Fernando Aramburu: «He querido invitar al lector a ver hasta el último detalle de un ser humano»

CULTURA

J.J. Guillén

El autor de «Patria» publica «Los vencejos», una novela introspectiva protagonizada por un hombre que pone fecha a su muerte

16 sep 2021 . Actualizado a las 17:15 h.

Tras el espectacular éxito literario de Patria, prorrogado con una magnífica serie televisiva, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) publica Los vencejos (Tusquets), una novela introspectiva en la que cambia de registro. Toni, un profesor de filosofía de instituto, decide poner fecha a su muerte: dentro de un año se suicidará. Cada noche escribe su historia personal, dura y descreída, y describe sus relaciones con las personas más íntimas, en busca de descubrir las razones de su decisión.

—¿Por qué un cambio tan drástico respecto a «Patria»?

—Lo que no me gusta es repetirme ni ir por un camino que considero recorrido. Por otro lado, aspiro a abordar y expresarme sobre el mayor número posible de asuntos y también cambiando de formatos. Lo último que deseo es tocar siempre la misma melodía en cada libro. Mi obra es muy variada. Entre Patria y Los vencejos he publicado tres libros, ninguno de ellos novela.

—¿Cómo surgió esta novela?

—Estuve dándole vueltas y se me ocurrieron personajes, episodios, a partir de la reflexión sobre algunas cuestiones. Por ejemplo, quería expresarme sobre los nuevos roles que se supone deben aprender los varones en esta época en la que las mujeres están conquistando sus legítimos derechos, lo que los pone en situaciones para las que quizá no estén del todo preparados. Y no todos se adaptan. Esto me parecía muy productivo para la creación de una novela. La otra cuestión, que es más relevante, es la curiosidad que me producía averiguar cómo se vive en el contexto cotidiano cuando uno conoce con exactitud el día y la fecha de su muerte. Responder a todo esto a mi manera me indujo a comenzar esta novela, que luego se fue alimentando de todo lo que se me fue ocurriendo.

—¿Le gustaría saber la fecha exacta de su muerte?

—Sí. Creo que me aportaría una serie de ventajas prácticas, aunque me desencadenase una situación de temor. Llegado a mi edad, 62 años, sí me gustaría saber cuándo se termina la película. En el tiempo que me quedase organizaría mi vida de modo que le sacase el mayor fruto posible.

—¿Cómo le gustaría morir?

—De broma, he dicho que me gustaría morir apaciblemente, al atardecer, mirando el mar. Pero sí que me gustaría despedirme dignamente, quizá con un gesto de agradecimiento a la vida, de afecto a los que me han acompañado. Si mi último acto fuera una sonrisa me parecería que me he ido bien, de forma adecuada y elegante.

—La novela comienza con Toni estableciendo la fecha de su muerte. Luego hay 700 páginas para tratar de explicarlo. ¿Cómo afrontó este reto literario?

—Ideé la forma de un mosaico que me liberase de la narración lineal e invitara al lector a construirse un dibujo general a partir de todas las piezas. Esto supone una cuenta atrás, pues cada día que pasa es uno menos que le queda a Toni, lo que sitúa al lector en una posición desazonadora. Es decir, la novela convierte al lector en una especie de cómplice del suicidio protagonista, en el sentido de que si avanza en la lectura está acercándolo al fin que nos ha anunciado al principio. En cierto modo, se podría decir que el lector ejecuta a Toni. Este es un juego literario que me causa mucho placer.

—Toni a veces cae simpático, pero es alguien que pegaba a su hermano, odia a su familia o considera que el trato íntimo con una mujer inteligente es una vejación incesante para él.

—Eso es muy importante. Yo, como escritor de novelas tengo que ingeniármelas para que el lector no crea que ya ha captado al personaje con la primera descripción y las primeras referencias que se le comunica. Además, soy muy aficionado a este juego de inducir al lector a adoptar unos prejuicios o que se creen una expectativas que luego no se cumplen o van para otro lado. Uno ha leído, espero que no en vano, a los rusos del siglo XIX que nos hacían estas cosas, que nos mostraban a un personaje absolutamente violento que, de repente, llevaba a cabo un acto de máxima bondad, o a uno avaro que se volvía generoso. He aprendido de ellos a crear ese tipo de personaje que el lector no termina de comprender, que tan pronto les cae mal como le encuentran entrañable. Me parece que da mucha sustancia a una novela y particularmente a las mías, que tratan siempre de la convivencia entre un puñado de seres humanos.

—El protagonista habla abiertamente de sus vivencias y pensamientos más íntimos?

—Piensa que nadie va a leer lo que está escribiendo cada noche y puede expresarse con franqueza total. Yo quería invitar al lector a que observase por dentro hasta el último detalle de un ser humano. En realidad este libro es una larga confesión. Toni se abre en canal y nos cuenta hasta la última pieza de su intimidad, sus vergüenzas, sus trapos sucios, sin ocultar nada. Ya decía Sancho Panza, nadie sabe el alma de nadie, convivimos con nuestra pareja, nuestros padres, nuestros hijos, pero siempre quedan recovecos a los que no llegamos, verdades ocultas.

—¿El suicidio sigue siendo un asunto tabú?

—Cuando se suicida un familiar cercano, a veces no sabemos por qué o nos deja una sensación de culpa, quizá lo pudimos evitar y no estuvimos atentos, quizá se suicidó por nuestra culpa. No solo es tabú en el sentido de que no lo queremos tocar, sino que desde el punto de vista emocional es un asunto muy grave y entiendo que no se hable de ello. Ahora bien, a mí no me interesaba tanto el suicidio como tema, sino como postura inicial de la novela, la conciencia de que el personaje tenía un plazo fijo de vida, razonablemente largo cómo para que averiguase, a fuerza de reflexión, por qué se quiere suicidar, sin que aparentemente tenga grandes motivos para hacerlo. No estaría bien que yo lo explicase, que el lector saque que sus propias conclusiones.

«Yo era muy pegón, un broncas, de adolescente, pero los libros me cambiaron»

El protagonista va desprendiéndose poco a poco de sus libros, como lo último que le ata a la vida. «De hecho lo dice explícitamente, por cada libro, cada ropa, cada cacharro de cocina que abandona, se siente liberado, se siente cada vez más vencejo, en el sentido de que cumple su ciclo vital sin ataduras materiales», explica.

—Para usted los libros han sido cruciales en su vida.

—Yo era un niño muy nervioso y pegón, me metía en muchas peleas, no por maldad sino por exceso de energías y fallas educativas. Y en un momento determinado, de la noche a la mañana, a los 13 o 14 años, me entró el gusanillo de la lectura y cambié. Tengo amigos que me cuentan que de repente me volvió irreconocible, de ser un chico peleón, que jugaba al fútbol hasta que se hacía de noche, tenía las piernas arañadas, que se metía en todos los líos y era un broncas en el colegio, me encerré en un mundo propio, me aparté de los demás y me hice asiduo de las bibliotecas. Recuerdo a mi padre, preocupado, tratando de chantajearme con cuarenta duros para que me fuera con los amigos, pero yo me quedaba los sábados y los domingos a leer. Mis padres pensaban que me estaba volviendo un poco raro. En realidad, lo que había hecho era descubrir un programa de vida, capté que con ayuda de los libros podía formarme como ser humano y estoy muy agradecido al adolescente que tuvo aquella iluminación, porque así ha sido. Yo me he hecho a fuerza de libros, he logrado moldear mi carácter con ayuda de la cultura y conquistar algo que jamás creí que lograría, la serenidad, unida a una convicción estoica de la vida.

—¿Tiene algo de usted Toni?

—Yo no estoy de acuerdo con los que afirman que todas las novelas son autobiográficas, afortunadamente no soy como este hombre, no solo no he vivido en la misma ciudad, no estoy divorciado ni tengo un hijo como el suyo ni siento y pienso como él. Para eso esta la ficción, para crear formas de vida que no son necesariamente las nuestras. Tiene muy poco de mí. De broma he dicho que un 6 %, que se reduce a que a yo también fui docente, aunque en otro país, y también cuido a una perra. No utilizo a los personajes para despachar mis opiniones, porque estoy convencido de que con opiniones no se hacen buenas novelas. El novelista debe contar, no juzgar ni convertir a los personajes en recipientes de ideas u opiniones.

«Los varones de mi generación nos hemos tenido que reeducar»

«Toni es más joven que yo, pero vivió un mundo educativo parecido, durante el final del franquismo, llegamos a la democracia, y de alguna manera nos hemos tenido que reeducar», señala. «Nos educaron con la bofetada pedagógica, la disciplina rigurosa, en una dictadura, en la que las mujeres vivían en un situación muy desfavorable», añade. «Sobre la marcha nos hemos tenido que reeducar y aprender a aceptar que las mujeres tienen sus necesidades y quieren sus derechos», asegura. En su opinión «el varón que tiene un talante tolerante, democrático, se adapta a esta situación con naturalidad, incluso la defiende como es mi caso, pero algunos puede que no lo tengan fácil y mis personajes no se manejan del todo bien». Al protagonista, «que no es un hombre violento, no le ha funcionado el matrimonio, y lo que considera relaciones amorosas le resultan fatigosas, prefiere la amistad de su amigo. Al llegar a cierta edad todo ese esfuerzo de adaptación a las nuevas formas de convivencia le cansa, no quiere saber nada y se encierra», concluye.