“Pongámonos en el escenario robinsoniano del hombre que se enfrenta a la naturaleza, que le es adversa” (Ángel Uriarte González)
Tanto el título como el enunciado que preceden a estas líneas corresponden al primer capítulo de los apuntes de la asignatura de Economía, que en los ochenta cursábamos los alumnos de la Escuela de Santander. Para las gentes de nuestro oficio la economía y la técnica no son sino dos caras de la misma moneda y la alta velocidad ferroviaria no es una excepción. Comenzaremos por la segunda de ellas.
Es innegable que acometer una empresa como la de sortear la Cordillera Cantábrica, para llevar el AVE desde Castilla hasta Asturias, es un desafío colosal. Esta obra, planificada, proyectada, dirigida y ejecutada por ingenieros de caminos, es un orgullo para todos nosotros. Y no sólo, sino que su culminación es motivo de contento para miles de personas que lo han hecho posible: técnicos de otras especialidades, operarios, auxiliares y tantos otros. La sucesión de túneles y viaductos que han salvado el desnivel entre las Polas de Gordón y de Lena, los accesos necesarios para su ejecución, las obras auxiliares de drenaje o las reposiciones de servicios, figuran ya entre los logros más relevantes de la ingeniería civil en lo que va de siglo.
En Europa a lo largo de la historia, se les dio el apelativo “del diablo” a docenas de puentes que saltaban un obstáculo importante y cuya dificultad se estimaba fuera del alcance humano. El pacto con Satanás, como colaborador en la ejecución de la obra, incluía el cobro del alma de quien primero cruzara aquel paso, pero las leyendas explican la burla habitual al demonio haciendo que fuera un animal el que primero pasara por allí. De haber sido así, para construir nuestra variante habríamos tenido que juntar a varias docenas de ángeles caídos, aunque se ha bastado un ejército bien coordinado de mujeres y hombres que han contado con el conocimiento de generaciones pretéritas y las más avanzadas técnicas disponibles en la actualidad.
Pero todo ese capital intelectual habría sido estéril sin la aportación de los recursos económicos necesarios para llevar al teatro de la realidad las cábalas de quienes imaginaron tan magna obra. Es de tal cuantía ese esfuerzo que a veces perdemos el orden de magnitud de los dineros empleados. Para hacernos una mejor idea de ello no hay nada como llevarlo al ámbito doméstico: cuatro mil euros es la inversión que corresponde a cada habitante de esta región para acercar el ferrocarril rápido al centro de Asturias. Multipliquen ustedes por el número de miembros de su unidad familiar y tendrán lo que les toca.
Si hemos sido capaces de afrontar con éxito un reto técnico descomunal, enfrentándonos como Robinson Crusoe a las dificultades naturales, toca ahora aprovechar esta infraestructura como palanca para el desarrollo de nuestra comunidad autónoma. Como en la parábola de los talentos sólo cumpliremos como sociedad si somos capaces de generar otros tantos en términos de actividad económica, empleo, innovación y bienestar de nuestros convecinos.
Y si en los aquellos puentes medievales eran un conejo o un perro los primeros en transitar por ellos, ahora se organizan viajes inaugurales en los que nuestros rectores públicos disfrutan de la precedencia frente a sus administrados. Trayendo a nuestros días los pactos con el maligno, le pediremos que sean las suyas las almas que tome si no cumplen con la tarea que ahora les es encomendada: la de optimizar lo que tanto ingenio, trabajo, desvelos e impuestos ha costado.
*Vicedecano del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Demarcación de Asturias
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