Miguel Ángel Álvarez, escritor de «Yo, Franco»: «Algún insulto y alguna pequeña amenaza ya me ha llegado»

Marcos Gutiérrez ASTURIAS

ASTURIAS

Miguel Ángel Álvarez
Miguel Ángel Álvarez

Este autor ovetense dibuja una caricatura esperpéntica e hilarante sobre el hombre que rigió el destino de España durante 36 larguísimos años

23 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel Ángel Álvarez (Oviedo, 1978) ganó el I premio Corcel Negro con su primera novela «Vida de Perros». Su cuento «Verano del 88» fue distinguido con la mención de honor en la 66 edición Premio Internacional a la Palabra 2019. Otro cuento «Balbodán» fue finalista del XIX certamen Cuento sobre ruedas 2019 de ALSA. Este autor y traductor escribe también para publicaciones como Descubrir la historia, Quimera, Letralia, Revista de Historia y Maldita Cultura. Con «Yo, Franco» (Editorial Funambulista, 2022) se adentra en el género de la novela de dictador, pintando una caricatura esperpéntica e hilarante sobre el hombre que rigió el destino de España durante 36 larguísimos años. Álvarez resalta que, más que hacer una deformación grotesca del dictador, lo que construye es «una sátira de la manera en la que el franquismo trató su figura».

-¿De qué trata «Yo, Franco»?

-Pues es una biografía novelada que cubre la primera mitad de su vida, hasta los cuarenta años, y que coincide exactamente con el final de la Guerra Civil. Es una sátira de lo que fue la forja del caudillo. Todo lo que se cuenta sucedió, no hay invención. De hecho, si a veces me arrepiento de algo es de no haberme tomado más licencias, que algunas me tomo. Desde su nacimiento en Ferrol, la relación conflictiva con el padre, el fracaso para entrar en la Armada, su tiempo de estudiante de Infantería en Toledo, la guerra en África, su tiempo en Oviedo… cada capítulo corresponde con una etapa de su vida. El tono de la biografía es la sátira y el humor. Todo está contado de un modo auténticamente esperpéntico.

-Comenta que, ante el siempre temido folio en blanco, se le vino a la cabeza la imagen en de Franco, en la guerra de África fumando un porro y teniendo una aparición mariana. ¿Supo ahí que el tono de la novela debía de ser humorístico?

-Hubo un momento en el que intenté contar la novela en serio, pero me pareció realmente imposible. Franco era un auténtico chiflado. Tu miras con perspectiva y estás hablando de un hombre providencialista, convencido de que Dios le había mandado a salvar España de la herejía comunista. En mitad de la guerra la iglesia, que fue una de sus grandes aliadas, le dio la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús y la mantuvo durante toda su vida en su mesita de noche. En el sentido histórico y político es un hombre que retrotrajo a España a la Edad Media, en que los jefes de estado gobernaban por la gracia de Dios. Al final coges todos esos elementos y  ves que esa parte de la historia de España es una comedia.

-¿Cómo ha afrontado el acercamiento a episodios reales tales como el fracaso de Franco en las pruebas de acceso a la Armada, el rescate del Alcázar de Toledo o su noviazgo con Carmen Polo?

-Marx decía que la historia sucede como tragedia y luego se repite como comedia. Yo no sé si sucede así, pero sí es algo cierto en este libro. Luego también bebe mucho de las lecturas de uno, porque en última instancia se encuadra en la novela de dictadores, un género en el que hubo algún precedente argentino. Pero a mí me gusta considerar su génesis el «Tirano Banderas» de Valle-Inclán. Este es un subgénero que alcanzó su cima en Vargas Llosa y García Márquez. Llama la atención la relación histórica que ha habido en estos países con las dictaduras, cuando ya, sobre todo en el caso de España es más llamativo, porque nosotros vivíamos en un entorno en el que ya parecía que las democracias estaban asentadas. Aquí tuvimos una dictadura hasta la muerte de Franco.

-¿Es cierto que la chispa creativa de la novela surge a partir de una imagen muy concreta?

-Allí en Madrid tenía un amigo legionario. Hablando con él tuve claro que veneraban a Franco como a un Dios. Yo conversaba mucho con él y él me hablaba constantemente de Franco, putas y porros. En una ocasión le pregunté si creía que Franco en África se habría fumado muchos porros. Los dos nos reímos. A mí me parece imposible haber pasado diez años en África y no haber probado el hachís. A partir de esa conversación yo me imagino a Franco fumado durante la guerra y así empezó. Con esta semilla la novela solamente podía ser una astracanada.

-Pese a que en los últimos cien años ha habido muchos dictadores, la novela de dictador como tal no ha florecido especialmente. ¿Por qué?

-Escribir sobre dictadores puede resultar muy peligroso, sobre todo si viven. De hecho, yo no tengo dudas de que yo no la hubiese publicado en vida de Franco. Tengo serias dudas de que lo hubiese podido hacer muy poco después de la llegada de la Democracia. Si Franco pudiese leer la novela creo que pasaría un buen rato riéndose él mismo, y luego me mandaría un sicario al estilo Putin. De hecho Arturo Barea, que fue legionario y combatió en África, en «La Forja de un rebelde» hace un retrato de Franco, con el que coincidió, y se publicó en el exilio. Y yo he leído ese retrato y no es especialmente malo. Escribir sobre dictadores es algo que puede tener muchas complicaciones, la menor de ellas el exilio. 

-Usted ha dicho en alguna ocasión que «el tirano es como el cilantro, lo amas o lo odias».

-Esa frase se la escuché a la actriz Eva Longoria, que tiene raíces asturianas. Son figuras que se erigen en polos positivos o negativos. Como dice Paul Preston, la Guerra Civil se sigue librando diariamente en España, en las cátedras, en las barras de los bares, en las editoriales de los periódicos… es raro encontrar a alguien que mantenga la neutralidad. O estás muy a favor o totalmente en contra. Los tiranos son grandes figuras históricas, rara vez por los motivos adecuados, y son muy polarizantes.  

-¿Le han llegado ya las primeras reprimendas de nostálgicos?

-Me han llegado algunos insultos que otros, más que reprimendas. Pero bueno, no creo que vivamos en el 36 y ya tengo callos en los oídos. Algún insulto y alguna pequeña amenaza ya me ha llegado. Pero me lo tomo como ese dicho de «perro ladrador, poco mordedor». Más que una sátira de Franco lo que yo pinto es una sátira de la manera en la que el franquismo trató su figura, de manera propagandística. Esta gente pintó la Guerra Civil como una Cruzada contra el destino para salvar España.