Rupf, retrato del cubismo en construcción

héctor j. porto BILBAO / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

Luis Tejido | EFE

El Guggenheim inaugura hoy una exposición sobre la colección de arte que reunió el comerciante suizo en la primera mitad del siglo XX y que es la primera vez que viaja a España

11 nov 2016 . Actualizado a las 08:49 h.

Picasso, Braque... «Era una época admirable, de entusiasmo juvenil, de desprecio, de enemigos». Quien así recordaba muchos años después es Daniel-Henry Kahnweiler, un marchante alemán que entonces empezaba su labor profesional a contracorriente en París y que vivió en directo la gestación y el nacimiento del cubismo en la primera década del siglo XX. ¿Qué conciencia de este fenómeno existía en aquel momento? ¿Qué diferenciaba a estos artistas? ¿Qué perseguían? «El cubismo era el realismo de lo que persiste, los pintores buscaban el aspecto más perdurable de los objetos, no su apariencia, se decía de los objetos lo que se sabía de ellos, no lo que se veía a simple vista», explicaba Kahnweiler. Él conoció a Braque en 1907 y en 1908 el pintor regresó de sus vacaciones con el lienzo Casas de L’Estaque, una propuesta no muy alejada, anotaba Kahnweiler, de lo que hacía en esos mismos días Picasso no lejos de París, en una granja que había alquilado en la Rue des Bois, o de lo que ya había formulado en Las señoritas de Aviñón. Esa fascinante etapa, esa efervescencia vanguardista, ese seísmo estético, es lo que busca atrapar la exposición que se abre hoy al público en el museo Guggenheim de Bilbao alrededor de La colección de Hermann y Margrit Rupf, un matrimonio suizo que se rodeó a lo largo de su vida de varios centenares de obras fundamentales para entender la historia del arte del siglo XX.

Luis Tejido | EFE

Hermann Rupf (1880-1962), sin embargo, no es que entendiese entonces exactamente qué se traía entre manos, no es que manejase un discurso teórico. Adquiría muchas de las obras en el mismo año en que se pintaban, mientras la mayoría deploraba unas creaciones perversas tan apartadas del naturalismo. Simplemente era una persona muy culta, intuitiva, un apasionado del arte con una sensibilidad exquisita, un verdadero extraño en el ambiente absolutamente conservador de su país. 

Fráncfort, 1901

Se apoyaba mucho en su amigo Kahnweiler, a quien conoció en 1901 en Fráncfort en el Banco de Comercio, con quien compartió un tiempo apartamento en París y al que visitaba después, cuando viajaba a la capital francesa, en la pequeña galería de arte que montó en la calle Vignon. Fue allí donde compró, entre otros muchos lienzos, Casas de L’Estaque, que también puede verse en el Guggenheim. Rupf no era un millonario de familia, un gran industrial, sino un comerciante con un negocio de mercería bastante próspero en Berna. Claro que el precio de los cuadros, en aquella época, no tenía nada que ver con los importes astronómicos que alcanzan hoy en las subastas.

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Las 70 obras seleccionadas por las comisarias Susanne Friedli (por la Fundación Hermann y Margrit Rupf, de Berna) y Petra Joos (Guggenheim) que pueden verse en el museo vasco no solo abarcan el período en que el matrimonio suizo hizo sus adquisiciones, incluyen además piezas de artistas contemporáneos (Meret Oppenheim, Gotthard Graubner, Florian Slotawa, Donald Judd, James Lee Byars, Enrico Castellani, Lucio Fontana, entre otros) con las que la fundación ha ido enriqueciendo la colección hasta la actualidad. La exposición -abierta hasta el 23 de abril del 2017- trata de establecer un diálogo entre autores modernos y contemporáneos, aunque quizá el esfuerzo se ve un poco fagocitado por la devoradora potencia de los Picasso, Braque, Derain, Gris, Klee, Kandinsky, Léger... De ellos hay una muestra abundante, en consonancia con la amistad que Rupf mantuvo con algunos, a los que apoyó no solo mediante la compra de sus trabajos sino que también les ayudó a subsistir y hasta dio cobijo en los duros años de guerra. Es la primera vez que esta colección viaja a España.