Elsa Punset: «Vivimos varias pandemias, no llega con una vacuna»

CULTURA

«Solo envejece quien pierde la curiosidad», señala Elsa Punset, que advierte que estamos en tiempos propicios «para el cambio a mejor» y ofrece una piñata de propuestas, de baños de bosque al piropo sincero

27 oct 2020 . Actualizado a las 19:22 h.

Digan lo que digan «los negacionistas, los cínicos o los resignados, muchos arrastraremos como sea nuestros sueños al otro lado de la pandemia», confía Elsa Punset, licenciada en Filosofía y Letras y máster en Humanidades que acaba de publicar Fuertes, libres y nómadas, un recetario para ir a mejor. ¿Primera propuesta? «Hagámonos esta pregunta: “Si pudiera elegir cualquier momento de la historia para nacer, ¿cuál elegiría?”. La respuesta racional es que elegimos el siglo XXI. ¡Y es que nunca en la historia de la humanidad ha habido un momento mejor para vivir!... La pobreza global se está reduciendo, la democracia y la alfabetización se expanden, crece la expectativa de vida, tenemos tecnología para enfrentarnos a retos como el cambio climático o el coronavirus... Nunca hemos vivido en tiempos más propicios para el cambio a mejor», asegura.

-¿Cómo nos ha obligado el covid a cambiar la perspectiva, hemos aprovechado para hacer limpieza emocional?

-En esta sociedad de la distracción y del consumo, hemos vivido vidas muy preprogramadas, con su propia inercia, largas horas en la oficina, siempre algo por hacer… La sociedad de consumo nos monetiza y esto nos hace sentir menos personas. Por ello, para muchas personas, el parón del coronavirus da pie a pensar en si así es como queremos vivir. Fuertes, libres y nómadas es una invitación a la reflexión, con propuestas y pistas prácticas para cambiar y despertar al soñador que llevamos dentro.

-¿La gran lección de la pandemia?

-Vamos a una forma fluida de vivir, sin tribalismos ni fronteras, ni físicas ni mentales. Los nómadas del siglo XXI viajan ligeros, mental y físicamente. El sexo, la edad, la cultura o lugar de nacimiento, el género y la etnia dejarán ya de importar y de dividirnos.

-Tu paisaje soñado está en la Galicia del norte. ¿Dónde? Acércanos a él.

-Uf, no me sabré callar... Los paisajes gallegos me llenan de energía y de alegría. ¡Es un enamoramiento! Como pasa con los grandes amores, prefiero no sobreanalizarlo. Lo disfruto y punto. Te diré solo que cuando estoy en mi kayak o nadando en la ría, y el agua está verde, profunda y fría, y un rayo de sol asoma de pronto por las nubes… me siento tan viva. Durante el invierno, o cuando estoy triste o cansada, cierro los ojos y regreso a mi paisaje gallego.

-¿El optimismo va en los genes o se elige? Admites que lo heredaste de tu padre, «un optimista radical».

-En parte es algo genético, pero también podemos entrenar nuestro optimismo, adoptando los hábitos, los pensamientos y los comportamientos de las personas optimistas que conocemos.

-¿Cómo sé si soy optimista o pesimista?

-Pregunta a alguien cercano y de confianza si te ve optimista o pesimista. En una escala del 1 al 10 de optimismo, ¿qué nota te pone tu amigo?

-¿Siempre ves el vaso «medio lleno»?

-¡No siempre! Soy optimista, pero ante todo soy humana, y los humanos tenemos un cerebro programado para sobrevivir que tiene un sesgo negativo. Nos fijamos, memorizamos y exageramos de forma prioritaria lo negativo. Así que muchas veces, cuando creemos que estamos siendo realistas, en realidad somos víctimas de nuestro sesgo negativo. Estamos programados para ser cautos y pesimistas. Cuando me siento mal, me ayuda mirar hacia adentro y preguntarme por qué me siento pesimista. ¿Es por miedo? Suele ser por miedo...

-¿La vida consiste, sobre todo, en solucionar problemas?

-¡Ponlo en positivo! Si no, es una propuesta agotadora de entrada. Di más bien: «Tengo la fuerza, la creatividad y la adaptabilidad para encontrar soluciones a los retos de la vida».

-Los malos días existen, ¿cómo los afrontamos para no caer?

-A veces, si son solo un poquito malos, basta con paciencia y un poco de sentido del humor. La jueza del Supremo norteamericano Ruth Bader Ginsburg, recientemente fallecida, contaba el consejo que le dio su suegra el día que se casó: «Ruth, a veces es mejor estar un poco sordo». ¡Necesitamos una epidemia de optimismo!

-Impacta el peso que atribuyes a la dieta. «Buena parte de la comunidad científica sostiene que para evitar futuras crisis debemos cambiar nuestra dieta», escribes.

-El peso destructivo de la dieta humana en las últimas décadas está muy bien documentado. De cara a nuestra salud, el exceso de comida procesada, de azúcares, grasas saturadas, carbohidratos y carnes en la dieta nos daña. De cara al planeta, la agricultura intensiva, uso de pesticidas, transporte y descarte de comida es completamente insostenible.

-¿Nos va a impulsar la crisis a despojarnos un poco de lo tóxico, de lo superfluo, del hábito zombi, de la ansiedad competitiva y la agitación?

-Esta crisis nos está invitando a cuestionar muchos hábitos y formas de vida. Más que a una pandemia, nos enfrentamos a una sindemia, es decir a varias pandemias que no se van a solucionar solo con una vacuna. Tendremos que reconsiderar cómo educamos, dónde vivimos, qué valores sociales priorizamos, qué políticos nos representan, qué urbanismo aplicamos, cómo trabajamos, cómo nos alimentamos... Esta crisis requiere un enfoque amplio, propuestas, reflexiones, decisiones valientes… y una sociedad esperanzada y activa.

-¿Qué distingue a una persona emocionalmente fuerte?

-Su capacidad de entender sus propias emociones y motivaciones, de gestionarlas, y hacer lo mismo con las emociones de los demás. Las personas emocionalmente inteligentes son muy adeptas a gestionar las emociones incómodas, como la ira, la tristeza, el miedo…

-«El trabajo productivo no es el más intenso ni significativo», decía Thoreau. ¿Aprenderemos a organizarnos y trabajar mejor?

-¿Y qué es el trabajo productivo? ¿El que genera más dinero? Productivo podría ser también el trabajo que genera igualdad, justicia, cuidados, compasión, cooperación… una «cui-dadanía», como propongo en Fuertes, libres y nómadas. Pero ahora mismo, trabajamos en un sistema en el que no hay ninguna relación entre el valor social de un trabajo -como la enseñanza o los trabajos del ámbito sanitario- y su remuneración. ¿Lo cambiamos?

-¿Es un maestro el dolor?

-El dolor es un maestro porque solemos cambiar y desaprender cuando estamos incómodos. Pero también podría ser nuestro maestro la alegría. Imagina cómo sería aprender conscientemente, sin que nada nos fuerce, simplemente desde la curiosidad y la inspiración...

-¿La felicidad es genética o ambiental, a qué está condicionada? Decías en una entrevista anterior que nuestro nivel de felicidad depende de cómo gestionamos un atasco de tráfico...

-Los humanos somos fuertes y resistentes ante los grandes problemas. En cambio, somos peores a la hora de gestionar lo pequeño: las pequeñas decepciones, el atasco de tráfico, un día de lluvia, la maleta perdida… Así que si queremos recobrar nuestra serenidad rápidamente, centrémonos en gestionar bien lo pequeño, y también en disfrutar de las pequeñas alegrías cotidianas (el abrazo, una caricia, un café con un amigo) porque esos momentos son los que siguen llenando nuestros días.

-Al malestar, «baños de bosque».

-En 1982 el arquitecto Robert Ulrich publicó su famoso estudio, que llevó a cabo a lo largo de 9 años, donde probaba que los pacientes de un hospital se recuperaban mejor si tenían vistas a la naturaleza. Si veían árboles en vez de una pared de ladrillos, necesitaban menos calmantes, tenían menos complicaciones después de una operación, se curaban antes y pasaban menos tiempo en el hospital. La vida sigue basada en esta interdependencia. Sumergirte en un bosque te lo recuerda.

-Mete las manos en la tierra, nos invitas. ¿Por qué?

-No hay una salud para la naturaleza y una salud para los humanos. ¡Somos naturaleza!... pero desde hace unas décadas, nuestro modelo de crecimiento perpetuo nos enfrenta a la naturaleza. El impacto es colectivo, pero también personal. Como dice el naturalista Joaquin Araujo, «fuimos bosque que un día bajó por las ramas y echó a andar». Necesitamos reconectar con nuestro entorno natural.

-Un perro es terapéutico. ¿Un gato, no?

-¡Guau!... me has pillado. Soy muy perruna. Pero los estudios muestran que cualquier animal con el que convivimos puede tener ese impacto benéfico sobre nuestra salud mental y física. ¡Aunque sea el búho de Harry Potter!

-Un hábito tóxico común que hagamos a menudo sin darnos cuenta...

-¡El edadismo! Es un prejuicio terrible. Es decir, nos juzgamos y limitamos en función de nuestra edad. La edad está en el cerebro. Y el cerebro mejora en muchos aspectos a lo largo de nuestras vidas. Con la edad y la experiencia, por ejemplo, solemos ser mejores gestores de la impaciencia y de las emociones negativas, adoptamos perspectivas más amplias, somos más compasivos, acumulamos conocimientos… Solo envejece quien pierde la esperanza y la curiosidad.

-Piropos y cumplidos están bajo sospecha, huelen a interés o a mentira. ¿Qué tiene de bueno un cumplido?

-Necesitamos el afecto de los demás. Y para expresarlo, puede bastar una palabra. El cumplido sincero y respetuoso es una forma directa de mostrar reconocimiento y de generar alegría. Lo cuento en Fuertes, libres y nómadas: el verano pasado, mi pareja y yo nos acercamos a una madre que jugaba con sus hijos en la playa. «Te acabamos de nombrar mejor madre de la playa», le dijimos riendo. «¡Tu paciencia y lo bien que juegas a la pelota son admirables!». Se le iluminó la cara. Le dimos una alegría inesperada. Y fue tan sencillo...