«Mientras dure la guerra», de Amenábar: Franco y Carmen Polo expulsan de la pantalla a Unamuno

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Amenábar, con actores de «Mientras dure la guerra» en San Sebastián
Amenábar, con actores de «Mientras dure la guerra» en San Sebastián Juan Herrero

El personaje principal del largometraje queda relegado por el guion del largometraje a poco más que un huraño señor de casino de pueblo

04 oct 2019 . Actualizado a las 13:29 h.

Acompañaba al pase de prensa de Mientras dure la guerra un ambientillo bien connotado de morbo escénico. Íbamos a ver en escena al teatro del poder y del africanismo de guerra de Franco y Millán Astray en una película que, en principio, versa sobre los últimos meses de Unamuno y el dantesco «mueran los intelectuales» del fundador de la Legión en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. La realidad es que el largometraje de Amenábar muy pronto se descubre quebrado, porque en él habitan dos películas. Y la parte del león se la llevan las intrigas de los generales, mientras que el Unamuno de Karra Elejalde queda relegado por el guion -no por la interpretación del actor vasco, estimable- a poco más que el perfil de un huraño señor de casino de pueblo, un boticario discutidor o por ahí.

Digo que la cara realmente viva de Mientras dure la guerra es la que describe la pugna en el bando de los gerifaltes nacionales y los movimientos guadianescos de Franco para conseguir imponerse a la Junta Militar y mudar en Generalísimo. Ahí hay material merecedor por sí solo de una o varias películas porque es una incubación de nuestra tragedia nacional -como realmente casi todas los que se ubican en ese periodo de guerra incivil- nunca tratada en el cine. Frente a una idea interesada repetida mil veces -la de que hay un empacho de películas españolas que hablan de la guerra-, la de Amenábar nos recuerda que la imagen ficcionada de Franco es como un gran tabú. Solo vienen a la mente Dragon Rapide -que es la que más se acerca históricamente a la trama de conspiración de Mientras la guerra dure-, Madregilda y Espérame en el cielo más Buen viaje, Excelencia, estas dos últimas en clave de farsilla. Por eso esta reaparición del general en una pantalla despierta hoy expectación y alboroto anómalos y señalizadores de una insania: porque así como la literatura sí ha abordado sobradamente al personaje, el golpe y la dictadura, el cine sigue acobardado, atemorizada la industria por esa cantinela culpabilizadora de que no vayamos a hacer… otra película más sobre la Guerra Civil.

Por eso, el mayor mérito de la muy endeble película de Amenábar es externo a ella: el valor sociológico de poner de manifiesto el manto de silencio sobre este momento crucial del siglo XX no solo español, que en otro país se habría desmochado con profusión de películas plurales. Ya digo que Mientras dure la Guerra nace renga porque su pivote -el personaje de Unamuno-y todo su entorno son meros brochazos o flashbacks de telenovela. Y no es noticia que aquella joven promesa que nos sacudió con Tesis es hoy un cineasta en vía muerta: su incapacidad narrativa le lleva a apoyar el relato en constantes y torpes subrayados como el que acompaña al diálogo entre Unamuno y el profesor republicano, exaltación del valor de la discusión en democracia, preludio de un paseo falangista. Todo tan burdo como esos cadáveres de represaliados en las cunetas que parecen material de atrezzo, o una producción más acartonada que papirofléxica.

Como ya sabemos -no es esto un spoiler- la trama de la escalada de Franco al poder supremo (son interesantes la composión de personajes de Santi Prego como el inminente dictador y la de Eduard Fernández como histriónico Millán Astray) se va a cruzar en un climax dramático con el momentum de Unamuno en el Paraninfo. Pero el filme va queriendo prefigurar esta encrucijada como un show a lo club de los poetas muertos. Y no es eso, no es eso. Lo que nos lega esa secuencia -eso sí- es un primer plano para la memoria: el de la perfilada mano salvadora de Carmen Polo que abraza la de Unamuno, como si de Ginger Rogers y Fred Astaire se tratasen. O como una pietá. Y es verídica y contrastada históricamente esa intervención. Pero -como todo el filme- se nos sirve acunada en una atmósfera de evanescente equidistancia, que busca su zona de confort pero en realidad incomoda. Y que se ratifica en ese intertítulo final que zanja la historia del huevo de la serpiente subrayándonos que España alcanzó la democracia con unas elecciones libres en 1977, un happy ending o una revelación que España y el mundo suponemos que desconocen.

Eva Green, cosmonauta con niña

Veníamos de disfrutar en Venecia -y ya en los cines desde este fin de semana- la poderosísima odisea interplanetaria de Brad Pitt en Ad Astra. Y este festival nos ofrecía como alternativa a Eva Green como cosmonauta epígona en Proxima, de la francesa Alice Winacour. Como en el filme de James Gray, Eva Green también ve marcada la que va a ser su epifanía espacial por una relación paterno-filial. Solo que en Ad Astra, aquello era una agónica y vulcánica búsqueda del padre en las tinieblas. Y en el filme de Winacour, la función de la hija de Eva Green es la de incordiar más que en Recluta con niño. Quiere ser leída Proxima como una forja feminista -en la que Matt Dillon, siempre estimulante, oficia como colega machista que quiere enviar a Eva Green a cocinar en la cápsula- pero ese discurso se diluye en al menos cinco falsos finales, entre ellos uno de esos ataques de ternurismo infantil que te desengancha tanto como esos créditos finales oportunistas, donde se nos van lanzando un «histórico» de mujeres protagonistas de la carrera espacial, la que en Proxima termina agotadoramente desfondada.

Se nos había contado que el filme chino Lhamo and Skalbe sería referente futuro del cine tibetano. Creo estar en disposición de afirmar que este filme -quiere contar los problemas de un tipo para no caer en la bigamia, una vez que su primera esposa ha ingresado en un templo budista y no puede firmar el divorcio- y su director, Shontar Gyal, no volverán a traspasar la barrera del Himalaya, después de esta incursión exprés -y muy cruel con el cronista- al otro lado de los Pirineos. Tiene menos futuro que los elefantes de Aníbal pasados los Alpes.