El conde que encabezó tres rebeliones contra el reino de León falleció exiliado en el recién nacido Portugal
08 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Los primeros años del reino de Portugal fueron convulsos y su primer monarca, Alfonso Henriques, que reinaría como Alfonso I, tuvo que defender la soberanía del reino luso con las armas en varias ocasiones frente al poderoso reino de León. Era el año 1137, (apenas faltaban dos para que los nobles portugueses le proclamaran monarca tras la batalla de Ourique frente a los almorávides) y en la corte luso había un invitado especial, veterano de muchas guerras, un hombre curtido en las batallas y hecho a los usos de las armas, el conde Gonzalo Peláez, antiguo señor de numerosas fortalezas en Asturias y que se había rebelado él mismo contra León en varias ocasiones. Allí, en el exilio en Portugal falleció cuando se disponía a regresas a su antiguo reino en nueva disputa con el soberano leonés.
Y así nació la leyenda de Gonzalo Peláez, que batalló contra sus monarcas muchas veces, trató de imponer su voluntad sobre Asturias en los momentos en los que la capital del reino de asentaba en León y murió en Portugal cuando se preparaba para una nueva pelea. Los relatos nacionalistas han tratado de mostrarles como una suerte de independentista primordial, que luchó por una Asturias separada frente al nacimiento del reino de León, pero lo cierto es que las guerras de condes y reyes del siglo XII se daban en un contexto de puro feudalismo, completamente ajeno a las ideas contemporáneas de nación.
«Las rebeliones de Gonzalo Peláez hay que entenderlas dentro del contexto feudal, lo que significa que se rebela el conde y los caballeros que dependen de él, pero no hay ninguna información que permita suponer que existe un respaldo social más amplio, más allá de los personajes dependientes del conde», explicó la profesora Margarita Fernández Mier, de la Universidad de Oviedo que, en todo caso, apuntó que se trató de un noble de gran relevancia en su tiempo.
Gonzalo Peláez nació en Teverga, en 1095 y siendo conde aparece en las primeras crónicas que le nombran como fiel servidor de la reina Urraca, ya monarca de León, en las guerras que le enfrentaban a su segundo marido, el rey Alfonso I 'El batallador'. Fue esta fidelidad en el oficio de las armas la que le concedió el favor de su reina que le premió con generosidad. Por sus servicios Urraca le encomendó el gobierno de las Asturias de Oviedo (que serían más o menos como la Asturias central y oriental del presente) y ahí se asentó, e hizo crecer su dominio e influencia.
«Sin ninguna duda, tenía amplias posesiones, especialmente en el valle del Trubia, era un importante señor feudal que había conseguido el control de manos de la monarquía de varias fortificaciones en la zona central de Asturias, lo que demuestra que consiguió ascender en el entorno de la monarquía leonesa» --resaltó Fernández Mier, quien apuntó además que «comparte protagonismo con el otro gran magnate de la época en Asturias, Suero Bermúdez que será quien domine todos los territorios occidentales de Asturias, desde la Cabruñana hasta el Eo, incluyendo una buena parte de la montaña leonesa y encargado de combatirlo, junto a sobrino Pedro Alfonso, desde el momento en que se rebela contra Alfonso VII».
Porque Peláez fue un díscolo de cuidado, pese que Urraca le había concedido el gobierno de Asturias ya se había rebelado contra ella en el año que la reina fallece, en 1126, viviendo prácticamente independiente en sus dominios. Le prestó fidelidad al nuevo rey, a Alfonso VII, pero no por mucho tiempo. Porque al poco de vencer a junto a Suero a 'El batallador', aún así, volvió a rebelarse de nuevo. Y quizá no fuera algo tan extraordinario en ese tiempo.
«Es algo muy común, de hecho, la primera mitad del siglo XII está marcada por todo tipo de rebeliones, tanto durante el reinado de Urraca como con Alfonso VII. La familia de los Lara, con amplias posesiones en Castilla, también cuestionaron reiteradas veces la autoridad de Alfonso VII, llegando en ocasiones a ponerse del lado de sus enemigos. Es algo inherente al feudalismo que se basa en complejas redes de alianzas dentro de una estructura en la que, si bien el rey está a la cabeza, depende de anudar lealtad y apoyos con la nobleza», destacó la profesora; quien explicó que esta situación refleja el choque constante entre un rey que buscaba afirmar su autoridad en todo el territorio y una nobleza que, al tener un gran control sobre sus propios dominios, trataba de conservar e incluso ampliar su poder. En el caso de Alfonso VII, su intención de reforzar la autoridad real fue clara. Un ejemplo de ello es la proclamación imperial de 1135, con la que pretendía afianzar su legitimidad tanto ante los demás reinos hispánicos como frente a las dinámicas de fragmentación propias del sistema feudal. Sin embargo, esa aspiración tuvo límites evidentes: la independencia de Portugal en 1139 demostró que no logró imponer plenamente su autoridad.
«Hay que entender las rebeliones de Gonzalo Peláez dentro de ese contexto feudal, lo excepcional en su caso era su reiteración y la capacidad de negociación que le permitió obtener el perdón de Alfonso VII en varias ocasiones, síntoma de la necesidad del rey de pacificar sus territorios y de contar con el apoyo de la nobleza y de tenerlos satisfechos concediéndoles más feudos», indicó Fernández Mier.
Las rebeliones
El turbulento destino de Gonzalo Peláez marcó buena parte de la Asturias del siglo XII. Su primera rebelión contra Alfonso VII estalló en 1132, justo cuando el rey se preparaba para marchar contra los almorávides. Mientras su aliado de motín y pariente Rodrigo Gómez caía prisionero, Gonzalo lograba huir hacia su bastión natural: las montañas y castillos de Asturias. Desde allí resistió en plazas como Tudela, Buanga, Proaza o Alba de Quirós, dominando la cuenca del Nalón. Aunque firmó una tregua inicial, la guerra se prolongó durante tres años con duros asedios, castigos ejemplares a los rebeldes y combates tan intensos que incluso el propio caballo del rey resultó muerto. No fue hasta 1135 cuando, mediación mediante, el conde aceptó entregar sus fortalezas y exiliarse temporalmente de Asturias.
El perdón del rey parecía abrir un nuevo capítulo, y en mayo de 1135 Gonzalo reaparecía en la corte, presente incluso en la solemne coronación imperial de Alfonso VII en León. Sin embargo, aquel respiro duró poco. Tras obtener del monarca el control del estratégico Castillo de Luna, el noble asturiano volvió a alzarse en armas apenas dos meses después, reconquistando de nuevo sus posiciones en Buanga y otras fortalezas. La respuesta regia fue fulminante: confiscación de bienes y reparto de sus posesiones entre otros condes leales. Pero, sorprendentemente, Alfonso VII optó de nuevo por la clemencia, y en marzo de 1136 Gonzalo figuraba otra vez confirmando documentos reales.
La tercera rebelión llegó en 1137, confirmando la fama de indomable del magnate asturiano. Mientras fortificaba sus castillos en Asturias, fue sorprendido y capturado por Pedro Alfonso, sobrino del poderoso Suero Bermúdez. Encadenado, fue conducido ante el rey, quien decidió enviarlo prisionero al Castillo de Aguilar y después lo desterró de sus dominios. Con un reducido grupo de fieles, Gonzalo marchó hacia Portugal, donde Alfonso Enríquez lo acogió con honores, consciente del valor militar de un hombre que había desafiado durante años al mismísimo emperador de León y Castilla. Ese exilio de Gonzalo Peláez en tierras portuguesas tuvo un profundo simbolismo político. Supuso, de hecho, un reconocimiento tácito de Portugal como reino independiente, al acoger a desterrados del territorio leonés.
En todo caso, la leyenda contemporánea de Peláez se ayudó del hecho de que cuando preparaba su última rebelión se encontrara en Portugal, pero la situación de los territorios es muy diferente: «primero por la posibilidad que tenía Alfonso Henriques de articular relaciones con la nobleza de la zona con la que establece vínculos de dependencia. Por otro lado, la posición geográfica frente al imperio almorávide ofrecía posibilidades de expansión, lo que favorecía la consolidación del condado y sus anhelos de separarse de la política marcada por el rey de León. Desde luego hay que entender a Gonzalo Peláez en este contexto de intentos de afianzamientos de los nobles locales, pero la situación de Asturias distaba bastante de la realidad del condado de Portugal».