El escritor Sergio del Molino: «Eludimos hablar de la muerte porque no la podemos controlar»
ASTURIAS
El periodista estará por partida doble en Oviedo, dondepresentará «La hora violeta», obra en la que cuenta el duro proceso desde que su hijo enferma hasta que muere con apenas dos años
29 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.El escritor y periodista Sergio del Molino estará por partida doble en Oviedo. Participará hoy, a las 19.30 horas en el Colegio de Abogados, en el ciclo de conferencias «La Huella del Tigre», que organiza Tribuna Ciudadana y lleva por título «No te metas en política: o la neutralidad del escritor en tiempos polarizados». Y mañana, sábado 30 de septiembre, protagonizará la sesión vermú, a las 13:00 horas, de la librería Kafka & Co, donde presentará junto a Diego Garot la reedición, por el décimo aniversario de su publicación, de «La hora violeta».
¿Cómo se llama a aquellos que han perdido un hijo? Es una pregunta que no tiene respuesta, y es así porque no existe una palabra que pueda contener tanto dolor y desgarro. Y también porque lo que no se nombra no existe, y así tratamos de protegernos y olvidar que las desgracias ocurren
Sergio del Molino, en «La hora violeta», cuenta todo el duro proceso desde que su hijo enferma hasta que muere con apenas dos años. Es un libro triste, duro, con el que a uno se le escapan las lágrimas por mucho que intente apretar las mejillas; pero a la vez es bello, cargado de amor y ternura. De ese amor que sólo tienen los padres hacia sus hijos, un sentimiento tan intenso por el que estarían dispuestos a dar su vida.
—En el libro usa el nombre de su hijo, Pablo, sin recurrir a ningún subterfugio que merme el dolor. Y escribe: «Le nombró con cada una de sus letras para que su presencia no se difumine ni tan siquiera por desgaste de los bordes, para que aparezca rotundo y carnal en medio de la vida». ¿Se ha difuminado algo, con el paso de los años, el recuerdo de Pablo?
—En absoluto, lo he comprobado al revisar el libro para esta edición. Pablo está muy presente en mi casa y en mi vida. Una presencia muy corpórea en el día a día y en el libro, fijar la presencia de su paso por la tierra. Lo último que quería era hacer bueno lo de «Hay un angelito en el cielo», que dicen los cursis.
—Sin embargo, me llamó la atención que cuando me dedicó el libro el año pasado puso: «Para Álvaro, que no teme a los fantasmas de este libro» ¿Quiénes son esos fantasmas?
—El fantasma es Pablo. Por muy carnal que yo lo fije es un fantasma que me acompaña. Los fantasmas, nuestros muertos, son presencias muy reales que forman parte de nuestro cuerpo, nos van dejando marcas, y esto se ve en lo que somos ahora.
—¿Se puede llegar a superar la muerte de un hijo?
—Sería terrible el superarlo, un rasgo de deshumanización. Hay que vivir con ello y mantener siempre el recuerdo. No creo que ningún padre quiera hacerlo.
—¿Es un hombre diferente?
—Me he vuelto una persona más endurecida. Eso hace que sea menos comprensivo con las cuitas de los demás, miro las cosas con un rasgo más severo. Y esto me hace peor.
—¿Cree que el dolor nos hace mejores, que sirve para algo?
—Cualquiera sabe que es inútil. En todo caso nos puede hacer peores, como me ocurre a mí. Lo de la iluminación por el dolor es algo que tenemos programado culturalmente por la herencia cristiana, pero no es verdad que el sufrimiento purifique ni que nos eleve ni nada.
—Escribió Jabois: «El padre le preguntaba al niño en qué pensaba cuando sólo tenía un año, y éste le respondía: En lo mucho que te quería, y que no podía decírtelo». Y es cierto, por la edad. Pero no es menos cierto que muchas veces unos padres tienen miedo y tampoco pueden decírselo a sus hijos.
—Nunca he tenido esa sensación, nunca he tenido la necesidad de sentirme invulnerable delante de mis hijos. Son temores que tienen más de evocación poética que de realidad.
—¿Tuvo miedo a llorar?
—No he tenido miedo a mostrar mis sentimientos, a mostrarme invulnerable. Lo he hecho en multitud de sitios y ocasiones, sin protecciones ni armaduras.
—Pablo murió de Leucemia. ¿No es el cáncer infantil un desconocido hasta que a uno le toca de cerca?
—Es una enfermedad rara, afecta a muy poquitos niños. Es normal que sea desconocido, es justo el revés al cáncer de los adultos. Es una tragedia que nos afecta sólo a unos pocos. Pero está bien que cuando nos toca a alguien con capacidad de expresarnos, con una voz y un público, lo contemos y mostremos que existe.
—¿Por qué seguimos empleando tantos eufemismos y concepciones metafóricas para el cáncer?
—No sólo al cáncer, a la enfermedad y a la muerte. Los eufemismos no revelan respeto, sino desconocimiento y distanciamiento con la vida y sus fases. Lo que para nuestros abuelos era algo muy natural, se ha convertido en una relación muy aséptica. Eludimos hablar de la muerte porque no la podemos controlar.
—Oncología, y más pediátrica, es un lugar horrible plagado de gente maravillosa.
—Hasta donde he conocido, son profesionales con una vocación excepcional, gente de una pasta digna de estudio. Con un grado de entrega y de compromiso que no se ve en ningún otro ámbito. Son auténticos héroes, se enfrentan a una parte de la realidad a la que nadie se quiere enfrentar ni convivir.
—En los momentos más duros la sonrisa de su hijo volvía a crear felicidad.
—La sonrisa no miente, habla de una sensación de placidez. Cada sonrisa detenía el tiempo. No es que te consuele, es que disfrutas del presente.
—¿Cómo afectó todo esto a la relación con Cristina, su pareja y madre de Pablo?
—Nos unió de una forma indisoluble. Después de haber pasado en sintonía por una experiencia así, es muy difícil que se rompa el vínculo.
—Cuando todo está perdido, cuando los médicos le comunicaron que no hay solución, tras la muerte, ¿qué le consolaba? ¿Escribir le salvó?
—Escribir fue una forma de duelo, de encerrarme y que no me molestase nadie. Fue una forma de aislarme del mundo y de regocijarme en mi propio dolor.
—Pablo murió en casa y cuenta que se sintieron solos, que estuvieron desasistidos.
—La agonía es algo complicado y doloroso, surgen mil cosas que te desbordan. Cuando pasó lo de Pablo no tuvimos la asistencia de un médico que pudiese ahorrar ese sufrimiento. Ahora todo ha evolucionado, existen paliativos domiciliarios pediátricos que hacen todo, dentro de la dificultad absoluta del momento, más fácil.
—La sociedad no admite la tristeza.
—En una sociedad donde el estatuto de víctima tiene mucho prestigio y todo el mundo pretende ser víctima de algo, no se tolera la expresión genuina de la tristeza. Y todo va unido a la infantilización de la sociedad, con un mundo lleno de adultos, que en realidad son niños, y son incapaces de gestionar emociones complejas.
—¿Por qué la reedición de este libro a los diez años?
—Con la excusa del aniversario creí que era el momento de revisarlo, como he hecho con el resto de mis libros, y enfrentarme al texto.
—¿Fue duro volver a enfrentarse a este texto?
—Fueron unos días duros, es algo que no quería y me impuse la tarea, me parecía una irresponsabilidad que el libro siguiera imprimiéndose sin que yo volviera a él
—¿Cambiaría algo de lo escrito?
—Siempre cambiaría todo lo que escribo, es mi condición natural el reescribir. Yo no acabo mis libros, yo los entrego. Pero no he añadido más que un epílogo, donde muestro mi agradecimiento y explico la importancia de la publicación en mi vida y en mi literatura, y algún pequeño retoque de estilo.
—¿Cuánto hay de ‘Mortal y rosa' de Umbral en su libro?
—Hay mucho, es una de las cumbres de la literatura española. De aquí sale la decisión de en la carnalidad y de fijar el cuerpo en Pablo frente al escapismo de Umbral de no nombrarlo y referirse a él como ‘el niño’, ese enfoque umbraliano tan espiritual me induce a hacerlo por uno nominal y corporal.
— Ahora tienen otro hijo, Daniel, ¿le hablan de su hermano y de la enfermedad?
—Es una cosa muy natural, le hemos contado la historia como le hemos contado otras batallitas de la familia. No ha sido nada duro ni difícil de asimilar por su parte.
—¿Qué le diría a unos padres que estén pasando por la situación que ustedes han pasado?
—Tienen que vivir su dolor como ellos quieran, que no se dejen atosigar. Que se rodeen de gente que les permita y les tolere todas esas salidas de tono y rarezas. Dentro de este vínculo de protección, ellos verán cómo hacerlo.