Saber «flamencar», vivir de lo aprendido

Yolanda Vázquez

ASTURIAS

María Pagés
María Pagés Javier Lizon | EFE

24 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los Premios Princesa de Asturias van a pasar a la historia por ser los galardones que premian al flamenco en femenino, pero también en toda su extensión, incluyendo así lo masculino. María Pagés (Sevilla, 1963) y Carmen Linares (Jaén, 1951) son las exponentes que visten el Princesa de las Artes en este 22; un año en el que la actualidad política, económica, pero también histórica (Isabel II y Mijaíl Gorbachov), han empujado para enterrar el siglo XX, tarea que todavía está por consumar. El siglo pasado fue el tiempo que vio nacer el flamenco, primero como danza turística, después como algo exhibible, luego como algo exportable y, por último, como gran arte, ocupando el espacio mediático que debe (el de la danza en general, insuficiente) en medios de comunicación y escenarios de todo el mundo. El Princesa de las Artes viene a remarcar el papel referenciador de homologación que el flamenco, en todo su acervo y extensión, ya tenía reconocido universalmente, aunque no con algo tan principalmente principal: premiando a una generación de mujeres muy poco premiadas que, sin embargo, son protagonistas indiscutibles del camino que abrieron a muchas otras jóvenes bailaoras y cantaoras que hoy viven de su cante y baile, e incluso tienen compañía; eso, hace poco más de quince años, era casi impensable. Ese trono, el de haber desprovisto definitivamente de desprestigio y bajerío el arte más claro, pero más mestizo y de la calle, dándole dignidad y dimensión social; esa apertura, la marca de ese camino, es indiscutiblemente de ellas.  

Aquí quedan estas palabras para dos mujeres que vieron su oficio, trabajo, arte y modo de vida nacer abajo en un siglo y coronarse arriba en otro. María Pagés quedará como exponente esencial de la mejor estética de la danza flamenca en caja escénica y Carmen Linares lo hará por el conjuro de una voz que vuela en ancestro de historia y mestizaje de pueblo viejo de voz hembra. Las dos mujeres, ambas intérpretes, además, tienen otra cosa en común, diríamos que de vital importancia: la poesía como armazón fundamental de su vida personal, pero, sobre todo, artística. Las letras o la base de cualquier cosa.

Antaño de antaño, cuando algo era muy puro, un tejido, por ejemplo, se le decía que era blanco purísima. El blanco es un absoluto, igual que lo es el negro. Blanco y negro. Esos son los colores que priman de manera tan pulcra como resplandeciente en la caja escénica, por sencilla que sea, de cualquier teatro. Telón de fondo, telón de entrada, calles en negro; y parrilla de focos, cañón para diferentes diámetros en blanco para hacer blancos… Eso es lo imprescindible para que un cuerpo esté presente en escena, para que el cuerpo en la escena se presente ante quien lo mira y busca, de forma real o imaginada, a oscuras y sentado en un suelo de leve pendiente, un vehículo tan mental como ligero, que lo lleve fuera del mundo que trajo dentro cuando entró en un teatro a ver bailar y a oír flamenco. Así María Pagés, así Carmen Linares, Princesas de las Artes, están en el mundo: flamencando para vivir de lo aprendido, y hacerlo colectivo.

El flamenco es ese argumento cuya vitalidad, ser especiado de arabismo, recibe reconocimiento total (por fin) en el país que lo hizo arsenal cultural e identidad peninsular desde su mismo nacimiento, incluido también su propio desprecio. En este 2022, año cero para muchas cosas tras la pandemia, la sal femenina del flamenco se premia en la vida y obra de dos mujeres cuyo aprecio a las letras, a la poesía en concreto, es pauta interior de la casa y cuestión de irremediable presencia en la mayoría de sus aportaciones y composiciones artísticas. Tanto es así que siempre que han salido en medios de comunicación, hecho declaraciones o presentado o estrenado obras, o por cualquier otro motivo, la palabra poesía, literatura, va asociada siempre a lo que hacen.

Ese respeto por la palabra escrita, urgencia y aprecio de mujer por lo que debe verse (leerse en un escenario), se convierte en acción prioritaria para hacer muy presentes la lírica y la dramática antes que cualquier otra cosa; es decir, preponderar el lecho literario para amamantar la creación desde el inicio mismo del proceso, invocando los textos como cerebro de la obra, y teniendo a la poesía como su punto de partida. María Pagés ha tomado imágenes, pasos y palabras de Sor Juan Inés de la Cruz, por ejemplo en su Óyeme con los ojos (2014); pero también se ha hecho eco de Neruda en Una oda al tiempo (2017), o en Autorretrato o en Flamenco y Poesía. «Todo parte de ahí», ha dejado dicho en un sinfín de entrevistas y declaraciones. Incluso también de las letras que junta su compañero de vida, El Arbi El Harti y que le han acompañado en algunos de sus espectáculos. La bailaora sevillana también pulsó la poética desde otros ángulos, como el arquitectónico en 2011, cuando tuvo lugar el estreno mundial de Utopía en el Centro Niemeyer, obra inspirada en la arquitectura blanca del arquitecto brasileño, que dio lugar a imágenes de poderosísima belleza, que aún hoy perduran. Lo mismo que emblemática y sin parangón fue primero su contacto con Japón y, años después, su regreso como encumbrada coreógrafa.

Y es que María ha bailado tanto, baila tanto todavía, que nunca se podría decir que lo hace o lo deja de hacer demasiado. A veces, verla pasma nuestro interior de una manera que anhela caricia de monumentales brazos, la amplitud de una arboladura que según le salga la plática y lo cerca que estés de ella, diríase que dirime a cámara lenta el intersticio hablado en la medida ósea, haciendo que un soplo de vida aparezca pintado. Funde el instante, lo hace cromático, pintura móvil en arpegiado de volante, de mantón, de cayao, de cajón, de traje sastre, de castañuelas... Braceo que todo lo puede, que todo lo enmarca, que sereno bulle de sentimiento purificando espacio, el hueco escénico que mantiene tirano la expectativa y el deseo del espectador de que ella nunca quiera que se vaya, vaya, vaya...  no te vayas barco. (El Barco de María Pagés, El Cuaderno 54, pág. 27)

A su vera y vez, la de Linares siempre ha abogado por la poesía como base de sus letras. No ha encontrado mejor aparato lingüístico para una voz que expresa historia y hondura de mujer que los textos de Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Jorge Guillén o Miguel Hernández, con quienes siempre ha reconocido «haber crecido tanto». En concreto su Verso a verso canta a Miguel Hernández (2017), un punto de inflexión y absoluta madurez que le ha permitido hacerse hernandiana de pies a cabeza. «Poco más necesito ya», ha dicho. 

Pero hay que ajustar bien lo que es, y decir que Carmen Linares pasará a la historia del cante flamenco por haber favorecido el desarrollo de este arte atendiendo a tres cuestiones fundamentales: adaptar al cante grandes poemarios (eso ya en sí mismo es la creación de un acervo), la vindicación del cante de mujer (un imprescindible), con la aportación Antología de la mujer en el cante (1996), algo que no se había hecho nunca, y el conocimiento sensible y profundo de todos los palos del flamenco, más de medio centenar. Todo bastante legendario.

El cante flamenco es una carrera de tempo lento, que le ha costado quintales, igual que a la danza de su mismo nombre, salir de su propio bajerío, estereotipado en exceso (hasta la saciedad) por sus orígenes en la marginalidad y la pobreza; la misma razón que ha hecho posible su originalidad inequívoca como arte escrito en mayúsculas con letras de oro. Los armónicos no armónicos del cante, es decir, el armónico flamenco nace de sí mismo para explicarse asimismo; por eso se dice flamenco y no otra cosa; y por eso se puede decir que la farruca es un tango desarrollado en modo menor, por ejemplo. Y el tempo, como siempre ha defendido la de Linares, va desde el lento, andante, allegro y vivo, utilizando la nomenclatura de la música académica; eso sí, acompañado del toque, ese amante eternamente impertérrito de indiscutible tanteo y aliento.

Dos mujeres, este año más que nunca, hacen más flamenco el flamenco. La bailaora María Pagés y la cantaora Carmen Linares, una imagen dual en femenino, recoge al norte del norte el premio más premio al sur más sur. Esa misma imagen que a su vez imagina otra, la de ese otro flamenco, ave en equilibrio plantada en el humedal, llena del gozo de su propio nomadismo, modus vivendi también el del arte flamenco, auspiciado siempre por la temperatura, el calor, la estación; el verso en el zapato que todo lo puede, el toque y la palma haciendo son. Marisma y ave marida con María Pagés y braceo; y Carmen Linares lo hace en cota y ascenso, arpegio de vocablo y sonido. Se cantan y andan los pasos en duro o en blando; lo del fluido humedal: flamenco que emerge estatuario extremo de belleza en la plástica de sus brazos-patas y camina junto a otro y otros mientras gorjea, habla mientras canta. Es, como diría el monje, filocalia, amor a la belleza. Y la belleza en flamenco es una impresión de tal hondura que, según el momento, duele amando, riendo, llorando. Soñando e imaginado.

Y ellas, María y Carmen, han venido de abajo, empezando en la calle, y lo han hecho paso a paso. Jamás debe olvidarse que las Princesas de las Artes 2022 fueron niñas que crecieron cuando lo que hoy les otorga reconocimiento era usado de esta manera: «Oye, échate un cante, tú tráete el cajón, que nos vamos a montar un baile». Así, sin más: de la calle, en la calle y para la calle. Las palabras coreografía, partitura, toque o fraseo pautado, vídeo, guion, notación… ni se sabía de su existencia. Podría decirse pues que el premio reconoce también una vida de entrega, de aprendizaje, y de trabajo a dos mujeres que, sabiendo respetar la tradición, han sabido hacerla evolucionar con ellas dentro. Por eso ahora están arriba. Por eso son maestras.

Así que si tomamos de referencia esa palabra que hemos puesto en el titular: flamencar, en realidad nos salen dos: el flamenco, como arte y ave; y car, coche en inglés, conducción. Diríamos entonces que ser sabio en flamenco, o sea, flamencar, es saber conducirse por la vida, vivir artísticamente. O lo que es lo mismo: conducirse bailando y cantando, meciendo lo absoluto, el blanco y el negro para dar inmenso color, el de las aves, hermosos flamencos, sin tomar el tiempo, solo estremeciéndolo.

Los demás estamos para verlo.

 María se ha dejao lo blanco,

María de blanco no es blanco maría

blanco deja negro bailando

llana figura brazos aman

Linares, lino

bastión tejido

                   hebreo

nana en armiño arrullo

no perece voz

no lo cantes, dilo

*Yolanda Vázquez es periodista, especialista en danza