El mejor amor cabe en una carta

CULTURA

Pilar Canicoba

Un magnífico libro recopila las letras que grandes figuras de la historia, como Beethoven, Nabokov, Mandela, Napoleón, Simone de Beauvoir o Frida Kahlo, les escribieron a sus amantes

21 sep 2021 . Actualizado a las 17:19 h.

E n esa excitación de abrir la puerta de lo íntimo y de husmear en el tesoro de lo privado me asomo a este libro, Amor, cartas memorables, que cae en mis manos por la curiosidad de saber qué se traen entre sí los amantes. Pero no unos del montón, sino esos que han llenado grandes biografías, han escrito obras maestras o dibujado pasiones enfermizas. Como Beethoven, Borges, Simone de Beauvoir, Napoleón, Nabokov, Nelson Mandela o Frida Kahlo, entre otros muchos. Esta es la propuesta de Shaun Usher, el autor, que ha rastreado la vida de figuras importantísimas de la historia para descubrírnoslas en ese arrebatado momento, en ese instante liberador que supone escribirle al otro para desnudar el corazón. «Una carta es una bomba de relojería, un mensaje en una botella, un grito pidiendo ayuda», expone Usher, que avanza que en esta forma única de expresión se unen el superpoder del sentimiento más vital y la manera más privada de comunicación, por eso, augura, las cartas de amor nos sobrevivirán.

Del libro —que casi de modo obligado debe leerse a ratos, en ese espacio corto de tiempo que permite la intensidad de una misiva— interesa la entrega, la manera en que el amante se da en cada palabra en el contexto de unas relaciones que son muy diversas. Como la de Nabokov, que estuvo casado 50 años con Véra Slonim, quien ejerció de musa, de correctora, de traductora y de guardaespaldas, y a la que le debemos que el manuscrito de Lolita no quedase arrasado por el fuego después de que el escritor, atormentado por las dudas, arrojase la obra a la hoguera. «En la vida he querido a nadie como a ti» se titula la carta, fechada en 1923, año en que Nabokov conoce a Véra. «No hay palabras que hagan justicia a lo que siento, pero es así. Mira, te lo diré de este modo: con mi amor podría haber llenado diez siglos de fuego, canciones y valor; diez siglos enteros, largos y sublimes, repletos de caballeros subiendo al galope colinas en llamas...», se presenta.

La misma intensidad la encontramos en el fragor de la batalla, donde Napoleón también soñaba con Josefina, a la que acusaba de burlarse de su debilidad en una carta, que juzgada con ojos de hoy, deviene un amor asfixiante. «He hecho llamar al mensajero. Dice que se pasó por tu casa y le dijiste que no tenías ningún recado para mí. ¡Vergüenza debería darte, querido monstruito travieso e indolente, cruel y tiránico! ¡Si pudiera encerrarte en mi pecho, te haría mi prisionera!». Qué distinto Napoleón a Nelson Mandela, que solo ve la luz en la cárcel releyendo las letras de su esposa Winnie. En prisión se entera de que ella también ha sido condenada a 16 años y le dedica «Buena suerte, cariño mío»: «Una de mis posesiones más preciadas aquí dentro es la primera carta que me escribiste, el 20 de diciembre de 1962, poco después de mi primera condena. A lo largo de los últimos seis años y medio, la he leído una y otra vez, y sigue conmoviéndome», nos encoge Mandela el corazón en ese destierro injusto: «En estos años convulsos y violentos he llegado a quererte más que nunca».

«TE AMPUTO DE MÍ»

Pero si hay una carta que hiere arrebatadamente en este íntimo y exquisito libro, que edita Salamandra, es la que le envía Frida Kahlo a Diego Rivera justo cuando ella acaba de ingresar en el hospital donde le van a cortar una pierna. Allí, al borde del abismo, le lanza dardos de amor envenenados al pintor, después de que le pusiera los cuernos con su hermana y otras muchas mujeres: «¿Cómo cayeron en tus enredos? [...] Nunca he podido entender qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di. Porque no nos hagamos los pendejos, Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di; ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo, hijo de la chingada... [...] Te escribo para decirte que te libero de ti, vamos, que te amputo de mí; sé feliz y no me busques jamás».

Hay en Amor, cartas memorables reconciliaciones, deseos, sueños, esperanzas, pero no espere el lector encontrar atisbos de encuentros eróticos o la expresión explícita de la pulsión sexual. Ni un mínimo húmedo beso se desliza por sus páginas en lo que se advierte un censurado modo o un modo amputado, que diría Frida, de presentarnos la realidad. Pero merece la pena leerlo, también para comprobar que hasta el más tímido, como Jorge Luis Borges, se desata rendido a los pies de Elsa: «Pienso continuamente en usted, con una intensidad que no se distrae, con una desesperada y vana riqueza». Este amor es de puño y letra, disfrútenlo, porque el futuro nos dice que el próximo libro será una colección enorme de WhatsApps que tal vez tengan guardados, por ese lugar navega hoy el corazón.