El tesoro escondido

Javier Pérez-Acebrón*

ASTURIAS

Juan Mayorga
Juan Mayorga Sergio Pérez | EFE

25 oct 2022 . Actualizado a las 09:31 h.

Allá por 1996 terminaba mi formación como actor en la sala Cuarta Pared de Madrid. Como proyecto final de estudios, nos enfrentábamos a un texto compuesto por cuatro obras de corta duración que trataban de cuatro momentos históricos de nuestro país. La primera pieza de todas ellas, El hombre de Oro, contaba la historia de tres sastres de alta costura, encerrados en su taller y obligados, por ambos bandos en la guerra civil, a confeccionar trajes de torero para que la fiesta nacional continuara (ya saben… pan y toros). Los estudiantes navegábamos en la obra propuesta nombrando conflictos, urdiendo circunstancias, averiguando objetivos de los personajes con la ayuda de su joven autor, aún desconocido, que muchas tardes nos regalaba su visita con la intención de hacer crecer y mejorar su trabajo y el nuestro, todo un laboratorio de creación en el que todos participábamos.  Un hombre menudo, con el pelo negro ensortijado y con mirada de miel, que al hablar mascaba las palabras bien fabricadas para ser útiles. Nos cambiaba en su texto este verbo por aquel otro, este sustantivo por ese otro, «este adjetivo me parece mucho más preciso», imagino que diría, imagino porque yo ya no me acuerdo, han pasado una friolera de años. La limpia mecanografía de su trabajo del primer día se fue impregnando de tachones y de nuevas ideas, de destacados y de renuncias. Y ese escrito parido en alguna habitación desconocida por mí pasó a un espacio de la memoria de mis compañeros y de la mía y, de ahí, al infinito y bello territorio de un escenario.

En aquella historia, Juan Mayorga ponía en boca del hermano mayor de los sastres este monólogo:

 […] Te enseñaré a escuchar la llamada de la materia, su mensaje, hacerla dócil a tu idea, a vencer su inercia, a acariciarla hasta que reviente en vida nueva, te enseñaré a prever todos sus pulsos. Te enseñaré la ley de las proporciones, la armonía entre el corte y el hilo y entre el hilo y su brillo, los secretos de la geometría. Te enseñaré a ocultar la costura, en la que tu idea se esconderá. […] Te enseñaré que no es el vestido lo que nos importa. Que lo que nos importa, lo único que nos importa, es el espacio entre el vestido y el cuerpo. Porque nosotros, es hora de que lo sepas, nosotros creamos los cuerpos. Y es en el aire donde los creamos.

Pausa. El Menor toma las tijeras […]

No sé en qué momento decidimos que esas tijeras debían de ser doradas. Buscamos unas, supongo que, dado el presupuesto que teníamos, en algún rincón de El Rastro de Madrid. Al acabar las funciones, fabriqué una cajita de cartón azul, creo recordar, y metí dentro esas tijeras para regalárselas  a Juan Mayorga, en un acto de amor al teatro y a sus palabras deliciosas. Estrenamos y después, como siempre sucede en teatro, cada mochuelo a su olivo.

Desde entonces, he seguido con interés la carrera meteórica de Juan, su magnífica producción textual, que llegó incluso a convertirse en cine, premios hasta en el velo del paladar. Y por fin, su ingreso en la Real Academia y ese magnífico discurso que les invito a buscar en youtube y a escuchar de su propia boca (los malabares que realiza con la palabra en busca del silencio y su significado son sencillamente bellos).

Dice de él mismo, y no puedo sentirme más identificado, «soy un enfermo del teatro, vivo pendiente de lo que las personas hacen con las palabras y de lo que las palabras hacen con las personas. […] No soy un científico de la lengua; soy más bien un carterista y un trapero y un remendón. Camino al acecho de palabras que, pinchadas en la plaza o en el metro, quizá merezcan una noche, cosidas a otras, subir al escenario».

Tras aquel breve texto del que antes les hablé, aún tuve la oportunidad de trabajar como actor con sus textos en, al menos, tres ocasiones más, que yo recuerde. Siempre tengo una sensación inquietante al entrar en su palabra: siempre es más importante lo que no dice que lo que dice, y, además, se divierte escondiendo tesoros en las acciones y diálogos que propone. Nos obliga a las actrices y actores a que juguemos con él a buscar en esos rincones llenos de belleza oculta.

Juan no solo siembra historias para ser contadas y habitadas, sino que nos deja, a la profesión, herramientas y aliento para emprender caminos diferentes hacia nuevas dramaturgias, y sobre todo dignifica el oficio de la escritura teatral contemporánea tantas veces ninguneado, denostado y tan absolutamente necesario. Juan es faro de nuevas dramaturgas y dramaturgos, que pueblan cada vez más los escenarios y que todavía deberían estar aún más presentes en las programaciones culturales de cada rincón de nuestro país, para que más Mayorgas lleguen a este u otros reconocimientos y se dé cuenta del poder creativo que tiene nuestra comunidad artística contemporánea.

A los dos días de la noticia del Premio Princesa de Asturias, fui a ver un espectáculo al Teatro de La Abadía en Madrid, teatro en el que ahora Mayorga es responsable de su programación, y tuve la oportunidad de felicitarle con un abrazo y un guiño: le enseñé una foto que había encontrado en casa de El hombre de oro. «¿Te acuerdas de esto?», le dije, y, sonriendo me contestó: «Sabes que aún guardo las tijeras que me regalaste». Confieso que aquello provocó un disparadero en mi recuerdo. Volví a ver aquel momento inocente e ilusionante de hace veintiséis años y me llené, de nuevo, de amor al teatro y a lo que hacemos, al comprobar que tampoco han cambiado mucho ni el impulso ni la pasión en ninguno de nosotros.

Felicidades, querido Juan. Ojalá este premio sea impulsor de nuevas historias para ser contadas desde un escenario.

Nos vemos en los teatros.

*Javier Pérez-Acebrón es actor