«Me interesa qué habría sido de los neandertales si hubiesen durado 3.000 generaciones más y estuviesen aquí»

Raúl Álvarez OVIEDO

CULTURA

Svante Pääbo,  Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2018
Svante Pääbo, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2018 Tomás Mugueta

El genetista Svante Pääbo destaca la importancia de los hallazgos en la cueva asturiana de El Sidrón para hacer despegar la identificación del ADN neandertal

18 oct 2018 . Actualizado a las 16:48 h.

Svante Pääbo nunca había estado tan cómodo en Asturias. En visitas anteriores tenía que encajar toda su mucha estatura en las estrecheces y la humedad de la cueva de El Sidrón, pero esta vez no viene a hacer trabajo de campo, sino a recoger un premio Princesa de Asturias, y su hábitat está en las habitaciones y los salones del Hotel de la Reconquista. El paleogenetista sueco, cuyos descubrimientos de las últimas dos décadas han puesto patas arriba el estudio tradicional de la prehistoria y los conocimientos de la comunidad científica sobre el hombre de Neandertal, alterna las exploraciones de yacimientos con las jornadas en su laboratorio alemán del Instituto Max Planck, en Leipzig, y está acostumbrado a las incomodidades y al éxito, aunque es modesto sobre sus logros. «Decir que soy un revolucionario es demasiado. Pero es satisfactorio ver que el análisis del ADN se ha convertido en una herramienta útil y cotidiana para dar respuestas a muchas preguntas», afirma.

El Sidrón es un lugar muy importante en la carrera de Pääbo. Los rastros que dejaron tras ellos los neandertales que vivieron hace entre 45.000 y 50.000 años en esa sima situada en el terreno que hoy aparece marcado en los mapas como concejo de Piloña fueron capitales en el lanzamiento del proyecto para desentrañar el ADN de la especie, su gran logro junto a la identificación de otro grupos de homínidos prehistóricos desconocidos hasta el siglo XXI. A partir de un diminuto fragmento de hueso procedente de un dedo de una niña muerta hace más de 30.000 años en Siberia, se identificó lo que se ha bautizado como hombre de Denisova por el lugar en que apareció el resto minúsculo que dio pie a la investigación. Los neandertales y los denisovanos tienen ancestros comunes, pero se separaron y distinguieron hace unos 640.000 años.

Son lugares y conclusiones alejadas de su primer interés de juventud por las momias egipcias. Pääbo fue el primero en querer analizar su ADN, lo que le costó un enorme trabajo previo de persuasión de los conservadores de esos restos. A Egipto fue por primera vez de la mano de su madre, la química estonia Karen Pääbo, una química estonia reconocida. Lleva su apellido porque siempre tuvo una relación distante con su padre, el bioquímico sueco Sune Bergström, uno de los tres coganadores del Nobel de Medicina de 1982. Bergström tenía ya otra familia, estaba casado y tenía hijos con otra mujer. «La influencia de mi madre fue muy importante. Quizá la influencia de mi padre me hizo estudiar Medicina, pero es complicado decir si hay en esa decisión alguna competición con él. No de forma consciente», explica.

Pääbo ve líneas de continuidad en su trabajo. «Era natural empezar por las momias, porque estaban bien conservadas. Con el tiempo me di cuenta de que era mejor trabajar con animales, porque sus muestras daban menos problemas de contaminación y permitían responder más preguntas y retrotraernos mucho más en el tiempo», señala. Pero sus hallazgos han llevado a la comunidad científica a nuevos lugares. Ha cuestionado, por ejemplo, el paradigma de que las especies no se mezclan entre ellas. Con excepción de los africanos, todos los seres humanos contemporáneos llevan un 2% de material procedente de los neandertales en su ADN, lo que demuestra que hubo relaciones sexuales y, como consecuencia, hijos comunes entre neandertales y sapiens. «No existe una definición clara de las especies, no sabemos de qué hablamos con esa palabra. Los hallazgos sí indican que el neandertal se mezcló con el hombre moderno. Los grupos se unen cuando coinciden. Lo vemos en especies actuales de osos, es muy natural», argumenta.

Los exalumnos de cierta edad deberían revisar lo que aprendieron en la enseñanza secundaria, porque aquellas divisiones nítidas en la sucesión de cromañones, neandertales y sapiens que se enseñaban hace algo más de dos décadas presentan cada vez más zonas fronterizas. ¿Áreas grises, poco conocidas? «De alguna manera, sí. Los humanos, especialmente los profesores universitarios, tenemos la compulsión de clasificar y categorizar todo. Pero está claro que las distintas formas humanas se mezclaron cuando se encontraron. Los neandertales se mezclaron con los demisovanos en Asia y el producto de esas uniones tuvo éxito, siguió adelante y contribuyó a que nosotros estemos aquí». La paleontología cambia menos de lo que parece en a juzgar por algunas informaciones, advierte, pero sí ha aprendido cosas nuevas a raíz de la secuenciación del genoma.

A Pääbo le gusta definir su trabajo en términos de qué hace humano al ser humano. Es una pregunta filosófica, pero en la que la ciencia también tiene mucho que aportar, advierte: «¿Qué separa a los humanos de esos otros organismos a los que llamamos animales? ¿Es la acumulación de pequeñas diferencias? ¿Qué fase es la importante: caminar erguidos, usar herramientas, descubrir el fuego, organizar grupos y comunidades? Todos esos pasos son importantes en un proceso gradual?». Se ha convencido de que los neandertales eran humanos. «Sin lugar a dudas. Vivían en grupos, tenían herramientas y tecnología, se mezclaban. Eran distintos, pensaban y actuaban de manera diferente. Pero solo hace 3.000 generaciones que estaban aquí, lo que es relativamente poco, y es interesante preguntarse en qué se hubieran convertido si hubieran sobrevivido este tiempo, dónde y cómo vivirían. No sé cómo habrían sido», añade. Su legado, en cualquier caso, aún palpita en nosotros.