Luis Tosar: «Mi hija Luana cierra un círculo en mi vida»

CULTURA

Xavier Torres-Bacchetta

Su número es el 13, su color el negro, y Xustás, su lugar. Hoy estrena el drama «Quien a hierro mata», que le ofrecieron cuando se estrenaba como «papá». «Mis hijos están conectados por esta peli», confiesa. A muerte con Tosar

22 ene 2020 . Actualizado a las 14:11 h.

El estreno de Quien a hierro mata cierra un círculo para Luis Tosar (Cospeito, 1971), que acabaremos de trazar al final de esta entrevista. Dura menos que una peli y les atrapará en el camino la voz de Tosar. Su color es el negro, su número el 13. «Yo nací un día 13 y siempre me pareció un número divertido. Normalmente se considera el número de la mala suerte, pero en mi caso sería como renegar de mi esencia. El 13 me gusta especialmente», dice sintiendo la suerte a favor. ¿Y su lugar favorito en Galicia? «Xustás». En esa parroquia de la Terra Chá están sus raíces, su infancia y las primeras verbenas. Hoy estrena el drama de Paco Plaza Quien a hierro mata. Ya con el alivio del que ha cumplido su parte. «La suerte está echada. La película está a punto de ser entregada al público, que es el soberano. Cada uno será dueño y señor de sus pareceres», dice quien entró en nuestros hogares por primera vez como un tío riquiño que impartía justicia en Portozás.

­-En «Quien a hierro mata» te pones en la piel de un enfermero, Mario, al que has definido como un «yonki del odio», una persona ante un conflicto moral. ¿Por qué te atrapó?

-Mario es una persona normal en una situación extraordinaria. Un capricho del destino lo pone delante de una persona que representa todo el dolor y el sufrimiento que él tuvo que soportar en su entorno familiar mucho tiempo atrás. Ese capricho del destino desata una serie de acontecimientos y comportamientos que son sorprendentes, incluso para él. Es un personaje que va descubriendo rasgos de su personalidad que ni él mismo conocía. Eso fue lo que me atrajo.

-¿Indagar en esas sombras?

-Investigar el comportamiento humano desde ese punto de vista, el de alguien aparentemente normal, o no solo aparentemente sino normal, que en una situación límite, extraordinaria, puede llegar a cometer actos atroces.

-Paco Plaza advierte que la peli no va sobre la venganza, sino sobre el rencor. ¿Te planteaste rechazar el papel, este tentador descenso a los infiernos?

-Más que rechazarlo... A mí me fascinó el guion cuando lo leí la primera vez, pero cuando me lo ofrecieron es cierto que estaba en un momento vital muy diferente, por no decir en las antípodas, de lo que proponía la película. Acababa de ser papá hacía unos meses y en Quien a hierro mata hay mucho tema relacionado con la paternidad. Me planteó muchas dudas desde ese punto de vista, no desde un punto de vista conceptual, moral o ético, sino por pereza... Me daba pereza, en ese momento dulce, meterme en un mundo tan oscuro como el de la película. No sabía si me apetecía realmente convivir con eso en ese momento en el que me estaba estrenando como padre de mi hijo León. La energía de la paternidad es fuerte. Yo estaba en la felicidad más absoluta, como te sientes cuando acabas de ser padre por primera vez, y por eso tuve la duda de si enfrentarme al papel o no. Lo que pasa es que Emma [Lustres], muy acertadamente, me dijo: «Tómate tiempo. Esto está en proceso todavía germinal y en los próximos meses tendremos tiempo de tomar la decisión y de distanciarnos emocionalmente de este momento que vives.

-Cuesta ver a un tipo como «Malamadre» sintiendo miedo...

-Más que miedo, meterme en la piel de Mario me daba pereza. Porque sabía que iba ser un compromiso grande y había que lidiar con él... ¡y el que se lo lleva a casa eres tú! Mi temor pasaba por tener que interpretar a un personaje así en una situación vital tan diferente.

-Pero al final fue un sí. Ganó el oficio.

-La suerte es que uno va descubriendo cosas en la vida. Uno se va dando cuenta de que la profesión de actor también se puede ir conciliando con la vida familiar. No deja de ser un ejercicio personal de separación.

-¿Es muy difícil?

-Sí... pero, bueno, es factible, jajaja.

-Te entrevistamos cuando estabas a punto de estrenar «Yucatán» y nos contaste que acababas de rodar «Quien a hierro mata» con parte del equipo de «Mareas vivas». ¿Qué queda aún de Portozás, de aquel Laxe, del primer Luis Tosar?

-¿Qué queda? Queda... mucho. Hombre, seguramente no soy tan inocente ni tan idiota, jajaja. Porque procuro aprender de la vida. Por suerte, a veces se aprende de las cosas que le van ocurriendo a uno. Aparte de yo pasar por el mundo, procuro que el mundo pase por mí. Eso es bueno. El privilegio que nos da este trabajo es ponernos en la piel de otras personas, de gente diferente en circunstancias diferentes. Si lo aprovechas, puede llevarte a ser más empático. Soy algo mejor persona que en aquella época, no digo que fuese malo, pero confío en haber mejorado en estos 20 años. Y confío en haber mejorado también profesionalmente... un poco.

-La variedad de personajes y de registros está ahí. Y los premios también.

­-Es que si me pones ahora algunas cosas que hice en el 98, en esa etapa de Mareas vivas, pues habrá algunas que quizá pueda digerir, pero me costará seguro...

-¿Es cierto que los tres goyas los tienes en casa de tu madre?

-Sí. Todos los premios están en casa de mi madre. ¿Dónde mejor?

­-¿Te has sentido alguna vez, o más de una, un hombre corriente en una situación límite?

-No. Yo, por suerte, no he vivido muchas situaciones límite, o al menos no tanto como lo que propone, o cerca de lo que propone, Quien a hierro mata. O como otras películas que he hecho...

­-Pero tampoco habrá sido un camino de rosas.

-Sí me he visto en situaciones difíciles, asistiendo a accidentes y cosas así que si me dan a elegir seguramente habría preferido no vivir, y alguna vez me he sorprendido de mi propio comportamiento. Normalmente, para bien.

­-¿Te creces ante la adversidad?

-Cuando me he visto en una situación especialmente dura he tenido la sangre fría de priorizar lo que hay que priorizar, que es estar por los demás. En ese sentido, me siento orgulloso. Pero, por suerte, nunca me he visto en una tesitura tan oscura como la que plantea esta peli. Son cosas que entiendo que pueden ser tentadoras para el ser humano, porque la posibilidad de una venganza lo es, pero quizá no me he visto en una situación así porque yo no soy una persona vengativa. No soy una persona que se deje regir por el odio, porque creo que el odio es un veneno que solo provoca cáncer en el alma.

-Entonces, eres capaz de sentir compasión si te hacen daño. ¿Eres de los que perdonan o de los que olvidan?

-He sentido comprensión hacia alguna gente que me ha hecho daño; he llegado a entender, creo, por qué lo hacían. Quizá no en lo concreto hacia mí, sino en la generalidad de por qué esas personas pudieron comportarse así. Todo el mundo tiene, al final, sus razones, y estas son muy diferentes en unos casos y en otros, y emitir juicios es muy fácil.

-¿Hoy, con Twitter y el análisis al momento de la jugada en las redes sociales, aún más?

-En esta sociedad en la que vivimos casi se nos demanda permanentemente que emitamos juicios, y lo antes posible. Y creo que las cosas requieren un cierto análisis, un cierto grado de empatía, al menos hacer el ejercicio de colocarte en el lugar del otro aunque sea solo por unos segundos, ¿no? Parece que estamos en un estado de opinión permanente. Y me pregunto: ¿Pero por qué hay que generar opinión de todo y ya? No necesariamente... Ni necesariamente todo me tiene que gustar o no gustar.

-¿Ah no?

-Igual me resulta un poco indiferente y no pasa nada, ¿no?

-«Flores de otro mundo», «Los lunes al sol», «Te doy mis ojos», «Mientras duermes», «Celda 211» o «Cien años de perdón» te dan madera de clásico. ¿Con cuál te quedas, puesto a escoger?

-No me pidas eso, ¡porque no puedo!

-Casi nunca os mojáis en esto. Es como preguntar a qué hijo quieres más...

-Es que las pelis y los personajes son como familia. Tienes un apego sentimental fuerte.

-¿Hasta con personajes odiosos?

-Sí... y casi te diría que es sanguíneo. Uno no puede. No puede destronar a un hijo y quedarse con el otro, no. Uno te puede aportar en un momento más alegrías que otros, pero eso no solo depende de ti. Uno hace su trabajo como actor. Hay películas y personajes con los que siento una cercanía especial porque me gustó mucho interpretarlos, pero que después tampoco han tenido una especial acogida o reconocimiento del público...

-¿Por ejemplo?

-Pues La noche que dejó de llover, que es una peli que vio poca gente, y Spleen es un personaje que para mí es importante. Muy importante. Esa es una peli muy importante para mí pero muy poco importante para el público. Hay pelis en las que la cosa coincide un poco más. Como en Celda 211 o Los lunes al sol, donde se acercan un poco los números de lo personal y lo colectivo. Pero yo a esta peli, a Quien a hierro mata, ahora le tengo ya mucho apego. He disfrutado rodando y supuso un reto grande para mí como actor. Mario es un personaje complejo, muy complejo, y ha sido una maravilla haberlo compartido con Paco [Plaza], que es un extraordinario director, que es buen compañero, que cuida a la gente con la que trabaja. Me he sentido muy arropado caminando por territorios muy ignotos. La sensación que tengo con esta peli es muy familiar.

-«Quien a hierro mata» pone al espectador en un lugar incómodo, adviertes. ¿Está sobrevalorado el confort?

-Creo que sí... O no es que esté sobrevalorado, es que hay tantísima oferta audiovisual hoy en día que ponemos poca atención en lo que puede pasar en ese intervalo de tiempo en el que nos sentamos a ver una cosa y nos levantamos. Estamos a veces pensando más en números, en llenar contenido durante horas, más en cantidad que en calidad. Tenemos también la ansiedad de tener muchas horas de relleno en la vida y creo que es importante que nos paremos a pensar también qué ocurre en todas esas horas.

-Este estreno llega unas semanas después del nacimiento de tu segundo hijo, una niña. Hace unos meses nos decías que llevas Galicia dentro, en lo que haces, y desde que eres padre aún más. ¿Sigues hablándole a León en gallego? ¿Su palabra favorita sigue siendo «can»?

-Segue dicindo can... e di perna! Vai soltando, si. É difícil conseguir que fale en galego porque estamos vivindo en Madrid, pero entender entende todo!

-Todos los hijos son únicos, ¿no? ¿Uno vuelve a estrenarse como padre la segunda vez? ¿Nos revelas el nombre de la niña?

-Puede ser... Es curioso. Me planteé si hacer o no esta película porque acababa de ser papá de León y ahora acabo de ser papá de... ¡venga, te lo voy a decir!... de Luana y es cerrar el círculo en mi vida. Hay un apego familiar con esta película porque tiene que ver con mis dos hijos. Los dos están conectados por esta peli. Y son completamente distintos.