La vista y el oído, víctimas de la era audiovisual

Leire Esteban REDACCIÓN

ASTURIAS

Antonio Guillem

Los expertos aconsejan moderación en el uso de pantallas y auriculares para proteger nuestros sentidos más populares

03 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Nuestra forma de observar el mundo dio un giro radical el siglo pasado con la llegada del cine y la televisión. La era audiovisual, que nació con la llegada del celuloide y llegó a todos los hogares con la televisión, obligó a los seres humanos a acomodar su percepción a las pantallas. Después llegaron los ordenadores, que fueron paulatinamente robándoles horas de lectura a los libros. En el siglo XXI, una nueva revolución, la de la tecnología portátil, supuso un cambio de paradigma. Las pantallas dejaron de ceñirse a los cines, los hogares y los bares: empezaron a acompañarnos a todas partes. También la lectura se hizo portátil. El teléfono móvil, convertido en un ordenador en miniatura, en una televisión movible, acapara nuestra mirada cada vez más horas al día. Esta exposición constante a las pantallas implica un esfuerzo cada vez mayor de la vista. 

Por otra parte, desde la irrupción del Walkman de Sony en los años ochenta del siglo pasado, el oído humano se ha visto inmerso en un cambio también muy radical. Los auriculares implican, por una parte, un aislamiento que nunca se había visto hasta su aparición. Una persona escucha su música o sus discursos aislado del exterior. Al margen de la implicación que pueda tener en la relación de cada persona con su entorno, hay una cuestión evidente: el oído está sometido a más carga de decibelios que nunca, lo que puede acarrear numerosos problemas. 

Veamos cómo afecta la era audiovisual a cada uno de estos sentidos. 

La vista 

La preocupación por la influencia nociva de las pantallas en nuestra visión llega hasta tal punto que los ópticos han acuñado un término, el síndrome visual informático, que pone de relieve los daños que puede llegar a sufrir la vista con el exceso de exposición. El problema es, como casi todo en nuestra época, cuantitativo. Las pantallas son útiles y sirven a muy buenos propósitos, pero también tienen un componente adictivo que hace que nos pasemos demasiadas horas seguidas pendientes de ellas. A margen de problemas de sedentarismo o de comportamientos inadecuados que pueden aparecer en algunos casos, el problema de la vista le afectará a casi todas las personas que se expongan en exceso a las pantallas. 

Una de las palabras que más asoma cuando hablamos de la exposición a pantallas es «fatiga». La vista se cansa mucho más cuando prestamos atención a las pantallas. Una de las razones es que parpadeamos menos, casi la mitad de lo que lo hacemos habitualmente, si estamos frente a un ordenador, un móvil o una tableta, y en consecuencia hay una protección menor del ojo que obliga a un mayor esfuerzo. Este cansancio acaba pasando factura y se producen dolores en los ojos y los párpados, y también dolor de cabeza o mareos.

Por otra parte, se producen irregularidades en la lacrimación. Cuando llevamos varias horas pendientes de las pantallas, en muchas ocasiones los ojos se resecan, pero también puede ocurrir lo contrario, que sufran un exceso de lágrimas. Pueden aparecer también síntomas como la irritación o los picores. 

Y, por supuesto, a medio plazo aparecen los problemas visuales propiamente dichos. Pérdida de visión, sensibilidad excesiva a la luz o visión borrosa, entre otros. 

Las pantallas han llegado para quedarse, y cabe esperar que con el paso del tiempo ocupen más espacio en nuestras vidas. ¿Cómo podemos, entonces, luchar contra los problemas que generan en nuestra vista? He aquí algunas claves.

1. Evitar la sobreexposición. Esta es, quizá, la clave número uno, la más difícil de cumplir por la mayoría de las personas. Pasar horas y horas mirando pantallas es ya hábito común en gran parte de la población. El ideal sería no pasar más de tres horas delante de pantallas. Un ideal que está muy lejos de cumplirse. Sin embargo, sí podemos hacer un esfuerzo que ayude a nuestra vista. Descansar de vez en cuando. Salir de la inmersión cada cierto tiempo. Un método muy extendido, que viene del mundo anglosajón, es la regla del 20-20-20. Se trata de sacar la vista de la pantalla cada veinte minutos y mirar durante unos veinte segundos a un punto situado a veinte pies de distancia, lo que equivaldría a poco más de seis metros. Es, sencillamente, un sistema para descansar. ¿Fácil de aplicar? Sí, pero hay que estar dispuestos a llevarlo a cabo. 

2. Evitar las distancias cortas. Está demostrado que tanto los problemas de visión como la fatiga ocular se acentúan a medida que disminuye la distancia a la que vemos la pantalla. Cuanto más cerca estemos, más nos veremos afectados por su influencia nociva. Por otra parte, cuando se trata de leer o escribir en pantallas, una distancia excesiva, sobre todo si el tipo de letra es pequeño, puede afectar a la visión. 

3. Utilizar sustitutos de la hidratación de los ojos, como lágrimas artificiales o suero, para evitar la sequedad y la irritación. 

4. Pestañear. Esta es, quizá la más difícil, porque el pestañeo suele ser inconsciente, y si estamos inmersos en una actividad que requiere concentración, lo más seguro es que se nos olvide o que nos entorpezca lo que estamos haciendo.

El oído

La nuestra es una época ruidosa, es evidente: el tráfico, las obras y numerosas actividades nos exponen a ruido constante. En España, esto se acentúa si tenemos en cuenta el volumen al que habla la mayoría de la gente en los bares y los espacios públicos. Pero ese no es el principal problema. El problema que está afectando con más gravedad a la audición es el uso y abuso de los auriculares. En su día, se utilizaban para llevar la música a todas partes. Ahora, su uso ya es más general. No es solo música sino también el acceso a los contenidos audiovisuales que están disponibles las veinticuatro horas del día en internet. El problema vuelve a ser la sobreexposición. Y también el volumen. Son dos variables que están muy relacionadas, y que afectan poderosamente al daño —y también a su prevención. Por encima de los 90 decibelios, cuanto más se suba el volumen menos tiempo de exposición se requerirá para que comiencen a dañarse el tímpano y otra áreas del oído interno. El daño puede remitir si la exposición dura un tiempo limitado y hay un descanso suficiente hasta la siguiente escucha. Pero sí se insiste una y otra vez con un volumen muy alto, los daños pueden llegar a ser irreversibles.

Los expertos recomiendan no subir el volumen por encima de los 85 decibelios. Y como lo habitual no es que contemos con medidores del ruido al que nos exponemos, la propuesta más aplicable es no subir el volumen por encima del 60 por ciento de la capacidad del dispositivo. Asimismo, respecto al tiempo de exposición, se recomienda que éste nunca pase de una hora sin que haya un descanso considerable.

Los problemas más habituales que aparecen con el exceso de volumen y la sobreexposición son la pérdida de audición y la aparición de acúfenos (zumbidos o pitidos constantes de distinta intensidad).

Por otra parte, hay una diferencia importante entre los distintos tipos de auriculares. En los últimos tiempos, los más extendidos son los llamados de botón, que se colocan directamente en el pabellón auditivo. Estos son los que suelen venir con los teléfonos móviles, y también los que más se compran en su versión inalámbrica. Los expertos aseguran que estos auriculares ejercen más presión sonora sobre el tímpano, y además obligan a subir el volumen por encima del ruido ambiente para ser eficaces, con lo que, por lo general, suelen ser más nocivos que los auriculares externos.

En cualquier caso, el problema no es tanto dónde esté situado el altavoz como lo que implica en términos de volumen. Los auriculares externos pueden ser igual de dañinos si se utilizan a volúmenes excesivos. La ventaja viene, especialmente, para aquellos que tienen cancelación de ruido. El aislamiento del oído de los sonidos del exterior permite escuchar música con suficiente calidad y eficacia a un volumen mucho más bajo, y esto es lo que realmente va a favor del cuidado de la audición.

La conclusión aquí es muy clara: limitar el volumen es fundamental para evitar dañar el oído. Limitar el tiempo de uso de los auriculares es crucial para mantener oídos sanos. Y si vamos a utilizarlos, que sean externos y con cancelación del ruido. Esto no siempre puede ser porque en muchas ocasiones, en la calle, es necesario escuchar el sonido del exterior. En este caso, podemos utilizar los de botón siempre que no se nos vaya la mano con el volumen. O quitárnoslos y disfrutar del sonido ambiente.