Cinco minas que han tenido una segunda oportunidad

Carmen Liedo

CUENCAS

Las posibilidades de las instalaciones mineras ya cerradas son de lo más diversas, desde su aprovechamiento turístico hasta su utilización para proyectos de agroalimentación

01 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando una mina deja de tener actividad, en el territorio en el que se ubica se genera un cierto trauma por lo que conlleva esa clausura: en muchos casos pérdida de empleos, repercusión en los sectores vinculados, despoblación, abandono de viviendas… Aunque teóricamente esos cierren van acompañados de proyectos de reactivación y diversificación, la experiencia de lo que ha sucedido en las comarcas mineras dice que esos proyectos no siempre funcionan y que el territorio entra en una crisis socioeconómica que con el paso del tiempo es más difícil de solucionar. Lo que sí le queda a estas cuencas en herencia es un importante patrimonio industrial que en (las más) ocasiones cae en el olvido contribuyendo a hacer el panorama más desolador. Pero también se dan casos, aunque sean los menos, de explotaciones mineras que después de dejar de producir han tenido una segunda oportunidad y siguen siendo útiles o formando parte de otros proyectos distintos a lo que es puramente ser yacimiento de carbón. Convertir esas minas en recurso turístico suele ser la iniciativa más socorrida para que muchas instalaciones no caigan en el abandono, sin embargo, las posibilidades de los pozos y sus dependencias anexas pueden ser infinitas y servir para montar una fábrica de cerveza, para madurar quesos o para crear una importante zona de cultivo en el caso de los cielos abiertos.

El Ecomuseo Minero del Valle del Samuño y el Pozo Sotón son dos de los ejemplos más cercanos de cómo aprovechar instalaciones mineras cerradas con fines turísticos. El Ecomuseo se abrió a los visitantes en 2013 tras una inversión de más de 6,5 millones de euros. Con este proyecto se buscaba la conservación y rehabilitación de un legado patrimonial muy relevantes, así como la dinamización económica del valle. La recuperación de un antiguo trazado ferroviario entre el Cadavíu y La Nueva permite a los visitantes de este equipamiento turístico subirse a un auténtico tren minero y recorrer el antiguo camino del carbón. Una vez realizado el trayecto, se completa la experiencia con la visita a las distintas instalaciones del Pozo San Luis, en La Nueva, declarado Bien de Interés Cultural por su singular construcción.

La experiencia turística en el Pozo Sotón, donde se ha habilitado además el Centro de Experiencias y Memoria de la Minería, se acerca más a vivir realmente el trabajo de un minero durante la jornada laboral. Tras adecuarlo Hunosa para la recepción de visitantes y crear un equipo de mineros-guía para acompañar a los grupos, lo que ofrece la empresa minera en el Pozo Sotón, que concluyó su actividad extractiva en diciembre de 2014, es un recorrido por el interior de la mina de carbón. Para ello, los visitantes han de cambiarse de ropa y asistir a una charla formativa de seguridad antes de ser aprovisionadas de la lámapara de luz y del equipo auto-rescatador. Actualmente se ofertan dos alternativas de visita, una de pago centrada en la visita al interior de las galerías de la mina y otra gratuita que consiste en realizar un recorrido guiado por parte de las instalaciones exteriores del pozo que componen la declaración de Bien de Interés Cultural.

Las bocaminas de los pozos también pueden ser espacios aprovechables para el desarrollo de nuevos proyectos. Un ejemplo es lo que ha hecho Alimentos El Arco con la bocamina ubicada en el recinto del economato de Moreda, uno de los once que compró a Hunosa hace algo más de un año. Al hacerse cargo del supermercado, la empresa se encontró en el terrenos del de Moreda una bocamina con posibilidades para desarrollar algún proyecto agroalimentario. Los responsables El Arco, vinculada históricamente a las comarcas mineras, se lanzaron a elaborar un queso propio cuya maduración final tiene lugar en dicha bocamina, a la que han tenido que dotar de las condiciones y humedad adecuada para lograr un producto de gran sabor que se presentaba el pasado mes de junio en el marco de la Feria de Turismo Minero ofreciendo a los visitantes de este evento la prueba de los primeros veinte quesos afinados allí. Los sucesivos se comercializarán en las tiendas del grupo.

Las instalaciones del Grupo Minero Lumajo, en la localidad leonesa de Villablino, es otra de esas minas cerradas por la crisis del sector a la que se está dando una segunda oportunidad de explotación, aunque lo que saldrá de ella será una cerveza artesana de calidad, eso sí, concebida como «homenaje a todos los mineros». El empresario Juan José Villanueva, un lacianiego actualmente afincado en Panamá, es quien ha decidido poner en marcha esta fábrica. Su objetivo no es crear un proyecto sólo con fines empresariales o económicos, sino que con esta iniciativa pretende contribuir a impulsar el Valle de Laciana y «dar un empujón» a la gente de la zona «para que se atreva a emprender». En esta aventura estará acompañado por su socio y amigo, el hostelero local Abel Díaz. Juntos presentaban el pasado 15 de agosto la primera tirada de 12.70, una cerveza artesana de calidad, con muchos elementos diferenciadores y un importante componente sentimental. Aunque la primera partida  de 9.000 litros ha sido elaborada en la fábrica de Toledo que les va a surtir la maquinaria,  la previsión es que en octubre o noviembre de este año puedan estar produciendo en Lumajo, para lo que serán necesarias para empezar cinco personas.

La mina a cielo abierto de Puertollano, en Ciudad Real, es otra de las que ha vuelto a producir, aunque no sea carbón. Obligada por la normativa regional, Endesa realizó una inversión de 40 millones de euros para recuperar más de 980 hectáreas de una mina de la que sacó mineral durante 43 años, en concreto desde 1972 hasta 2015, con el objetivo de abastecer la central térmica de la misma localidad. Esta mina, conocida como Emma, cuenta ahora con unas 670 hectáreas dedicadas a cultivos de cereales y pastos, mientras que en otras 126 se han plantado casi 28.000 olivos para la obtención de aceite de buena calidad y frutales. El resto, unas 104 hectáreas, se han destinado a la vegetación autóctona y otras 36 lo ocupa un lago y zonas de humedales.