
Mi camino para dejar atrás el consumo de alcohol o hachís no tiene mucho que ver con el camino que recorrió Andrea Levy para dejar atrás el consumo de benzodiacepinas. Soy un adicto pobre, un adicto de clase trabajadora. Todo es más difícil así. Cuando lo dejé, no tenía un lugar mejor al que volver. Ni siquiera tenía un lugar. Lo intenté reflejar en mi libro «Vinagre». Soy muy consciente de la diferencia que supone en las vidas de los que menos tienen caer en la adicción con respecto a quienes disfrutan de cierta posición económica. Pero hay cosas que unos adictos y otros podemos compartir.
Antes de la publicación de mi libro, admitir públicamente en redes sociales que soy un adicto ya me había granjeado insultos bastante desagradables. Después de su publicación, junto con las felicitaciones y el cariño, he recibido también algún que otro ataque muy desagradable. Cuando salí en La Sexta, uno de los primeros comentarios en una red social fue un virulento ataque a mi físico. «Sucio borracho que huele a pis» es una de las frases con las que algún conocido tuitero de extremo centro se ha referido a mí alguna vez. Así que sé que admitir públicamente que eres adicto y que has tenido problemas con alguna sustancia, genera desprecio y te pone en la diana para siempre, pues en el fondo, la gente sigue creyendo que la adicción es una enfermedad moral.
Quienes la sufren se metieron en ella de forma voluntaria, parece creer la gente, lo que demuestra que la gente no tiene ni puñetera idea de lo que es una adicción. Esta semana, he vuelto a asistir a alguna discusión en redes sociales sobre la adicción a las benzodiacepinas admitida por Andrea Levy en su libro «La utilidad de todo ese dolor», a raíz de una entrevista en la que habla de ello. Eso a algunos parece que les ha sentado mal, hasta el punto de utilizar palabras bastante gruesas que realmente no tienen nada que ver con una crítica legítima a su política o la de su partido. Generalmente, tendemos a pensar que eso que últimamente se ha dado en llamar malismo se circunscribe únicamente a la derecha delirante que nos ha tocado vivir, pero no es así. La actitud ante la confesión de Levy encaja al cien por cien con esa actitud desagradable, con ese deseo irrefrenable de utilizar los más bajos instintos para atacar al otro.
Un político está, no hace falta decirlo, expuesto a todo tipo de críticas, le va en el sueldo, y no es ningún secreto que yo mismo estoy a años luz de las ideas de la concejala del PP, pero esto es otra cosa. Leí con estupor a gente pidiéndole todo tipo de explicaciones sobre su adicción, algo que ha dado en su libro y en entrevistas, e incluso leí a gente diciendo que debería delatar a todos aquellos que tienen algún consumo problemático de sustancias en su partido. Gente pidiendo la Verdad, así, como si fueran Dios el día del juicio. También, en su más bien infantil entendimiento de lo que es una adicción, algunos relacionaron las decisiones y actuaciones políticas de Levy con su adicción, enlugar de a su ideología o las directrices de su partido.
Esto está muy alejado de la crítica asumible en una democracia. Esa soberbia de pedirle a alguien que cuente la verdad, una verdad que por supuesto debe encajar en el prejuicio de quien la pide, si existe como si no, me resulta espeluznante. Poner en duda las declaraciones de Levy sobre lo que le llevó a consumir asumiendo que lo que pasa es que le gusta la farra, algo que, como todo el mundo sabe, no le gusta a nadie, y menos a quienes preguntan estas cosas, es algo bastante feo.
Levy no tiene ninguna obligación de contar aquello por lo que pasó, lo ha hecho voluntariamente. En el país en el que más benzodiacepinas se consumen en todo el planeta, resulta que hay gente extrañada de que alguien acabe enganchado a ellas al utilizarlas para aliviar los síntomas de una enfermedad. Las insinuaciones iban, en fin, por el camino de señalar que las benzodiacepinas no son la única sustancia de la que Levy debería hablar. Y, para que quede claro que estas personas no están juzgando moralmente a otra, se calificó varias veces en esa discusión a la política como yonqui.
No es fácil admitir un problema con las drogas. Nadie te obliga a ello y cuando lo haces asumes que el dedo de cientos de personas te va a señalar por hacerlo. Hagas lo que hagas siendo adicto estará mal, aunque la realidad es que vivimos rodeados de adictos que llevan vidas totalmente funcionales y la realidad es que los errores no solo los cometemos nosotros, los adictos. Pueden crucificarme si quieren, pero encuentro admirable a la gente que sale de ese armario y admite públicamente un problema de esas dimensiones. No puedo evitar sentirme unido a esas personas.
Andrea Levy podría seguir su carrera política sin mencionar un asunto tan complejo, pero ha decidido contarlo a pesar de todo. No existe ningún otro problema médico que genere tanto rechazo y tanto juicio moral. Hay gente que a veces suele decirme que cuando hablo de alcohol y drogas o cuando rechazo el ofrecimiento de estas, se sienten juzgados. Es pura hipocresía. Cuando dejas de consumir, el que tiene que pasarse el día recibiendo juicios morales que no ha pedido es el adicto. Esto, me temo, ocurre a derecha e izquierda. No hay mucha diferencia entre quienes me llaman de todo desde la derecha por ser alcohólico y quienes atacan a Andrea Levy por sus problemas con las pastillas. Está feo hacer eso, en serio. Dejen de hacerlo.