La familia rusa que se instaló en la cuenca minera: «En Asturias la gente no te miente»

ASTURIAS

F. Sotomonte

Con tres niños se fueron del país en plena pandemia y afirman que allí no hay democracia ni libertad

12 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizá fue una mezcla entre un 'ahora o nunca' y un 'justo a tiempo'; el caso es que la familia de G., ella, su marido y tres niños, cogieron las maletas a finales de 2020 desde su Rusia natal, vendieron todo lo que tenían allí con la idea de irse y no volver, y emprendieron un viaje de cinco días en el que España era el objetivo premeditado y Asturias el marcado por el destino. «Cuando empezamos a mirar un poco sobre las provincias de España nos encantó el clima del norte, y en principio íbamos para Galicia pero tuvimos una parada aquí y nos enamoramos del lugar y nos quedamos». Aquí es un pueblo en el corazón de la cuenca minera que no se va a contar en esta historia, al igual que G. es la inicial falsa de un nombre inventado, porque lo que no se ha ido con el viaje es el temor por las represalias que pudiera sufrir la familia que sí se quedó en Rusia.

«Desde hace años Putin no se comporta como un presidente sino como si fuera el dueño del país; la corrupción abarca todos los ámbitos de la vida, está en todos lados. Durante su gobierno la ha vida ha ido empeorando cada vez más», y así hasta el estallido de la guerra. G, con su marido, y sus tres niños de 15, 8 y 4 años, se fueron por un clima que se iba haciendo irrespirable de «inseguridad» y también de represión política «no hay democracia ni libertad de opinión»; pero sobre todo porque la niña, la mayor, padece una discapacidad, es ciega, fruto de un negligencia médica y su madre afirma que en su Rusia natal parecía condena a «no poder salir de casa ni encontrar un trabajo».

«Es una niña muy curiosa, muy inteligente, aprendió rapidísimo a hablar español;  aquí en Asturias está tocando el piano en el conservatorio, yo veía que era una niña con capacidades y no podía estar en Rusia donde no hacían nada por ella. Las cosas que en estos años han hecho aquí en Asturias por su desarrollo son cosas que yo antes no podía ni imaginar, estoy muy agradecida», explica la madre.

El viaje partió, aprovechando los meses de desescalada tras el confinamiento de la pandemia con una primera parada en Turquía, a donde viajaron como turistas «pero con billete sólo de ida. De allí fuimos en otro a avión a Zagreb [la capital croata], y luego en taxi hasta España, fueron cinco días». Recalaron en un lugar de la cuenca minera, ya enamorados del paisaje asturiano y no dudaron en quedarse allí. M., que es Uzbekistán y está haciendo de traductora con el periodista para este reportaje dice que «a mucha gente le llama la atención que nos quedemos en esta zona, nos dicen por la despoblación, pero para nosotras es un lugar muy tranquilo» y del que que destacan la acogida y los servicios sociales y la escuela «los profesores y las maestras de los niños nos han ayudado muchísimo».

Para esta madre el contraste es enorme: «en Rusia siempre tienes miedo, no hay confianza entre la gente ni entre los vecinos, no quieres contar nada, todo te lo guardas porque no puedes fiarte de nadie, es como si todo el mundo te fuera a engañar, o te pudiera denunciar, todo el mundo está permanentemente en alerta y los niños también, hay mucha corrupción y todo, hasta la educación, funciona a base de sobornos»; sin embargo afirma que en Asturias «la gente es realmente buena, no te dice una cosa en la cara y otra a tu espalda; es abierta y de buen corazón».

El estallido de la guerra

Casi apenas un año y poco más de haberse asentando en la cuenca minera, esta familia asistió entre el horror y «la vergüenza» al comienzo de la invasión de Ucrania. Y como muchos otros millones de rusos, todavía mantienen lazos de amistad con ucranianos con los que intentan mantener el contacto de forma periódica «Los primeros días estaba muy disgustada y además estaba preocupada de que la gente aquí pudiera pensar que como éramos rusos también apoyábamos a Putin. Había leído que en otras ciudades, en otras escuelas, hubo algún caso de bullying, de acoso a los niños, pero aquí no, la gente es muy comprensiva».

G. describe además que leyendo las noticias rusas y sobre todo hablando con su familia allí el panorama de de total desinformación «la gente no sabe realmente lo que ocurre, no hay ninguna libertad y los medios de comunicación está controlados. Al principio de la guerra todavía había gente que salía a protestar pero fueron golpeado y encarcelados por la policía, a veces por nada, sólo por llamar guerra a esto que está pasando, así que ahora la gente está ya muy asustada y nadie dice nada».

M., la traductora interviene de nuevo para decir que «antes en la URSS nos considerábamos países hermanos, Uzbekistán, Ucrania, para nosotros Rusia era como el hermano mayor que es fuerte, que es protector y te ayuda, pero ahora se ha convertido en un ladrón». Las dos madres insisten en que sus niños han encontrado un hogar en Asturias y eso es lo más importante, pero también «ponlo, ponlo, que queremos aprender el idioma para trabajar, queremos trabajar y pagar impuestos y no vivir de ayudas».