«En 'El rinoceronte y el poeta' he querido reivindicar todo lo que la literatura tiene de importante para la vida»

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Miguel Barrero
Miguel Barrero Juan Antonio García

El escritor y novelista asturiano publica en Alianza su nueva novela, un viaje histórico, existencial y literario por la Lisboa de Fernando Pessoa y el pasado remoto y cercano de Portugal

29 oct 2017 . Actualizado a las 05:36 h.

Primero fue Michi Panero -los Panero- y Astorga. Más tarde, Antonio Machado y su final en Collioure. Y ahora el turno es para el mítico Fernando Pessoa y su ciudad, Lisboa. Miguel Barrero (Oviedo, 1980) acaba de publicar su nueva novela, El rinoceronte y el poeta, con la que se estrena en Alianza editorial y en la que reincide y amplía algunas de las constantes de una obra donde la realidad y la ficción, la literatura y la vida se alimentan mutuamente. Después de su presentación en Orense, el escritor, periodista -y desde principios de mes, también responsable de la secretaría de Cultura en la Ejecutiva socialista de Adrián Barbón- encara una minigira de presentación en Asturias que recalará en la la librería Cervantes de Oviedo (lunes, 30), La Buena Letra, en Gijón (2 de noviembre) y la Casa de Cultura de Mieres (13 de diciembre).

-Recuerdo que me habló de esta historia sobre Pessoa justo al final de la entrevista sobre Camposanto en Collioure, y lo hizo con la certeza de quien la tiene casi rematada. Pessoa tras Machado, casi sin solución de continuidad...

-El primer borrador salió muy rápido, en un mes, en la primavera de 2014, antes de escribir Camposanto en Collioure. Luego la tuve en reposo. Me salió tan rápido que no me atrevía ni siquiera a mirarla, porque algo tenía que estar mal. Previamente había intentado darle forma de otra manera que no cuajó, una estructura más fragmentaria, más experimental si quieres, pero que me planteaba muchos problemas a la hora de desmadejar el ovillo completamente. Así que quedó reposando durante un tiempo largo hasta que una noche, de pronto, me vino a la mente la imagen de un señor que viajaba en tren hacia Lisboa, y pensé que ese era el canal por el que dar salida a todo lo que había estado investigando y documentando.

-¿Cuál era aquella otra idea más experimental?

-Consistía en escribir pequeños ensayos sobre temas reales o legendarios -el rinoceronte, Pessoa, el Quinto Imperio, el sebastianismo…- de forma que la suma de esas realidades o episodios contrastables acabase llevando a conclusión ficticia; la parte de novela procedería del sumatorio de todos los elementos reales.

-En realidad, se mantiene mucho de eso.

-Eso es. Pero a la hora de ponerlo en negro sobre blanco, me generaba muchos problemas de continuidad, coherencia… No acababa de creer en esa estructura, y estaba tan obcecado en ella que no sabía qué hacer. Solo cuando me aparté de ella y me puse a dar forma a Camposanto en Collioure, fue cuando una noche se me ocurrió esa idea del hombre que viajaba a Lisboa, de sus divagaciones, su rica vida interior, podía ser una vía para dar cauce a lo que había hecho.

-Insiste en una serie de constantes que aparecen en otros de sus libros: el punto de partida en personajes y hechos históricos; el interés por la literatura dentro de la literatura; el viaje y los viajeros... ¿Se puede hablar ya de obsesiones?

-Todo eso que dices es verdad, pero también que escucharlo me suena raro porque no es algo que surja de manera consciente.  No tengo un proyecto literario. Realmente, cuando acabo un libro no sé qué va a ser lo siguiente. Me fascina mucho la gente que en vez de novelas escribe trilogías; lo digo en sentido real, porque yo soy incapaz de proyectar algo más allá de un libro. Pero es verdad que son temas que están ahí, y que los libros surgen a partir de esas obsesiones que yo no detecto como tales. Este libro, si se parece a alguno, para mí, aunque no tengan nada que ver, es a Camposanto en Collioure, precisamente porque ambos surgen de un viaje de una manera muy clara y muy nítida. En Collioure era una especie de indagación íntima sobre una cierta percepción del paisaje modelado por la historia,  la ideología, la literatura, etcétera, y en este caso es una fabulación a partir de dos historias que conocí en un viaje a Portugal.

-¿Una para el poeta y otra para el rinoceronte?

-Sí. A la del poeta llegué en Oporto, en la famosa Librería Lello, donde me encontré con una edición de Mensagem, el único libro que Pessoa publicó en vida. Yo era un lector de Pessoa muy circunstancial. Había leído con mucha atención y mucho deleite el Libro del desasosiego, que para mí es un libro fundamental, pero su poesía la conocía muy superficialmente; los poemas que todo el mundo conoce: El poeta es un fingidor, Tabaquería, alguna oda de Ricardo Reis… Nunca me había dado por meterme en su poesía porque es tan inmensa que no sabía cómo entrar en su lectura más o menos sistemática. Entonces, me topé con aquel libro del que no había oído hablar nunca y esa noche descubrí leyendo la historia que aparece en el libro: no la del Pessoa prosista o poeta sino el Pessoa personaje.

-¿Qué personaje era Pessoa?

-El tipo se muere con 48 años y que no publica su primer libro hasta un año antes, firmándolo además con su nombre, algo nada habitual en su carrera. Cuando muere, tiene su obra escrita y también el plan de obra: Mensagem no es su primer libro por casualidad. Es la piedra sobre la cual quiere edificar una imagen pública, una estatura propia de poeta. Eso me interesó mucho, esa percepción tan acabada de sí mismo como alguien que tenía algo que contar y una visión que ofrecer de su propio país, de su propia nación, de la sociedad de la que se sentía parte. Mensagem bebe de ahí. En él se poetizan todas las tesis del sebastianismo que había causado furor en Portugal en siglos anteriores.

-¿Y el rinoceronte? ¿Dónde le asaltó?

-Fue unas horas después, en Belém, en Lisboa, descubro la historia del rinoceronte, suficientemente bonita como para escribir algo sobre ella: el rinoceronte que llega a Lisboa, la gente lo espera, se organiza una batalla contra un elefante, se lo regalan al Papa, el barco naufraga, el rinoceronte reaparece disecado otra vez en Roma, se pierde su rastro… Pero además me pareció que podía ser el símbolo del esplendor de Portugal en sus momentos más apoteósicos; el emblema del imperio portugués.

-¿Cómo y por qué se le ocurrió conectarlos? 

-Pessoa, a su modo, también quiso convertirse en el emblema del Portugal de su época, de un nuevo Portugal que quería ver nacer. La tentación de vincular ambas historias se me ocurrió a partir de otro episodio que no todo el mundo sabe: en el monasterio de los Jerónimos, panteón de Portugal hasta no hace mucho, hay un montón de tumbas vacías que nunca llegaron a conocer a sus inquilinos: la de Don Sebastián, la de Camões, dicen que tampoco Vasco de Gama… Y otra leyenda urbana dice que, cuando a Pessoa se le exhumó para trasladarlo allí desde el cementerio de Prazeres, su cuerpo estaba incorrupto, y que se ocultó para que se supiera evitar cultos extemporáneos y el panteón se cerró con llave y se dijo que se había cambiado de panteón. Esa incógnita sobre los restos de Pessoa también la conecté con la de la desaparición del rinoceronte después del saqueo de Roma. Era muy sugestiva la idea de vincular de manera ficticia ambos elementos.

-En su novela el rinoceronte aparece también como símbolo del ser desplazado, fuera de su mundo, de la grandeza de alguien que acaba convirtiéndose en un extraño en su tiempo y su lugar. ¿No eran otros rinocerontes también, entonces, Machado o Michi Panero, protagonistas de otros libros suyos?

-Por lo común, el arte surge de un conflicto. Algo que se coloca fuera de su contexto automáticamente entra en conflicto con su contexto. El rinoceronte podría ser un emblema de esto, como podría serlo sin duda Machado. En el libro hay una reflexión más o menos soterrada sobre la importancia que adquiere la cultura a la hora de configurar una determinada conciencia colectiva, y en contraposición el escaso valor que se le da en el día a día.

-La cultura; otro rinoceronte.

-Eso es. En Portugal todo el mundo conoce la historia del rinoceronte y está orgulloso de ella, pero el pobre rinoceronte fue allí a ver si lo mataban, y de hecho se lo acbaron cargando en aquel viaje a Roma. Pessoa vivió toda su vida no como un ser anónimo del todo, pero sí un personaje perfectamente gris que desarrolló su poesía sin que los demás, salvo los cuatro amigos de su círculo, fuesen conscientes de que estaba ahí y estaba creando una obra que iba a trascender y a convertir a Portugal en la cuna de la obra de uno de los mejores poetas del siglo XX.

-¿Equivalentes en España?

-Machado, uno de los grandes poetas, viviendo en la pobreza, sin pensión, sin nada… Cervantes, no hace falta ni decirlo. «Clarín» en Asturias… Somos conscientes de que determinadas manifestaciones culturales han hecho que seamos lo que somos, o han matizado o forjado o reforzado lo que somos, pero en la práctica real, en la vida real, les concedemos una importancia muy relativa o nula.

-En su juego final (sin spoilers) hay cierta ambigüedad: le da a la cultura toda esa importancia que puede llegar tener en una sociedad o en un país, pero al mismo tiempo muestra el fracaso de quienes la custodian...

-Viene a ser una forma de enfatizar esto que digo. El protagonista, Eduardo Espinosa, es un hombre que ha dedicado toda su vida al estudio de una cosa muy concreta -la obra de Fernando Pessoa- y al final descubre que su vida no ha servido para nada… A pesar de eso, es un homenaje a las humanidades. Cunqueiro hablaba mucho de la utilidad de lo inútil; son cosas inútiles para un buen balance de cuentas, seguramente, o para picar piedra, pero son útiles para vivir en un sentido integral. El drama de Espinosa es que ve que su trabajo ni siquiera sirve para eso. Él también es un rinoceronte: esta gente que dedica toda su vida o la vicariza a un fin superior, y se acaba yendo sin que nadie sea consciente de su valor. Pessoa en España en buena medida es conocido por Ángel Crespo, un gran pessoano. ¿Quién conoce a Ángel Crespo fuera de los cuatro estudiosos? ¿Quién, entre la gente común, la gente de a pie, conoce a Martín de Riquer, a los grandes cervantistas que han posibilitado que hoy sigamos leyendo a Cervantes? Yo quería hacer, más que una crítica, una denuncia sobre quienes se dedican a esa labor callada que permite fortalecer, consolidar, una identidad, y pasan sin pena ni gloria.

-¿Hasta qué punto la literatura activa la literatura en su obra?

-No siempre, pero sí muchas veces. La literatura me funciona como fuente de retroalimentación. En particular, en las dos últimas novelas, Camposanto y esta, sí hay un juego metaliterario muy consciente y muy constante. Me cuesta mucho responder de forma cabal porque es algo que surge por sí solo. Pero sí quiero reivindicar en ambos libros todo lo que la literatura tiene de importante para la vida. ¿Por qué es importante saber que uno de los mejores poetas españoles del siglo XX murió en Collioure, y por qué es importante ir allí para recuperar esa derrota? ¿Por qué es importante tener en cuenta que la poesía, la literatura, puede contribuir a salvar, en términos éticos y morales, una determinada sociedad del desastre? De eso hablo en estas novelas.

-Y también para salvar a una persona de un cierto naufragio histórico. Su Espinosa encarna un cierto desencanto con la España de la Transición, pero añora, por el contrario, con insistencia la Revolución de los Claveles...

-Me da mucha rabia que se mire a Portugal por encima del hombro, con superioridad, cuando Portugal nos ha dado lecciones, en particular en los últimos tiempos. Es un pais que acabó con una dictadura con una revolución que a mi juicio es la única exitosa del siglo XX, probablemente en el mundo: no recuerdo otra que haya convertido una dictadura en un Estado de derecho con todas las garantías ciudadanas. Y ahora mismo nos está demostrando que es posible salir de la crisis con unas políticas que no acudieran inmediatamente a las recetas neoliberales. Y está ahí al lado. Sin embargo, seguimos mirando hacia Portugal con la condescendencia propia del vecino rico que se ríe un poco de ellos.

-Comparte la mirada de su personaje.

-En esto, sí. Cuando voy a Portugal me produce cierta melancolía comprobar que hay cosas en Portugal a las que me gustaría que nos pareciéramos. Las cosas tienen una dimensión mucho más humana, la gente es mucho más educada en todo los sentidos, todo parece cobrar una dimensión más habitable de la que hay aquí muchas veces. Entonces, claro, Espinosa, que es un hombre que viaja, que vive prácticamente con el cuerpo en España y la cabeza en Portugal, que además vivió su juventud en el franquismo, que vio como Franco moría en la cama mientras en Portugal se derrocaba a Caetano… es un hombre al que le hubiera gustado irse a Portugal, pero que al final es incapaz de irse de España. Un hombre con costumbres asentadas, poco dado a la aventura personal. Vive esa frustración de esta manera.

-Escribiendo sobre pessoanos de ficción, ¿se ha sentido vigilado por encima del hombro por los pessoanos reales mientras hacía ficción sobre su Pessoa?

-No. Hay cosas que uno debería dar por sentadas siempre; una es que, cuando hablamos de novela, hablamos de algo que no se atiene a la realidad o no tiene por qué hacerlo. Yo pensé varias veces en que algún ilustre pessoano vendría a echarme en cara el atrevimiento, pero no. Me gustaría también saber, si llegase a Portugal, qué se dice allí de la novela. Pero parto de la base de que no deberían sentirse ofendidos. Yo admiro mucho a la gente que se dedica a Pessoa; yo lo conozco gracias a ellos. No son mis enemigos, ni vengo a refutarles nada. Simplemente, es una fabulación a partir de lo que ellos han hecho.

-En todo caso, deberían sentirse agradecidos o halagados, ¿no?

-Es que acabé tomándole gran cariño al personaje. Empezó siendo un arquetipo y poco a poco fue cobrando rasgos humanos. Cuando la novela empezó a andar era poco más que un nombre y una obsesión, y poco a poco fue llenándose de cosas: la melancolía por el pasado del país, la admiración por el 25 de Abril, su conexión portuguesa de la infancia… Fueron cosas que salieron de manera natural. No  creo que haya motivos para que nadie se sienta molesto.

-¿Deberíamos ceder a la tentación de ponerle algún rostro real a su profesor Espinosa?

-No se debería, porque no era mi intención. No tenía absolutamente a nadie en la cabeza. Me imaginaba a Espinosa como un señor mayor, más avejentado de lo que su edad da a entender, y vencido por muchas circunstancias, pero sin atribuirle rasgos de nadie. Me preguntaban hace poco si era Ángel Crespo. No lo es, no es nadie. Ni siquiera una suma. de varios. Responde a un arquetipo que podría ser el especialista en cualquier materia o cualquier disciplina. Podría ser igual si se dedicase al románico tardío.

-El periodista y el ensayista siempre acompañan, en su caso, al fabulador. No se despega de la textura de lo histórico, de lo real.

-Es lo que estaba en la idea inicial. A mí lo que me apasiona de Portugal es cómo resulta ser un país capaz de fiar su expectativa de porvenir a una quimera irrealizable. Cuando el imperio se viene al traste no dicen vamos a luchar para reconquistarlo, sino que hablan de la venida de un rey que acaba de morir una batalla, pero va a volver y a liderar un Quinto Imperio que además es un imperio que luego se interpretó más como ejemplarizante que como belicoso. Portugal no pretende tener grandes posesiones, sino dar un ejemplo al mundo. De hecho, lo dio. No se entiende la navegación marítima sin la Escuela de Sagres. Tiene un papel importantísimo en el descubrimiento de América. Las expediciones de Vasco de Gama fueron importantísimas. Hablamos de un país que tuvo un papel intelectual muy importante en la modernidad. Y, pese a todo ello, cuando pierde ese peso, lejos de complacerse en la derrota o de ir a sangre y fuego contra lo que fuera, se construye por sí mismo un mito.

-Melancolía, pero constructiva, no destructiva.

-Exacto: desde ahí construyen un mito para salir adelante. Y eso es lo que me maravilla, y la manera en que Pessoa asume todo ese bagaje y lo concentra en sí mismo, dice: «Vamos a salvar Portugal a través del arte». Además, Pessoa se muere y deja su famoso baúl, pero su obra no se empieza a conocer hasta hace relativamente poco tiempo. Fue más o menos en los setenta cuando empezó a salir a la luz con cierto sistema. Todavía estamos descubriendo a Pessoa, a esa persona que dedicó toda su vida a ese empeño colosal, titánico y tan comprometido con la concepción de un mundo, con ese concepto -que a mí no me gusta nada- de patria. Eso es admirable. Pessoa no es un poeta: es una literatura, o una generación. Es suficientemente excepciona como para plantearse cuestiones que son ficticias, pero que no creo descabelladas.

-Al final de la última entrevista que le hice me adelantó esta novela sobre Pessoa, y ha cumplido. ¿Repetimos anticipo?

-Fue un momento de debilidad que no voy a repetir. Hace años cometí la imprudencia de decir que estaba escribiendo un libro sobre Rambal, y las consecuencias fueron tan devastadoras para mí y para el libro, que decidí que no iba a hacerlo nunca más. Todo el mundo dio por hecho que era una autoridad sobre el tema, y me vi en situaciones de lo más comprometidas. Además, me gusta escribir en plena libertad. Si te digo algo ahora, eso me compromete de alguna manera con cosas que luego podrían dejar de tener sentido.

-Desde el 1 de octubre forma parte de la ejecutiva de la FSA-PSOE de Adrian Barbón. ¿Le quitará la política ahora tiempo para la escritura?

-No es mi intención, desde luego. Nunca he pretendido hacer carrera política; me llamaron, y dije que sí. Algo conoce modestamente uno y algo puede aportar, pero no hay más horizonte que ese.