«Cuatro meses caminando para no poder entrar en la catedral»

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña SANTIAGO / LA VOZ

CAMINO DE SANTIAGO

CLARA RIVEIRO

Dos peregrinos franceses llevan con humor haber dormido en la calle por el cierre de los albergues

18 mar 2020 . Actualizado a las 17:40 h.

Menos mal que para ellos Santiago no era el final del camino ni la catedral su objetivo. Porque los franceses Gaspar y Merlín, tras cuatro meses caminando, no pudieron el sábado visitar el templo ni recoger la compostela, ni tampoco los recibió el apóstol ni la habitual horda de peregrinos. Más bien, lo que se encontraron fue una ciudad sitiada y la basílica cerrada a cal y canto. Nada podía hacerles pensar, cuando en el mes de diciembre emprendieron la marcha, que el coronavirus les iba a trastocar de tal manera los planes. Y sin embargo, lo llevan con humor, y eso que ni pudieron besar el santo ni dormir bajo cubierta. «Es un poco decepcionante no haber podido entrar en la catedral, pero nuestro objetivo no era ese, era el Camino en sí; de hecho, ahora nos vamos a Fisterra», explicaba Gaspar sonriente, poniéndole al mal tiempo buena cara. Y eso que durmieron como pudieron, a la intemperie protegidos por los soportales de una calle cercana a la catedral. «Los albergues estaban cerrados», dice encogiéndose de hombros.

Pese a los contratiempos, la experiencia les parece positiva. Van con lo justo y aseguran que lo mejor que se llevan de vuelta es la solidaridad de la gente. «Se nos acabó el dinero, pero entramos en las tiendas y todo el mundo nos da pan o chorizo para hacernos un bocadillo, y así vamos tirando. Cuando lleguemos a Fisterra emprenderemos el camino de vuelta, otros cuatro meses». Saben que no encontrarán albergues en los que guarecerse de la lluvia, pero tampoco les preocupa. «Llevamos nuestra tienda de campaña», explica Gaspar sin perder la sonrisa. No les asustan ni los posibles contagios. «Mantendremos las medidas de seguridad, con eso será suficiente».

No todos los peregrinos se lo tomaron con la misma filosofía. Por el casco histórico de Santiago deambulaba también una pareja de japoneses pertrechados con sus mascarillas que, tras recorrer la ruta, pensaban pasar tres días conociendo la ciudad. Sin saber una palabra de español, bajo la lluvia, con unos cafés en la mano y mirando hacia Porta Faxeira desde un banco de la Alameda, barruntaban qué hacer en una ciudad desconocida y cerrada a cal y canto por la crisis del coronavirus. Otros, más afortunados, lograron adelantar sus billetes. «Todos quieren marcharse a casa cuanto antes», aseguraba un conserje de la estación de tren compostelana.