Del 3-0 al 3-3: analizamos el cataclismo del Real Oviedo ante el Huesca. ¿Qué pasó?
17 feb 2022 . Actualizado a las 12:21 h.¿Puede un partido de fútbol aunar una de las mejores primeras partes de la temporada de un equipo y el peor segundo tiempo del curso del mismo equipo? Sí, puede. Y si no, que se lo pregunten al Real Oviedo tras el 3-3 del domingo ante el Huesca. Que dos de los tres goles del conjunto carbayón fuesen golazos -en la propia razón de ser de un golazo puede ir implícito el hecho de que sean inesperados- no debe nublar el análisis: los azules maniataron al Huesca durante 40 minutos, crearon peligro con relativa asiduidad y, salvo a balón parado, no sufrieron cerca de su portería. Ahora bien, ¿qué le pasó después al equipo de José Ángel Ziganda?
El buen hacer de la telaraña azul
En su segundo encuentro consecutivo ante un conjunto armado con tres centrales y carrileros, el Cuco Ziganda esperó, colocó el anzuelo y el Huesca lo mordió. El Oviedo, comandado por sus dos delanteros, comenzaba a presionar pasado el centro del campo, dejando vía libre a los tres centrales oscenses e, incluso, a un David Timor que casi siempre bajaba a la primera línea para aportar en salida de balón. Pero ahí morían las intenciones de los de Xisco Muñoz. Pocos metros detrás de Obeng y Borja Bastón aguardaba una línea de cuatro que, al son de Brugman y Luismi, no daba una opción alguna de pase a su rival.
El Oviedo ahogaba la sala de máquinas visitante, lateral y extremo carbayón se colocaban en el punto exacto para que ni el carrilero ni el extremo rival pudiesen hacer daño y, por momentos, el Huesca acumulaba más futbolistas por detrás del balón que por delante. Y además del rigor táctico, estaban las piernas de los que debían usarlas más que ninguno: Brugman y Luismi, a muy pocos metros de distancia el uno del otro, se movían de forma coordinada y mordían cada vez que Seoane, Poveda o Escriche osaban recibir entre líneas. El plan de Ziganda estaba saliendo a la perfección.
Los goles y la confianza, de la mano
Aunque nunca es definitivo, y bien se vio el domingo en el Carlos Tartiere, un tanto a favor refuerza cualquier planteamiento o, incluso, el planteamiento nace a través de dicho gol. En el caso del Oviedo-Huesca, el 1-0 puede que no tuviese ni padre ni madre. Eso sí, a partir del tanto de Bastón, los azules dominaron el escenario. El Oviedo se asentaba en campo rival gracias al juego directo sobre los puntas y, después, robaba fácil y maduraba las jugadas a través de la posesión. Por momentos, los diez futbolistas de campo del conjunto carbayón estaban instalados en el campo del Huesca.
Las obras de arte de Samuel Obeng y Carlos Isaac alzaron al Real Oviedo a un estado de máxima confianza que les permitía morder una y otra vez, incluso adelantando las líneas y yendo directamente a buscar al Huesca en los saques de puerta de los oscenses. Bastón y Obeng iban a por los centrales y, a partir de ahí, todas las líneas ganaban terreno al unísono. Los azules seguían creando peligro, bien por el buen hacer de los delanteros o a través del colmillo de Viti atacando el espacio entre central y carrilero. Casi 40 minutos de un festín azul oviedista... que tuvo fecha de caducidad.
Y la telaraña se rompió
Los últimos cinco minutos del primer tiempo fueron el tráiler perfecto de lo que iba a suceder tras el descanso. Xisco se olvidó de bajar a un mediocentro a la primera línea en salida de balón, fijó a los carrileros -sobre todo a Marc Mateu- casi a la altura de los laterales oviedistas y Seoane y Escriche fijaron su residencia a la espalda del doble pivote. Todo esto, unido al estado de ánimo propio de un equipo que parece tener el partido perdido y el arriesgar no le supone un quebradero de cabeza. La circulación de los oscenses mejoró, llevó mucha más mala intención que antes y, claro está, la presión del Oviedo pasó de ser muy buena a ser un horror.
Táctica y piernas. Ni las líneas estaban tan juntas y coordinadas como antes ni Brugman y Luismi llegaban a morder tan rápido como en el primer tiempo. Todo le llegó a la vez a un Oviedo que no supo parar al Huesca en ningún momento de la segunda mitad. El espacio entre los delanteros carbayones y el centro del campo se agrandó, Isaac y Viti comenzaron a dudar debido a las conducciones de Ignasi Miquel y la posición de Marc Mateu -dividir y fijar- y Seoane y Escriche pasaron a ser indetectables para cualquier jugador que vestía de azul. Así llegó el 3-2 y así pudieron llegar varios tantos más.
El Huesca ponía el cebo en los costados, clavaba el puñal por dentro e intentaba rematar al Oviedo, de nuevo, por los costados. Marc Mateu y Ratiu recibían en la izquierda y en la derecha, respectivamente, con el tiempo suficiente para sacar un centro cómodo que pusiera en aprietos a la defensa azul y a Joan Femenías. ¿Y en la otra mitad del campo? No había Oviedo y futbolistas como Borja Sánchez o Brugman ni entraban en contacto con el balón. Ziganda metió a Jimmy y adelantó a Brugman, pero los azules no fueron capaces de controlar el asedio. Después, cuando Javi Mier ocupó el lugar del uruguayo, tampoco. Eso sí, y más por demérito del Huesca que otra cosa, el ataque oscense perdió chispa y agresividad pasada la hora de partido.
Un máster en el juego aéreo
El Oviedo estaba desquiciado, sin saber cómo la tarde había pasado de blanco a negro de manera tan repentina. Incluso con el 3-2 todavía en el marcador, los azules permitieron situaciones claras de contra inconcebibles en el cuadro de Ziganda en cualquier otro momento de la temporada. El 3-3 de Ignasi Miquel llegó tras otro centro cómodo desde el costado, con Cornud marcando muy tímidamente a Escriche.
Dani Calvo fue el gran sostén de la defensa azul en la cascada de centros y saques de esquina con los que el Huesca sembró el pánico en el Tartiere, algo que ya sucedió en el primer tiempo. El central, obligado a aparecer en zonas que no le correspondían debido a los problemas de Femenías en el arte del juego aéreo, sumó hasta seis despejes en el área pequeña durante la segunda mitad del partido. En total, 21 despejes del conjunto carbayón por 4 del Huesca, casi nada.