¿Sabes que la manera de construir tu casa afecta no sólo al medioambiente, sino también a tu salud? La edificación sostenible puede evitar muchos dolores de cabeza.
23 ene 2019 . Actualizado a las 10:01 h.Hace años que se habla de placas y colectores solares, últimamente se utilizan mucho las fachadas ventiladas, incluso en rehabilitaciones. Las calderas de biomasa o la certificación energética están a la orden del día. Pero la sostenibilidad aplicada a la edificación va mucho más allá de todo esto, influyendo incluso en la salud de sus ocupantes. ¿Lo habías pensado desde ese punto de vista?
El término sostenible se oye cada vez más y lo relacionamos con el medioambiente: reciclar y otros temas colindantes. Pero, ¿cómo lo aplicamos a los edificios no sólo en su fase de su uso, sino también en la de extracción y fabricación de materiales o de demolición? Sí, ahí también se aplica la sostenibilidad. Podríamos decir que «un edificio es tanto más sostenible cuanto más reduzca los impactos negativos al medio y a las personas», define Marta Zapico, arquitecta experta en este tema, además de certificadora verde, una de las certificaciones sostenibles a nivel mundial y que opera en España.
La sostenibilidad es algo más complejo, relacionado también con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 desafíos establecidos por la ONU. Así lo señala Marlén López, arquitecta en Volumínica, que aplica a sus trabajos la biomimética, o biomímesis, una disciplina emergente que emula los diseños y procesos de la naturaleza para crear un planeta más sano y sostenible, que permitan al edificio comportarse como un organismo vivo y, en última instancia, la resolución de problemas. La biomimética ya se aplica en medicina o ingeniería. López pone como ejemplo las envolventes arquitectónicas vivas que interactúan con su entorno, que «sugiere un nuevo tipo de adaptabilidad, empleando la biomimética como herramienta para desarrollar un diseño activo con el medio ambiente. El estudios de las plantas y sus estrategias de adaptación a diferentes climas puede ser clave para lograr rebajar el consumo energético».
El tema da para mucho, teniendo en cuenta que desde 1900 la curva demográfica ha aumentado mientras que los recursos naturales han disminuido, incluso algunos en peligro de extinción. «Estamos picando montañas para hacer encimeras de granito», señala Zapico. «La edificación no es inocua, ya que crea impactos en el medio ambiente, consumiendo recursos naturales no renovables, económicos, energéticos, contamina el aire y el agua, ocupa suelo, produce emisiones de CO2, genera residuos y también puede causar impactos negativos en la salud de los usuarios», explica haciendo un recorrido de todo ese impacto que considera que puede mitigarse en cierto porcentaje teniendo en cuenta la eficiencia energética y el desarrollo sostenible.
Todo esto supone un cambio de modelo, el paso de la cuna a la tumba (la economía lineal del usar y tirar) a de la cuna a la cuna (la economía circular, donde se busca una segunda vida a los elementos utilizados). Esto pasa por la introducción de nuevos materiales donde se contemple su ciclo de vida. Para Zapico no es nada descabellado pensar en la fase de demolición de un edificio, donde buena parte de los materiales pueda ser recuperado y reutilizado, como por ejemplo con paredes de cartón yeso en lugar de ladrillo. «El ladrillo se convierte en escombro, pierde valor y acaba, quizás, formando el firme de una carretera; el cartón yeso puede ser retirado y colocado en otra edificación como material de segunda mano». Es lo que se conoce también como construcción seca, donde se minimiza el uso del agua y se opta por materiales que pueden ser atornillados. Todo esto favorece la circularidad.
Los impactos en construcción comienzan en la fase de extracción de materiales, en algunos casos traídos desde grandes distancias, lo que implica un impacto medioambiental, consumo de agua y contaminación. Todos estos impactos son mucho mayores de lo que al final puede suponer el propio uso del edificio, comenta Zapico.
¿Cómo mitigar el impacto en la fase de uso? Con el diseño previo. Un diseño que tiene en cuenta las envolventes del edificio (cubiertas, fachadas y suelos) con un aislamiento importante, instalaciones altamente eficientes, evitar las pérdidas innecesarias de calor, introduciendo la ventilación mecánica con recuperación de calor dentro de los edificios y prestando atención al diseño bioclimático (la orientación, los vientos dominantes, el diseño de huecos…), el aprovechamiento de aguas pluviales... «Se trata de recuperar la sabiduría de la arquitectura tradicional popular apoyándola con los nuevos conocimientos y tecnologías», resume Marta Zapico, y pone como ejemplo las galerías de las casas tradicionales asturianas, orientadas al sur, funcionando como radiador de la casa.
Cuando el diseño influye en la salud
«Se calcula que pasamos el 90% del tiempo dentro de edificios. Por regla general la calidad del aire interior está unas cinco veces más contaminada que la del exterior. En ello influye la falta de ventilación, la condensación (lo que deriva en hongos), o los compuestos orgánicos volátiles, que son las sustancias derivadas del petróleo aplicadas en los acabados (barnices, pinturas…)», explica Zapico, señalándolos como fuente de dolores de cabeza, falta de concentración o cansancio.
La iluminación es otro factor a tener en cuenta. Los largos períodos de tiempo sin luz natural afecta a nuestros biorritmos y altera los patrones de sueño, mientras que la iluminación artificial produce fatiga, afecta a la vista y reduce el rendimiento, algo a lo que también afecta la mala acústica, que no sólo afecta al descanso, sino a fatigas, problemas auditivos y afonías derivadas de las reverberaciones.
La radiación solar no sólo aporta calor al interior de las viviendas, sino que permite un ambiente más saludable impidiendo la aparición de ácaros, además de ser fuente de confort y fomentar el buen estado de ánimo. La calefacción y la refrigeración en exceso también fomentan el disconfort. Todos estos aspectos a tener en cuenta, que «muchos son de sentido común», marcan la diferencia a la hora de generar impactos en las personas, «por ejemplo con bajas laborables por infecciones causadas por el aire acondicionado o alergias por movimiento de polvo cuando estas corrientes provienen del suelo».
Medir la sostenibilidad de un edificio
Existen certificaciones de eficiencia energética a la hora de vender o alquilar, pero existe una falta de información al respecto, puesto que son tres conceptos los que se valora, aunque se da más visibilidad al primero, el que habla de las emisiones de CO2 que produce su sistema de climatización. El segundo se refiere a la demanda de calefacción y refrigeración (lo que va a demandar el inmueble) y el tercero se centra en el consumo de energía primaria, que tiene que ver con lo que consume y con el tipo de energía que utiliza. Estos conceptos se califican desde la A (mejor calificación) a la G (peor).
«Esto da lugar a paradojas como que puedo tener una vivienda que demanda mucha calefacción porque está mal aislada y tener una calificación A si coloco una estufa de pellets. ¿Significa que gasto poco en calentarme? Mi demanda de combustible es alta, aunque sea renovable y no emita CO2», ejemplifica Zapico.
Hoy en día existen las certificaciones sostenibles que tienen en cuenta otra serie de aspectos, donde se contempla lo relativo a la salud y al bienestar. En ello cuenta, por ejemplo facilitar los usos responsables y saludables, como el uso de plantas autóctonas, tener un cuarto de basuras donde poder almacenar voluminosos para desechar, los puestos de recarga para coches eléctricos, un cuarto de bicis o centros de trabajo con duchas para quienes se desplazan de esta manera. Y comienza a darse el caso de bancos que comienzan a valorar la sostenibilidad con la concesión de hipotecas verdes.