El mundo de las artes marciales llora la muerte de Sonny Chiba

CULTURA

Sonny Chiba, en una imagen de archivo
Sonny Chiba, en una imagen de archivo Wikimedia commons

El actor japonés ha muerto a los 82 años a causa del covid-19. Su carrera deja un reguero de célebres películas de acción

20 ago 2021 . Actualizado a las 14:00 h.

Cuando peleaba en sus películas, mataba dos veces. Primero, con sus puños y su katana. Después, con su mirada hundida y bañada en furia. Cuando su grito se elevaba entre los semblantes aterrados de su enemigos, la cámara parecía temblar de emoción. Sonny Chiba fue un hombre nacido para brillar entre los destellos de las katanas y las acrobacias imposibles de las artes marciales orientales. Un samurai karateka de añeja alcurnia. El último gran peleador clásico. Ocupó un lugar de honor en la rutilante constelación de eruditos setenteros del puño y la patada. En aquella época dorada, su nombre se paseó por docenas de posters kitsch de colores vivos y letras chillonas. En aquel Estados Unidos de carteles de neón y canciones soeces, Chiba fue el rey del videoclub. En su tierra natal, fue el rey a secas. El Elvis Presley del Dojo. 

Durante su nutrida carrera, interpretó a un amplio abanico de personajes, pero siempre con el denominador común de que, en algún momento de la película, se arremangaba y comenzaba a repartir caricias mortales destrozando todo a su paso. Sus caras de furia encendida, su ceño arrugado y su poblada mata de pelo, le conferían un aire asalvajado e indomable. Un hálito de verdad en su grito guerrero. Por eso, el público le fue fiel durante más de dos décadas. Con permiso de Bruce Lee, fue el gran artesano marcial de su tiempo. 

Superada su más prolífica década, Chiba comenzó a destinar parte de sus esfuerzos a la dirección de escenas peligrosas y al adiestramiento de dobles de acción, lo cual no significa que abandonara el calor de los focos. Esta vieja leyenda ha seguido actuando hasta el último suspiro (de hecho, deja una película póstuma. Pero, teniendo talento sobrante y energía de veinteañero, hizo valer sus aptitudes motrices creando impresionantes coreografías que apuntalaban la espectacularidad de las cintas en las que participaba. 

Su cine fue continua fuente de inspiración. Los tintes más evidentes se aprecian en la filmografía de Quentin Tarantino, director que contó con él en Kill Bill para interpretar al legendario Hatori Hanzo, el herrero que le forja a Beatrix Kiddo su certera katana. Y no fue un simple cameo. El veterano actor tiene en el filme un monólogo magistral lleno de solemnidad y respeto. En sobria genuflexión, le presenta a la protagonista el acero que ha creado con sus propias manos. El mimo y la pulcritud se imprimen en su rostro mientras desliza el mortal artefacto. Habla, severo, sobre inclinaciones filosóficas, sobre la venganza y sobre el honor. El éxtasis de una carrera plena y valiente. El colofón al andar fiero de un tigre. La última batalla del príncipe luchador.