Marco Bellocchio borda el crepúsculo en Bizancio de la mafia

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Xavier Dolan, este jueves en Cannes
Xavier Dolan, este jueves en Cannes STEPHANE MAHE | REUTERS

Dolan se pega un narcisista tiro en el pié y Kechiché monta bronca con su cine voyeurista

24 may 2019 . Actualizado a las 08:06 h.

Marco Bellocchio es el gran escenificador de la vitriólica historia de Italia en el último siglo. En su prolífica carrera, iniciada en 1965 con I pugno in tasca, nos ha introducido en los laberintos de la operación Gladio, la guerra fría, los años de plomo, la estrategia de la tensión, las Brigadas Roja, el maoísmo infantil, el asesinato de Aldo Moro, las dantescas cuentas vaticanas del Banco Ambrosiano, el fin de la era Tangentópolis y el berlusconismo, padre de todas las posverdades. Es uno de los más grandes cineastas universales en activo y -qué futilidad los festivales- no posee ningún premio: ni Oso, ni León, ni Concha… ni Palma de Oro.

Me provoca hastío que se hable todo el rato de que este premio se le adeuda a Almodóvar. A Bellocchio, entonces, que le pongan una vitrina. Il traditore sería una ocasión bárbara para enmendar esta ofensa. En ella está condensado lo que fue el principio del fin de Cosa Nostra, un crepúsculo en Bizancio de la mafia marcado por la ruptura de la omertá por el primer gran confidente, Tomasso Busceta, de la mano del luego asesinado juez Falcone.

El fresco que compone Bellocchio para mostrar esta implosión del poder más antiguo en Italia después del Vaticano es una ópera magna planificada desde la ausencia de efectismos. Ya está el gran cineasta en ese momento de una vida creativa en el cual se filma por encima del bien y del mal. Con un espíritu libertario que depara cine fastuoso, de una lucidez que explica la dialéctica del poder como un engranaje del mal y de sus raigambres tentaculares que transpira azufre y sabiduría. Esta ley del silencio que fracturó en un acto de estridencia Tomasso Buscetta está desplegada en una sinfonía narrativa de sutileza y altura al alcance de casi nadie en el cine de este siglo. Qué ocasión la de González Iñarritu y su jurado -me fío mucho más de Pawel Pawlikowski y de Yorgos Lanthimos que del oscarizado mexicano- para escribir una página inmensa de la justicia poética premiando a Marco Bellocchio. A su lado Almodóvar es un joven valor, una promesa que puede esperar.

El narcisista Xavier Dolan y el voyerismo de Abdelatif Kechiche

Como este 72.º Cannes posee en su competición por la Palma de Oro una alineación que era sobre el papel insuperable y que -en su globalidad- está respondiendo con barridos de cine que entusiasma, los nombres de primera fila se acumulan. Y pasan a velocidad de tiovivo para el cronista diario, cuando de otra manera cada uno de ellos merecería focos más duraderos. El quebequés Xavier Dolan fue el chico dorado por excelencia de un Cannes que lo igualó a Godard con un premio del jurado hace 4 años. Y que hace dos le concedió su Gran Premio con la vibrante Juste le fin du monde. En efecto, en este breve tiempo transcurrido, ante el chico prodigio con capacidad para epatar y al que la Croisette idolatraba, se le ha abierto la tierra sobre los pies. El pasado año dirigió un filme que ningún festival se planteó aceptar. Y ayer se pegó un tiro en muy narcisista pie con la infumable Mathias et Maxime. Posee esta película todos los caprichosos defectos del cine gritón de su director y ninguno de los cebos que compensaban la histeria. Intenta contar un amor imposible entre dos jóvenes que -en una cima insuperable de lo cursi- se han amado en secreto desde que tenían siete años. Pero Dolan -él mismo encarna a uno de esos dos personajes, por cierto con ineficiencia palmaria- los sigue condenando a un inexplicable closet. Y así, uno no puede empatizar con el carácter avinagrado del tipo que se niega a sí mismo. Ni con los toques cool marca de la casa, que ya no son ni provocadors porque Dolan -lo que tiene ser un bebé cineasta- se ha quedado viejo antes de pasar los treinta.

Desplechin, entre las actrices Lea Seydoux (izquierda) y Sara Forestier
Desplechin, entre las actrices Lea Seydoux (izquierda) y Sara Forestier Julien Warnand | Efe

Arnaud Desplechin, autor que me fascina, cumplido heredero de la capacidad romantica del mejor Truffaut, pega un cambio de tercio muy curioso en Roubaix, Une Lumière. Y nos ofrece, en una derivación de un género tan francés como el polar una auscultación del trabajo de una comisaría en la zona más deprimida de Francia, en la frontera con Bélgica. Un escenario preapocalíptico en su marginalidad pero al que Desplechin pone intencionada sordina. Planifica un tratamiento frío, un dispositivo por el cual la cotidianeidad acaba por concentrarse en un asesinato que parecen haber cometido Lea Seydoux y Sara Forestier, ambas magnificas, dignas de premio de interpretación. Igual que Roschdy Zem, que borda su rol de comisario paternalista, un tipo de origen magrebí que ha crecido en este lugar que ha devenido villa miseria y que siente su trabajo casi como una religión laica. Hay inmenso virtuosismo de dirección en Roubaix, Une Lumiére, basada en la crónica real de esa zona de la Francia demolida. Pero como no hay tiros ni persecuciones ni montaje en looping, los enterados dicen que es muy aburrida.

A los que buscaban jaleo, ya llegó Abdelatif Kechiche para que le monten número. Su Mektoub, My Love: Intermezzo es la continuación de una película presentada en Venecia hace dos años. Se trataba de una visión interesantísima de la superficialidad o el vitalismo nihilista de una juventud francesa tratada en profundidad. Pero algunos se quedaron con el intencionado voyerismo de Kechiche, que es verdad que recogía muchos planos traseros de anatomías femeninas. Aquello respondía a un poderoso discurso alejado de cualquier cuestionamiento machista. Aunque en la pira moralizante, a Kechiché, que aquí ganó la Palma de Oro con La vida de Adele, ahora le han dado para el pelo, lo han tildado poco menos que de continuador de Mariano Ozores. Se ha desatado algo así como una caza de brujas contra un autor en absoluto frívolo. Y al que -en este listón tan peligroso que se ha puesto- parece que se quiere reducir a un señor obsesionado con los culos.