Benjamín Villa, barcelonés nacido en Mieres, es el responsable de Ming Productions, una empresa de merchandising cuyos productos están en cerca de 700 espacios, entre ellos el MOMA, el Louvre o la Tate Gallery
22 jun 2025 . Actualizado a las 02:28 h.Benjamín Villa nació en Mieres, hijo de un constructor. El oficio de su padre lo llevó muy pronto fuera de la región, cuando contaba tan solo siete años, y vivió en Pamplona, Madrid y Barcelona, donde reside actualmente. Tiene un montón de apellidos asturianos en su geneaología, y gente a la que viene a ver de vez en cuando, en momentos que logran que su tierra natal le toque la fibra de una forma extraña. «Se me pone la carne de gallina». Pero él es, sobre todo, un hombre enamorado de su oficio, y también un viajero empedernido con los ojos bien abiertos a la belleza del arte.
Hoy, su empresa, Ming Productions, tiene un alcance internacional. Algunos de los objetos más vendidos en las tiendas de los museos de medio mundo llevan su firma. Hasta 700 instituciones culturales confían en sus diseños de merchandising, entre ellas el MOMA, el Louvre, la Tate Gallery o el MUNCH.
Siempre le han gustado los negocios. Lo suyo es el comercio, y cuando se le presentó la ocasión, abrió una puerta que hoy todavía sigue abierta. «En la Universidad era muy malo. Entonces, mi padre me dijo que qué iba a hacer con mi vida; entonces conocí al nieto de Miró y, a través de él, propuse, por qué no hacer unas camisetas de Miró; empecé con eso».
Puede decirse que ha sido un pionero, porque en aquella época —finales de los 80 y principios de los 90— en los museos no había tiendas. «Se vendía algún catálogo y poco más».
Empezaron a vender las camisetas en la Fundación Miró y vieron que se vendía muy bien, y entonces empezaron a hacerlas también de Picasso y de Dalí. Y de ahí, saltaron a otros museos de España. No solo con camisetas sino con otros productos, que acabaron cuajando en las tiendas. Entraron en lo que es ahora el Reina Sofía, y a partir de ahí llegó el salto internacional, al Pompidou, al Metropolitano, a museos muy importantes de todo el mundo.
La empresa ha crecido, y tiene sedes en Barcelona, Nueva York, Dallas y Tokio, si bien Benjamín Villa dice, modestamente, que es simplemente «un nicho de mercado, no hay mucha empresa en este sector», y está muy lejos de la imagen del empresario rico. «Me gusta tanto mi trabajo que dinero es un instrumento pero no es un fin».
Siempre le ha encantado el arte, y trabajar alrededor de él es su vida. Y su actividad no se ha ceñido solo a los museos. También ha trabajado para el cine. Por ejemplo, la película «Átame», de Almodóvar, contó con merchandising suyo, y también tuvo encargos de festivales como el de Toronto o la Berlinale.
Su empresa diseña productos de todo tipo. Entre ellos, el que dice que es el rey absoluto de todas las tiendas: «el señor imán; es la bestia de cabecera de cualquier tienda de museos, hasta el punto de que en algunos países hay un volumen de rotación tan alto que se hacen concurso solo para los imanes de los museos, y nosotros nos presentamos».
Otros son de papelería, regalos o textiles. Y todos están marcados por una filosofía muy clara. Deben ser distinguidos, refinados y perdurables. «Una tienda de museo no debe parecer una tienda de souvenirs. Tiene que ofrecer algo distinto», sostiene. Además, ahora prima mucho la sostenibilidad. Por ejemplo, sus bolígrafos, que han sido muy bien valorados en todas partes, son recargables y no tienen plástico. Los museos les exigen sostenibilidad, trazabilidad y diseño, y su empresa cumple con estas exigencias.
Aunque le gustan todos sus productos, su favorito es un oso de peluche que Ming Productions fabrica ya desde hace 30 años, y que lleva a su alrededor las obras de los distintos artistas. Tiene mucho éxito, y eso es también un buen motivo para encariñarse con él.
Curiosamente, aunque tiene sus productos por todos los rincones, nunca ha trabajado en Asturias. «Con lo turístico que es, me extraña que no haya más». Quizá es por el volumen de visitas de los museos, que quizá no es suficiente para rentabilizar una tienda. Si bien podría funcionar al revés. Una oportunidad para los museos podría ser revitalizarse, precisamente, a través de sus tiendas.
Es lo que está pasando en Madrid con el museo Tyssen. No son los turistas sino el público nacional quien compra en la tienda. Que está planteada con una buena estrategia de diseño y son los propios madrileños los que van a comprar ahí.
En cualquier caso, apunta que las tiendas son una parte cada vez más importante de los espacios museísticos. «Hoy, cuando se inaugura un museo nuevo, la tienda tiene un espacio dentro de la arquitectura».
Sus productos tienen un prestigio creciente, y ahora son las compañías las que los llaman para hacerles su merchandising. «El producto tiene calidad, y las empresas quieren asociar calidad con sus regalos; por eso, cada vez nos están llamando más amprases; asociar las marcas a cosas que te regalan y las tiras no es bueno a nivel promocional», explica. Las empresas piden algo que tenga más valor, que el cliente conserve porque está bien hecho.
Su relación con Asturias es muy emocional. El año pasado hizo todo el Camino de Santiago por la costa asturiana —«es maravilloso—. Conoce bien la región. Visita a familiares en Oviedo y lo tiene por un sitio muy especial
Aunque cree que Asturias podría promocionarse más y mejor. «Tengo la sensación de que no hay un instinto comercial, cuando en Asturias hay de todo, hay materia para hacer cosas, creo que se podría hacer más; tiene mucho potencial, con los paisajes, los pueblos tan bien conservados y las ciudades», concluye.