Bronca ante el bochornoso remix de mística y terror de Aronofsky y Bardem

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Festival de Venecia.
Festival de Venecia. ALESSANDRO BIANCHI | reuters

Castigo del cineasta neoyorquino con la golfería «Mother!» y fascinante filme documento sobre un caníbal japonés

06 sep 2017 . Actualizado a las 23:25 h.

Hay autores, cineastas con impronta de redentores, que convierten la crónica de festivales en una profesión de riesgo. Darren Aronofsky es uno de ellos. De los más connotados, a la diestra de dios Malick. Aronofsky viene a metabolizarse en un Malick que cambia el silencio new age por los megavatios psicotrónicos. Dos iluminados. Así que llegó el autor de las ominosas The Fountain o Moisés y nos deparó una mañana grimosa. Mother! pertenece a ese género del cine megalómano que quiere colar como trascendente un arsenal de delirios, truculencias, idas de olla irrisorias. Es una estafa, un acto de golfería en estado puro de esos tipos que se vanaglorian de ser auteurs y tienen cola de adeptos, de acólitos prestos a inclinarse ante el gurú.

Arranca Aronofsky su función con un esquema que parece mimetizar elementos de la obra maestra de Polanski La semilla del diablo. Jennifer Lawrence y Javier Bardem reciben en su casa de la colina la visita de una extraña pareja: son Ed Harris y Michelle Pfeiffer -es un placer recuperar a una Pfeiffer en rol mefistofélico- y, hasta ahí, Mother! mantiene esa tensión del de-repente,-un-extraño que va turbando la racionalidad, tiñendo de azufre el ambiente. Pero la cordura le dura poco a Aronofsky: la casa comienza a ser invadida por turbas de seres enajenados. Jennifer Lawrence tiende a alucinar porque su marido -pobre Bardem, qué deriva la de su carrera hollywoodiense, quién será el enemigo que le aconseja su selección de personajes- parece encantado de ser anfitrión de este masivo aquelarre.

Y Mother! mete ya la directa hacia el pandemónium. No le busquen sentido al dantesco turbomix al cual este bochornoso engendro se entrega: hay un embarazo súbito de Jennifer Lawrence. Y lo que se nos viene encima es una orgía de pseudoterror pasado como por el Rinoceronte de Ionesco. No es cine del absurdo, sino del timo, de la impostura. Cine de la crueldad donde todo vale: los invitados entran hasta la cocina, se comen hasta al nasciturus. Bardem es feliz de que se merienden a su bebé y de que su mujer arda en la pira. Es lo que tienen los visionarios como Aronofsky. Mola mucho ser un poeta con cordón umbilical alimentado por una egomanía enferma como pocas. Este insulto en imágenes que es Mother! recibió el eco que merecía: bronca en todos los idiomas. Hubo quien, vociferante, la calificó de «gran parida» (sic). No exageró.

Como si se tratase de jornada antropofágica, después de ver lo del feto de Lawrence y Bardem, asistimos al filme documento Caniba, este sí fascinante. Se trata nada menos que de recuperar a un personaje real de la crónica más macabra del tiempo reciente: la del japonés Issei Sagawa, quien en 1981 asesinó y luego fue comiendo el cuerpo de su novia holandesa. Declarado demente, los franceses lo enviaron empaquetado a Japón. Y allí, en el presente, Lucien Castaign Taylor y Verena Paravel ponen sobre su rostro notoriamente trastornado la cámara en primer plano. El tipo dice pocas cosas inteligibles pero su banalidad del mal -del tabú- es aún más perturbadora. Se muere por el chocolate, por los muñecos de Disney y por el porno de lluvias doradas. Ha publicado hasta un deleznable cómic sobre cómo fue troceando y digiriendo a su novia. No me atrevo a generalizar cuando pienso en cierta insania ritual asociada a la cultura japonés. Taylor y Paravel logran sumergirme en una atmósfera de la insania que me acompaña el resto del día. Qué apoteosis del mal rollo. Hannibal Lecter, de pronto, me parece Mickey Mouse.

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