Pablo Simón: «El rostro de la pobreza en España es el de los jóvenes»

Marcos Gutiérrez ASTURIAS

ASTURIAS

Pablo Simón
Pablo Simón

El analista y politólogo, que imparte la conferencia inaugural de los Encuentros Internacionales de Juventud de Cabueñes, charla con La Voz acerca de la economía, política y sociedad que quedarán en la playa una vez que la marea de la Covid 19 se retire

08 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Comienza una nueva edición, la XXXIX de los Encuentros Internacionales de Juventud de Cabueñes. La conferencia inaugural, «Generación COVID-19: de la Gran Recesión a la pandemia», corre a cargo de Pablo Simón (Arnedo, 1985). Este profesor de Ciencia Política en el departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid y doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Université Libre de Bruxelles. También es analista habitual en diferentes medios de comunicación como El País, La Sexta, TVE o la Cadena SER. Cree que la crisis causada por la pandemia, unida a la previa de 2008, ha contribuido a «agrandar o ensanchar las desigualdades de los jóvenes en España», por lo que considera esencial «reescribir un pacto generacional». Resalta que el coronavirus, a diferencia de otras pandemias, ha servido «como un mecanismo que ensancha desigualdades» y considera que es «una prueba más» para la supervivencia del Estado del Bienestar tal y como lo hemos conocido.

-La conferencia inaugural lleva por título «Generación COVID-19: de la Gran Recesión a la pandemia», ¿qué temas va a tocar en ella?

-El objetivo es presentar el panorama de las relaciones jóvenes en España, sobre todo de las generaciones nacidas del 85 en adelante, es decir, la millennial y centennial, fundamentalmente. Éstas se caracterizan por dos elementos. El primero es que en España, en general, la situación estructural de los jóvenes siempre es complicada desde muchos puntos de vista: empleo, emancipación, deseos reproductivos… pero, además, estas generaciones, que se encuentran en una situación estructuralmente difícil por los retos que afrontan, se han cruzado con dos crisis económicas en un tiempo muy reducido, que son la gran recesión del 2008 y ahora la derivada de la Covid 19. Ambas se ceban particularmente en ellos desde todas las perspectivas que comentábamos antes. Lo que han hecho estas dos crisis es agrandar o ensanchar las desigualdades de los jóvenes en España.

-¿Vamos hacia una generación perdida?

-Hoy sabemos que el de los jóvenes es el rostro de la pobreza en nuestro país. La pobreza infantil y juvenil es tres veces mayor que la de aquellos que tienen más de 65 años; siguen en una situación muy difícil para conseguir empleos estables; calculamos que hay unos treinta puntos más de precariedad entre aquellos que tienen menos de treinta años; la emancipación residencial es un auténtico reto imposible que se agrava más en situación de crisis… además, el 60% de los jóvenes en España viven con sus progenitores porque no les queda más remedio. Todo eso incide en el desarrollo de su potencial, convirtiéndose esa generación en una de las que más está sufriendo los estragos de esas crisis. Obviamente no hablamos de la perspectiva sanitaria, ya que ellos en términos de mortalidad sufren menos esa incidencia, pero sí desde la perspectiva social y económica. Hoy en torno al 60% de los españoles piensan que sus hijos van a vivir peor que sus padres. Esto no tiene que ser así, pero lo que denota es que hay un enorme pesimismo. Otro problema es que esta generación va a ser muy desigual, porque hay una serie de desequilibrios internos. No es lo mismo un joven que no ha acabado los estudios que uno que sí y la transmisión del patrimonio sabemos que es una de las cuestiones que hará que estas desigualdades se agranden.

-¿Y qué se puede hacer para que el panorama no sea tan sombrío?

-Lo importante es lograr que el sistema sea sostenible para todos y reescribir un pacto generacional, que en el fondo de lo que habla es de nuestro mercado de trabajo y de nuestro Estado del Bienestar. Si los jóvenes no consiguen empleos no pueden cotizar y pagar las pensiones de sus mayores. Es todo una rueda conectada y los jóvenes son uno de sus engranajes.

-¿Cree que durante la pandemia se ha buscado estigmatizar a los jóvenes?

-Yo creo que sí, pero no necesariamente de una manera premeditada. Lo que ocurre es que nosotros estamos en un contexto en el que existe un sesgo de visibilidad. Hay incumplimientos que son más visibles que otros. Cuando a lo mejor alguien, durante la pandemia, dio una fiesta particular pues eso no se ve tanto. O a lo mejor es que los adultos actúan con más discreción. Lo que ocurre es que los jóvenes tienen un ocio mucho más social, con imágenes más vistosas. Perdemos muchas veces de vista que son unas generaciones que en la situación de dificultad en la que se encuentran han estado mucho tiempo sin contacto social en unas edades en las que ese aspecto es muy importante. Hemos visto imágenes muy llamativas, pero también porque ahí los medios de comunicación encuentran ahí un chivo expiatorio sencillo. Para un cámara es más fácil sacar un botellón que ver todos los otros incumplimientos que no son tan evidentes. Eso ha generado una percepción social que las encuestas recogen. Un 60% de los españoles cree que los jóvenes son los que más han incumplido las restricciones. Sin embargo, las que manejamos nosotros muestran que casi un 90% cumplen con la normativa establecida. Los propios datos de movilidad procedentes de aplicaciones móviles señalan que, por lo menos durante la primera y segunda ola, el cumplimiento de los jóvenes ha sido equivalente al de los adultos. Es una manera fácil y vistosa de explicar un mecanismo al que era muy complejo responder, que no es otro que por qué subían otra vez los niveles de incidencia. Pues la respuesta es que porque los jóvenes no estaban vacunados. La prueba de que han cumplido es que había quienes decían que no se iban a vacunar y, al final, lo han hecho en una proporción equivalente a los adultos.

-Recientemente publicaba «Corona. Política en tiempos de pandemia» (2020, Debate). Uno de los temas que trata en él es la brecha social ¿Cree que la crisis del coronavirus precipitará las ya de por sí crecientes desigualdades sociales?

-Sin duda. Si algo sabemos es que el coronavirus, a diferencia de otras pandemias, ha servido como un mecanismo que ensancha desigualdades. A lo largo de la historia era más habitual que estas situaciones redujeran la desigualdad porque, desgraciadamente, fallecía mucha gente y eso redundaba en una subida de salarios, porque si hay menos gente para trabajar y tienes la misma demanda de empleo se paga más. Ahora sabemos que esto no es así. En primer lugar desde la perspectiva sanitaria, ya que sabemos que, aparte de los médicos y enfermeros, los que más se han contagiado son los colectivos que desarrollan tareas esenciales, que normalmente son las personas que disponen de menos recursos: chóferes, barrenderos, limpiadores… esa gente es la que más expuesta ha estado al virus y, por lo tanto, la que más dificultades tiene. Además, ellos no han podido teletrabajar y en algunos casos tener hogares acondicionados, ya que quienes viven más apiñadas son las personas con menos recursos. Luego hay otra dimensión, que es el efecto de los confinamientos en sí mismo. Ha cerrado sectores de cara al público, especialmente en los servicios, que normalmente están peor pagados y remunerados en negro en ocasiones. Por hacer un recorrido de vida, imaginemos un joven que trabajaba en la construcción. Pincha la burbuja inmobiliaria, se va al paro sin estudios y lo único a lo que puede dedicarse es a servir copas. Pues cuando llega el coronavirus le cierran también la posibilidad de hacerlo. Eso crea que una brecha que se ensancha desde la perspectiva generacional, pero también desde la social. Y con la desigualdad ocurre un poco como con la curva del coronavirus. Se dispara muy rápido hacia arriba, pero bajarla es algo que lleva mucho más tiempo. Por ejemplo, tenemos algunos mecanismos de garantía de rentas, caso de los ERTEs, pero claro, a ti te hacen un ERTE si tienes un trabajo fijo o estás en plantilla en una empresa. Si eres un autónomo, un falso becario o alguien que pertenece a una subcontrata lo que hacen es no renovarte. Por eso esos sectores lo han sufrido más y el Estado del Bienestar no tiene una cobertura eficaz para acogerlos.

-¿Está el Estado del Bienestar ante su prueba más dura?

-Sin duda esta es una prueba más. Las crisis son los momentos en los que se disparan los mecanismos o contrafuertes sociales. Hay países que los tienen más eficaces y otros menos. En España tenemos un problema, que es que nuestro Estado del Bienestar es muy ‘Bismarckiano’, en el sentido de que está muy basado en las cotizaciones a la Seguridad Social. Eso lo que hace es que los que más protegidos están son los mismos que piden empleo. Por lo tanto es una pescadilla que se muerde la cola, porque el 20% de la gente más pobre de nuestro país tiene muchas dificultades para acceder al empleo y a las coberturas sociales, porque las que tenemos son poco universalistas. Se ha intentado poner una prestación universal para personas que están en una situación ultra vulnerable, que es el Ingreso Mínimo Vital, y ya estamos viendo los problemas que está teniendo para desplegarse. Es una política difícil, que cuesta ponerla en marcha, no tenemos rodaje… el problema también es que nuestro Estado del Bienestar está mal acondicionado y preparado. En otros sitios que el gasto público suba es normal, que la cobertura llegue es normal, pero la eficiencia en nuestro gasto público es más escasa y nuestra capacidad redistributiva menor. Por tanto, nuestra red de seguridad tarda en desplegarse y tiene muchos agujeros, por lo que hay gente que se queda por el camino.

-¿Considera que el Estado de las Autonomías está más en cuestión hoy?

-Tenemos evidencia mixta sobre esto. Hay unos colegas académicos, Garmendia y León, que han publicado un artículo que dice que con el impacto de la primera ola la gente se volvió más centralista. Es decir, la gente quería que un gobierno central, único y un mando claro fuera el que tomara las decisiones en pandemia. Es cierto que nosotros hemos tenido un proceso de desescalada y salida de la pandemia que ha sido claramente autonómico. En todas las comunidades en las que hemos pasado el test del algodón de unas posibles elecciones la gente está votando a quien ya le gobierna. No hay una sola autonomía en la que su presidente no haya salido reforzado. En Cataluña como son independentistas tenían dos, pues esos dos, pero también están Ayuso, Feijóo, Urkullu… la gente está premiando a quienes gobiernan en las autonomías. Sí que pueden haber subido algo las pulsiones centralistas, pero esto es algo que ya había antes del coronavirus. El Estado de la Autonomías ya estaba siendo impugnado, incluyendo algunos partidos que piden recentralización o supresión. Pero yo creo que el impacto de la pandemia ha permitido desarrollar una gobernanza nueva. España tiene muchos problemas de falta de mecanismos de coordinación horizontal, es decir, de diálogo entre autonomías. Yo creo que eso ha mejorado sustancialmente gracias al foro autonómico de toma de decisiones entre Sanidad y las comunidades para la toma de medidas. Esto se ha vuelto mucho más común y va a ayudar a que nuestro sistema pueda funcionar algo mejor. Que estas conferencias de presidentes y consejeros se vuelvan la nueva normalidad y lo apliquemos a muchas más cosas.

-Con el brexit y el America first ya se empezaba a atisbar en el Reino Unido y EEUU antes de que la Covid 19 llegase a nuestras vidas, pero ¿puede esta situación propiciar un ensimismamiento similar en los estados miembros de la Unión Europea, por ejemplo?

-Pues es pronto para saberlo. Pero hay dos dinámicas contrapuestas y saberlo dependerá de la resolución de esos dilemas. El primer elemento importante es que todo va a depender de la solución que le demos a la crisis económica. Aquí sí que hay que decir que la Unión Europea ha hecho una apuesta en una línea totalmente diferente a la de la crisis de 2008. Hemos tomado una serie de decisiones estratégicas que pasan por permitir endeudarnos, por los fondos Next Generation… es decir, una serie de políticas que son inversas a las adoptadas hace 13 años. Por tanto hay un elemento algo más luminoso y positivo, que es que la Unión Europea ha aprendido de los errores y ha entendido que si hubiera aplicado las mismas recetas que en el 2008 los partidos más proteccionistas y euroescépticos cobrarían más importancia. Por el otro lado hay una dinámica que la UE tiene más difícil controlar. No es solo que tenga amenazas en términos de retroceso autoritario dentro de sus fronteras, sino que vamos a un mundo que va a avanzar hacia relaciones más crudas de poder. Probablemente no vamos a ver guerras calientes, pero las económicas y tecnológicas van a ser la nueva normalidad. La tensión entre Estados Unidos y China va a continuar aumentando y la UE tiene que decidir qué hace. Ahí es donde tiene muchas voces que empujan en direcciones contrarias, lo que hace más complejo diseñar una estrategia. A lo mejor a la UE le interesa tener mucha más autonomía estratégica, es decir, capacidad de fabricar lo que necesita y no depender del conjunto del mundo. Esto es algo en lo que insiste mucho Macron. Pero claro, eso implica que todo el mundo quiera y reme en la misma dirección. Eso es lo que no está tan claro y sí es un problema que, a medio plazo, puede hacer que la UE pierda posiciones.

-¿No resulta cuanto menos paradójico que la época de la humanidad con mayores medios para la comunicación y la interconexión las recetas y medidas nacionales para combatir la pandemia hayan sido de todo menos coordinadas?

-Si, en ese contexto es en el que estamos. La paradoja de la globalización es que tenemos riesgos compartidos como la pandemia, el cambio climático o la inmigración, y frente a ellos no tenemos instituciones de gobernanza común ni mecanismos de coordinación. Imagina si hubiéramos tenido una agencia mundial, no la Organización Mundial de la Salud, con capacidad de intervención, que funcionara bien y de manera coordinada. A lo mejor esta pandemia ni siquiera habría tenido lugar. Igual hubiéramos intervenido en China al comienzo de la crisis y nos habríamos ahorrado muchos problemas. Sin embargo, esto no ha sido así y es la gran paradoja en la que nos encontramos. Tenemos un mundo más interdependiente que nunca, en todas las direcciones. Paralelamente, aún no tenemos instituciones para poder gestionarlo. Tenemos el marco del estado nación cuando sabemos que la mayoría de los problemas que sufrimos hoy lo trascienden. Eso es difícil de articular y, hasta cierto punto, la Unión Europea es un intento de hacerlo. Pero es verdad que es algo limitado y restringido a una región del mundo.

-¿Es pronto para saber qué formaciones políticas saldrán reforzadas y cuáles debilitadas de este periodo que nos ha tocado vivir?

-Yo creo que es complicado, porque de nuevo las tendencias son contrapuestas. De un lado, en la mayoría de los sitios la gente está prefiriendo votar fórmulas más conservadoras, en el sentido de quedarse como están, y votar a los partidos que ya están en el gobierno. También es cierto que en aquellos lugares en los que la crisis, sobre todo la económica más que la sanitaria, se ha gestionado mal los gobiernos están siendo castigados. Es, por ejemplo, la crónica de EEUU. Ahí lo que hemos visto es que Donald Trump pierde las elecciones por el coronavirus. Si no es difícil pensar que lo hubiera hecho. Es pronto para saber quién sale reforzado, ya que no parece que haya una pauta clara. En algunos lugares vemos que la extrema derecha se refuerza, caso de Italia o Francia, donde ha surgido un nuevo candidato, pero en Alemania, por ejemplo, esto no ha sido así. No hay necesariamente una pauta inequívoca. Sabemos que hay un shock, pero a la hora de la verdad de cómo se resuelva la crisis económica y se compense a los sectores más damnificados dependerá mucho el destino de los partidos que están en el gobierno y del sistema político en general.

-¿Qué efectos psicológico-sociológicos cree que dejará la pandemia?

-Desde luego tiene algunos efectos que ya estamos empezando a documentar. Aparte de la cicatriz que deja la propia pandemia desde la perspectiva educativa. Ha habido un montón de jóvenes, muchos en periodo de transición educativa difícil, que han tenido que adaptarse a la enseñanza online y en ocasiones han pasado un curso con dificultades. Eso, evidentemente, deja un agujero en tu formación. También ha permitido algunos sucesos sociales, como es el aumento del teletrabajo, aunque estamos volviendo a ver un retroceso. En términos de hábitos sociales estamos experimentando más un shock temporal que un cambio de hábitos real. Al principio de la pandemia se hablaba del ‘síndrome del nido’, por el que la gente no iba a querer salir de casa a partir de ahora y no sé en Asturias, pero… yo lo que estoy viendo es lo contrario (ndr: risas). La gente quiere salir a toda costa, tener contactos sociales e interactuar. Eso no ha cambiado. Pero, y eso es evidente, todo esto deja una cicatriz desde la perspectiva psicológica. Sabemos que ha tenido más efecto en los más vulnerables. Me refiero a personas que viven solas, en situaciones precarias, jóvenes… ha habido un incremento de hasta un 30% en los cuadros de ansiedad, depresión y variabilidad de estados de ánimo. Tiene que ver con el confinamiento, las potenciales pérdidas económicas y, lo que es más importante, humanas. Esto es un problema, porque no estamos bien equipados. Ni nuestros sistemas de salud  ni de detección temprana lo están. Se nota que la gente está más reactiva, en nuestros respectivos entornos los humores son más cambiantes… eso depende de tu escenario social y de cómo hayas pasado este periodo pero, desde luego, va a dejar una cicatriz que en algunos casos no se va a manifestar hasta mucho más tarde. Sabemos que en otros casos de confinamiento, aunque no haya sido generalizado, se ha dado esto. Por ejemplo, el SARS 1 y el SARS 2 para los sanitarios que tuvieron que ser confinados tuvo estos efectos y no tenemos por qué pensar que entre la población general no vaya a ser igual.