Jules Verne: «Todo lo que es posible se hará»

CULTURA

«Al creer en sus sueños, la humanidad los convierte en realidad». Así saludó Hergé, con un dibujo de Tintín, la gesta de Neil Armstrong de pisar la Luna. Unos sueños que en gran medida salieron de la imaginación de Jules Verne.

25 mar 2018 . Actualizado a las 11:40 h.

Si hay un escritor que pudiese parecer predestinado al imaginario que lo hizo célebre, bien pudiera ser el caso de Jules Verne (1828-1905): no en vano el lema de su ciudad natal, Nantes, es «Favet Neptunus eunti», es decir, Neptuno, el dios romano de los mares, favorece a los que viajan. Verne viajó, con la mente y con el cuerpo, y así alumbró una de las carreras más celebradas de la literatura. Libros como 20.000 leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna, Escuela de robinsones, Miguel Strogoff, Las tribulaciones de un chino en China, Los hijos del capitán Grant, Cinco semanas en globo y otros de su extensa bibliografía no han perdido vigencia. Al margen de su indudable calidad para entretener, que sigue fascinando, en el siglo XIX maravillaban por el mundo prodigioso que parecían anticipar, mientras que ahora, a ojos de un lector del XXI, tanto asombran por sus predicciones como por las ideas que las respaldaban, incluidas aquellas que erraron el blanco.

Viaje al centro de la mente. Escritos literarios y científicos (Páginas de Espuma) acaba de traer horas de gozo lector a los muchos vernianos que hayan disfrutado con las novelas, ya que la traducción -y las notas- de Mauro Armiño reúne en casi cuatrocientas páginas artículos, discursos y entrevistas para adentrarse en el mundo de Verne. Por ejemplo, para certificar que sus dos grandes pasiones, la geografía y la ciencia, al aliarse con la tercera, la literatura, fueron la base sólida de sus libros. Un anhelo, el viajero, que el niño Verne ya sentía en su Nantes natal: «La necesidad de navegar me devoraba», escribió sobre las aguas del Loira y del Atlántico que veía desde su cuarto. A los doce ya vivió su primera aventura marítima. Se embarcó en una yola pero una gran vía de agua lo convirtió en náufrago. Este imprevisto, lejos de desanimarlo, no hizo más que acrecentar su sentido de la aventura. Se refugió en un islote, donde ya había hecho planes para construir una cabaña con un junco, improvisar unos anzuelos con unas espinas y encender una hoguera frotando dos maderos... hasta que bajó la marea y vio que podía alcanzar sin problemas la otra orilla del Loira y volver a casa.

Pero aquella experiencia de infancia, unida al gran espectáculo portuario de la ciudad -balleneros, mercantes, navíos llegados de la ruta de las Indias con té y especias-, habría de cristalizar en una vocación literaria que se nutrió de dos estímulos. Uno de ellos, la devoción que Verne sentía por Edgar Allan Poe, otro autor que tampoco ha notado la erosión del tiempo. «Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo y cuyo secreto parece haberse llevado, en mi opinión; se le puede llamar jefe de la Escuela de lo extraño; ha hecho retroceder los límites de lo imposible».

Límites de lo imposible

Esto último, los límites de lo imposible, era algo que también tentaba a Verne y que exploró con ahínco con su segundo estímulo, el papel del editor Pierre-Jules Hetzel, quien vio en él las enormes posibilidades comerciales de sus historias, empezando por su debut, Cinco semanas en globo. Como escritor, Verne hizo lo que tantos lectores le ha ganado: «Ya que no podía realizar en persona ese maravilloso viaje, envié en mi lugar a unos héroes imaginarios». El autor empezó por África, por la que siempre había sentido fascinación. «Si Dios me presta todavía algunos años, tal vez pueda acabar la obra que habrá sido la de toda mi vida: la Tierra entera, el universo mismo, descrito en forma de novela», se propuso.

La otra gran pasión de Verne, la ciencia, lo puso en contacto con otros pioneros. Fue el caso de Gaspard-Félix Tournachon, más conocido como Nadar, quien abrió caminos en la fotografía y en los viajes aéreos con su globo Le Géant (El Gigante). Viaje al centro de la mente incluye un artículo de Verne de 1863 sobre los avances aerostáticos de Nadar y en el que ya hablaba del helicóptero. No es gratuito que en De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna el escritor retratase la personalidad de su amigo en la figura de Ardan, cuyo nombre no deja de ser un anagrama de Nadar. «Tomemos la divisa de Nadar: todo lo que es posible se hará», vaticinó Verne.

Viaje al centro de la mente reúne otros textos que muestran el interés del escritor por lo que podía deparar el futuro. Tejidos incombustibles, por ejemplo, daba cuenta de cómo se podían convertir telas en ignífugas privando de oxígeno a unas posibles llamas. En Máquinas de labrar habla de «esclavos de hierro» que labran el suelo, siembran y cosechan con el vapor. Especialmente interesante es Locomotoras submarinas, donde Verne da testimonio de su interés por explorar las profundidades de los océanos en 1857, anticipándose a las ideas que desarrollaría en 20.000 leguas de viaje submarino, de 1870. En este caso, se hace eco de la campana de buzo de un inglés, Steele, que a su vez estaría impulsado por una máquina de vapor, abriendo «un campo de investigación inmenso, inexplorado, una mina inagotable de goces nuevos».

Las anticipaciones de Verne ya concitaron atención suficiente para que el escritor tuviese que explicarse ya en vida: «Es una simple coincidencia, y sin duda se debe al hecho de que, cuando yo inventaba de principio a fin una anticipación científica, me esforzaba por hacerla todo lo sencilla y verosímil que era posible. En cuanto a la exactitud de mis descripciones, se debe a un hecho: desde hace mucho tiempo, mucho antes de escribir novelas, tenía la costumbre de recoger numerosas notas de los libros, los periódicos y las revistas científicas de todo tipo. Esas notas, clasificadas por orden de materia, me han proporcionado un arsenal de un valor incalculable para mí».

La lectura de Viaje al centro de la mente también ofrece otros datos de interés sobre Verne, desde su dieta -notablemente huevos y verduras- a sus métodos de escritura. Nunca escribía un libro sin saber el principio, medio y fin, y lo hacía solo en medio folio, reservando la otra mitad para las correcciones. De cada uno podía llegar a hacer hasta nueve versiones.