Boomers y millennials: ¿Vivirán las nuevas generaciones peor que sus padres?

Sergio Muñoz Solís
Sergio M. Solís REDACCIÓN

ASTURIAS

Calle Uría, Oviedo
Calle Uría, Oviedo PACO RODRIGUEZ

La precariedad laboral, el precio de la vivienda y un sistema de pensiones tensionado abren una brecha económica sin precedentes entre generaciones

29 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante décadas pareció un dogma incuestionable: cada generación viviría mejor que la anterior. El progreso económico, la consolidación del Estado del bienestar y la integración en Europa hicieron pensar que los hijos tendrían más oportunidades que sus padres. Sin embargo, las dudas han irrumpido con fuerza en la última década. ¿Podrán los jóvenes actuales los nacidos entre mediados de los ochenta y los 2000 aspirar a una calidad de vida comparable a la de los 'baby boomers', la generación nacida entre 1945 y 1965?

Los expertos coinciden en que el panorama ha cambiado radicalmente. El sociólogo David Luque, profesor de la Universidad de Oviedo, lo resume de manera clara: «Cuando los boomers se incorporaron al mercado de trabajo la sociedad era más sólida y predecible, el cambio era más lento y progresivo y se veía un claro horizonte en el medio plazo. Actualmente, la sociedad es líquida, el cambio es acelerado y turbulento, y a los jóvenes les abruma la incertidumbre económica». El economista Álvaro Muñiz, también de la Universidad de Oviedo, apunta en la misma dirección: «Los boomers terminaron sus estudios en los años ochenta, justo cuando España entraba en una senda expansiva. La integración en la Comunidad Europea y la llegada de inversión extranjera multiplicaron las oportunidades. Fue el momento justo, en el sitio oportuno».

El contraste más evidente está en el empleo. Entre los años setenta y noventa, España vivió un proceso de industrialización, expansión del sector público y creación masiva de puestos estables. Los contratos indefinidos eran la norma y la progresión salarial estaba prácticamente garantizada con la antigüedad. Hoy, la fotografía es muy distinta. Según el INE, la temporalidad en el empleo juvenil sigue superando el 40 % en varios tramos de edad, pese a las últimas reformas laborales. A esto se suma el estancamiento salarial: los jóvenes de entre 18 y 29 años han visto caer sus ingresos reales un 3 % desde 2008, mientras que los mayores de 65 los han incrementado en un 18 %, según el Instituto Juan de Mariana.

El mercado globalizado y la financiarización de la economía han añadido volatilidad. «Las cadenas productivas se han dispersado por el planeta y la competencia internacional ha reducido el margen de actuación de las economías nacionales», explica Luque. El resultado es un mercado laboral más inestable, con menos certezas y horizontes más cortos.

A las dificultades para acceder a un empleo estable se suman los problemas en el acceso a la vivienda. Lo que para los boomers fue casi un paso natural hoy se ha convertido en una meta cada vez más lejana para los jóvenes. Luque lo sintetiza en una cifra: «Los boomers tenían que dedicar tres salarios anuales a la compra de una vivienda; hoy, los jóvenes necesitan en torno a siete». Muñiz coincide y añade que la oferta de vivienda no ha crecido al mismo ritmo que la creación de hogares. «Tras la crisis seguimos creando hogares, en parte por la migración, pero la construcción no acompaña. La demanda crece y la oferta no, así que los precios suben», explica.

Los datos son elocuentes: solo un 20 % de los menores de 35 años tiene hipoteca, frente al 81 % de los nacidos entre 1945 y 1965 a la misma edad, según el Instituto Juan de Mariana. En términos de riqueza, los nacidos en los años 80 tienen hoy un 46 % menos patrimonio que los nacidos en los 60 cuando tenían su edad. El Banco de España refuerza esta idea: los nacidos entre 1986 y 1995 tenían a los 35 años una riqueza neta media de 45.000 euros, frente a los 120.000 acumulados por quienes nacieron veinte años antes.

El sistema de pensiones también refleja una presión creciente entre generaciones. En palabras de Luque, «no es una guerra intergeneracional, sino la consecuencia del envejecimiento de la población». Con más pensionistas y mayor esperanza de vida, el sistema de reparto se tensiona porque cada vez hay menos cotizantes por jubilado. Muñiz es más tajante: «El sistema es deficitario. Antes por cada jubilado entraban cuatro o cinco cotizantes; ahora entran tres. Además, las pensiones actuales superan en muchos casos los salarios de los trabajadores jóvenes. La reforma es inevitable».

Los datos del Instituto de Actuarios de España refuerzan este diagnóstico: los jubilados actuales reciben un 62 % más de lo que aportaron al sistema y los nuevos pensionistas cobran de media 1.760 euros, frente a los 1.670 que ingresan los menores de 35 años. El desfase lo cubren los más jóvenes, a través de impuestos y cotizaciones que ya representan casi el 40 % del coste laboral de un salario medio, frente al 31,8 % de la media de la OCDE.

Pese a todo, tanto Luque como Muñiz rechazan hablar de un conflicto abierto entre generaciones. El sociólogo recuerda la fuerte tradición de solidaridad intergeneracional en las familias españolas, mientras que el economista prefiere hablar de la necesidad de revisar el «contrato intergeneracional». El verdadero problema, coinciden, es político. La masa de votantes mayores es cada vez más numerosa y decisiva en las urnas, lo que hace que las reformas necesarias resulten electoralmente arriesgadas.

La gran pregunta es si, en conjunto, los jóvenes vivirán peor que sus padres. La respuesta no es sencilla. «Algunas tendencias vislumbran que puede ser así; pero lo que es seguro es que vivirán con mayores incertidumbres», reflexiona Luque. Muñiz añade una advertencia: «Si seguimos con una productividad tan baja y sin reformas profundas, sí, nuestros hijos vivirán peor que nosotros».

Lo cierto es que cada generación ha vivido en contextos distintos y ha tenido que afrontar retos diferentes. Los boomers crecieron en un país con menos bienestar inicial pero con más posibilidades de ascenso social, coincidiendo con la expansión económica de los ochenta. Los jóvenes actuales han disfrutado de mejores servicios públicos y de avances tecnológicos que multiplican las opciones de consumo y ocio, pero se enfrentan a un panorama laboral precario, a la carestía de la vivienda y a un sistema de pensiones tensionado.

Más que un enfrentamiento entre generaciones, lo que está en juego es la sostenibilidad del modelo económico y social español. El futuro de los jóvenes no depende solo de lo que heredaron, sino de las reformas que se implementen hoy.