Ella nunca se definió con ese término, porque para La Pasionaria tenía unas connotaciones burguesas, pero fue pionera en la defensa del aborto, de los derechos de las mujeres de clase trabajadora, de la necesidad de emancipación económica femenina para independizarse de sus maridos... no se puede hacer una genealogía del feminismo donde solo existen unas señoras de clase media preocupadas por el derecho al voto. Este país tiene una historia de feministas que ligaban la lucha por los derechos de las mujeres con la emancipación de la clase trabajadora. Ahí están La Pasionaria, Federica Montseny, Mujeres Libres, Mujeres Antifascistas… está muy bien que conozcamos ese otro feminismo de clase obrera y trabajadora, que entendía que esa emancipación de las mujeres no solo pasaba por una cuestión de igualdad de derechos en las leyes, sino también por grandes transformaciones socioeconómicas.