Antonio Ortuño: «Lo que tú llamas Tarantino es el periódico de cada día en México»

CULTURA

Ortuño golpea con un libro de relatos «carnavalescamente fúnebre»
Ortuño golpea con un libro de relatos «carnavalescamente fúnebre» Daniel Mordzinski

«A lo mejor un día sale el Proust del Zoom... y bienvenido sea», dice este maestro del terror, que raja la cruda realidad con un humor salvaje en sus relatos

22 ago 2021 . Actualizado a las 10:54 h.

La violencia no tiene un diagnóstico fácil en los Esbirros del mexicano Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, 1976). Digamos que la violencia no es un animal que se deje enjaular en un perfil. No hay bisturí aquí que separe la psicología del verdugo de la de la víctima; olviden el confort de la certeza. Ortuño es un maestro del terror instantáneo. Absténganse de veranear en estos cuentos si andan en busca de una lectura chaise-longue. Él es lector desde antes de nacer, la biblioteca familiar esperaba por él. «Mis mayores fueron muriendo y yo sus libros los heredé. Me he pasado la vida leyendo y escribiendo. No podría estar de otra manera en el mundo», asegura el autor de Esbirros, al que no le va el catecismo, ni las fábulas, ni las moralejas. De hecho, «Cuando más de dos personas piensan lo mismo, me pongo nervioso», revela.

­-¿Es «Esbirros» su obra más salvaje?

-Soy un mal lector de literatura tibia. Me gustan los matices, porque ahí está la inteligencia, el interés y la médula de la literatura. Escribir no es boxear, al menos no todo el tiempo, pero a la vez hay tanta sopa tibia en el ambiente que apetece algo radical...

­-De México no está llegando literatura tibia. Al contrario.

-Sí. Imagino que hay una correlación de la escritura con la vida cotidiana en México.

-¿Cómo es ahí la vida?

-Es muy rasposa, difícil. Vivimos en la hiperviolencia desde hace más de un decenio. Más la pobreza y las diferentes violencias interiores que tenemos. Esto lo pone a uno en un escenario muy diferente a un escritor que viva, no sé..., en Luxemburgo. Pero no creo que haya preocupaciones literarias ilegítimas. También se puede tratar de escribir salvajadas y que queden muy mal. Yo trato de que las mías queden bien...

-Hay hermandad en sus relatos salvajes en la forma y el fondo.

-No puede existir una postura al contar estas historias que exploran la oscuridad de las relaciones de poder si no hay una implicación en el lenguaje, si no hay un lenguaje vital, que pueda reflejar esa oscuridad que cuenta. Me parece que estas mismas historias narradas con un lenguaje cursi serían unos melodramas tremendos, de culebrón televisivo, y yo busco exactamente lo contrario. Yo busco el drama humano al otro lado del espejo del culebrón.

-No hay anestesia. En sus relatos no hay chantaje emocional. Escribe a cuchilladas, ¡nos acorrala! No hay salida.

-Para que eso suceda, literariamente tienes que trabajar. No es una respiración natural de los relatos. A mí me cuesta trabajo, es como seguir afilando una pieza de metal cuando crees que ya está aguzada. Son cuentos largos, directos, que no empiezan por el «Había una vez» ni acaban por el «Y fueron felices». Se apartan de ese tipo de esquemas para buscar el hueso. Los relatos se hermanan bien por una serie de atmósferas opresivas, por la condición límite de muchos personajes y las situaciones que viven.

-Pesa más la circunstancia que el yo, ¿no?

-La mayoría son personajes cuyo nivel de desarrollo se ve abrumado por las circunstancias. No son héroes, y mucho menos al estilo de Ayn Rand. Unos se hunden y otros sobreviven, pero todos hablan desde la zozobra, a veces con resignación, otras de forma casi subversiva o nihilista, pero son relatos de personas a las que está a punto de caerles una ola enorme. Y algunos corren hacia la ola...

-El golpe suele ser brutal.

-Es un libro fúnebre, pero es también alegre. Será que tengo esa costumbre de la risa nerviosa con la que vivimos los mexicanos. Es un libro carnavalescamente fúnebre, porque a mí me molesta el melodrama. No pretendo que nadie cierre el libro y diga: «Ahora sí, iré a votar por los buenos». Me gustaría pensar que cierran el libro, y dicen: «Esto no tiene sentido», y se ríen.

-¿Quiere salir al encuentro del lector?

-Sí, esto me interesa mucho. Es una de las gracias de la narrativa. Me gusta que la narrativa tenga este lado plebeyo, de plaza pública.

-Se siente un terror religioso al leerle.

-Al contrario de los que nos hace creer el mito de los avances de nuestro modo de vida, existen constantes de los humanos que no cambian, que lo siguen oprimiendo a través de los tiempos, como es la lucha por el poder. En la pareja, en la familia, en los barrios, hay una tensión, y la gente termina peleando porque, si no, se ve invadida. Eso es aplicable a lo laboral, a la política, a las relaciones entre hombres y mujeres... Parte del horror mexicano es que hay un área gris muy grande de gente que sabe adónde se llevaron a un desaparecido, pero callan para defenderse, parar proteger a su familia, pero que van extendiendo la mancha del crimen más allá de los bandoleros de las series de televisión.

-¿El miedo y la violencia son padre e hija, o al revés?

-Son espinas de la misma planta. Hay también una violencia verbal. Al ser increpado, insultado, amenazado, hay quienes se aplastan y quienes se intentan crecer e insultan y gritan más fuerte. Y eso se va a convertir en una violencia mayor. El miedo a la aniquilación, el miedo a que te quiten lo poco o mucho que tengas, te pone en el camino de transgredir cualquier clase de código abstracto que te hayan planteado.

-¿Se ve el parecido que yo le veo con autoras como Mariana Enríquez, Mónica Ojeda o María Fernanda Ampuero?

-Me siento más cerca de Emiliano Monge o Fernanda Melchor. Pero me parece que todo parte de esa generación literaria de los que nacimos a finales de los años 70 o principios de los 80 en América Latina y que hemos sufrido fenómenos similares de violencia. Yo publiqué mi primer libro en un país tomado por la derecha en el 2006, y no había leído nada de esos autores... En medio de esta vorágine espantosa, pero a la vez fascinante, de la vida en estos países latinoamericanos, uno reacciona, reacciona de alguna forma ante eso, ante la indefensión del individuo y de ciertas comunidades. Yo viví un año en Alemania y tuve unas conversaciones surrealistas con profesores o críticos alemanes que me decían si yo estaba influenciado por Tarantino o por el cine gore. Yo decía: «Lo que tú llamas Tarantino o cine gore para mí es el periódico, son las noticias de cada día». En México dos personas se enojan en un semáforo y se agarran a tiros. Me parece muy bien que Tarantino haga una película sobre Manson, pero es que aquí en México hay un Charles Manson en cada cuadra.

-Pero la lucha por el poder sucede en todas partes, a veces de forma encubierta, más hipócrita. Ahí todo parece más primario, aquí el mal va algo disfrazado.

-La violencia siempre tiene una parte como biológica, primaria, salvaje, como si el primate fuera el que operara... pero a la vez existen esas capas de aparente civilidad, y las luchas de poder se juegan de forma más sibilina en ambientes oficinescos o cortesanos. En México tenemos todos los problemas del primer mundo y además descuartizamos gente...

-Le destacaron hace un par de años como uno de los principales autores jóvenes del momento. ¿Se siente hoy viejo?

-Me siento viejo desde los 14 años. Comencé a trabajar justo a los 14 y llevo 30 años trabajando. Tengo la peculiaridad desde chico de que me entiendo bien con los ancianos. Los niños no me gustaban ni cuando era niño, los adolescentes ni de adolescente. He sido toda mi vida una especie de anciano prematuro. Así que, a medida que envejezco, me siento más yo, más a gusto.

-¿Tiene la literatura algo de profecía?

-Lo he llegado a pensar bastante. Supongo que, al observar la realidad y a las personas, uno termina por desarrollar una capacidad no sé si de profecía o al menos de anticipación. Ciertos humanos vamos al barranco bastante tiempo antes de que la gente en general se dé cuenta de que el barranco está ahí. No tiene nada que ver con el pensamiento mágico ni con Nostradamus. Al contrario, uno puede ver lo que está ahí y otros no ven o se niegan a ver. La ceguera voluntaria es increíble y un escritor no puede darse ese lujo. El escritor tiene que acompañar la experiencia humana aunque sea espantosa, no dedicarse a alimentar a las palomas... El narrador se tiene que meter al fango. No hablo de ser Bukowski. Se puede ser libresco y estar metido en el fango. A estas alturas, por ejemplo, me parece mucho más vital Stevenson que Bukowski. Stevenson me parece más oscuro, en realidad, y más interesante.

-En este mundo virtual, ¿la literatura tiene un deber de realidad? Mientras usted habla conmigo por Zoom se echa de menos algo esencial...

-En lo virtual falta algo fundamental. Esa presión de la presencia, que es lo que manda en la historia humana. Las relaciones humanas son desesperadamente dependientes de la carnalidad, del tacto. A lo mejor un día sale el Proust del Zoom... y bienvenido sea, aunque en mi vida el Zoom siempre va a tener algo de irrupción incómoda.