Reme, el gran amor de Bosé

CULTURA

José Oliva

Las memorias del artista destapan a un padre tirano y a una madre poco cariñosa que desatan un fuego cruzado en un matrimonio tóxico. Pero descubren mucho más: Miguel estuvo a punto de ser padre en los años setenta

07 sep 2023 . Actualizado a las 10:39 h.

Las memorias de  Miguel Bosé están muy bien escritas, así que si alguien cree que las casi 500 páginas de este libro son una suma de informaciones rosas, está muy alejado de lo que es en realidad esta autobiografía. Lo que se ha filtrado hasta ahora, en esa burla Deluxe en que parece haberse transformado la vida del cantante, son las terribles maneras de un padre-torero que en los años 50 y 60 amenazaba a las mujeres de la familia por intentar convertir a su heredero en un «maricón». Pero las memorias de Miguel, de Miguelito, o de Miguelino, como lo llamaba su madre, la actriz Lucía Bosé, son mucho más que los estoques de ese padre. En las páginas de El hijo del capitán Trueno hay mucho de ese Delibes de Los santos inocentes y mucho también de La escopeta nacional de Luis García Berlanga. Hay destreza en la manera de contar, hay buenos diálogos, y hay sobre todo una intención de reflejar esos dos mundos: el de los pobres y el de los señoritos, el del campo y el de los nuevos ricos, el intelectual y el esencial, el profundo y el superficial que se entrelazan en cualquier vida, pero que en la de Miguel Bosé cobran otro sentido.

Un desdoblamiento de personalidades (Miguel y Bosé) que en esos primeros años de la infancia que se retrata en este libro aún no se habían dividido, aunque muchos de los monstruos del cantante se gestan en ese tiempo.

Como un niño de pueblo

En Villa Paz, en Saelices (Cuenca), en la finca de campo del maestro Dominguín, fue inmensamente feliz y allí aprendió a vivir libre, como un niño de pueblo, aunque él jamás lo fue y esa distancia de niño pijo se nota en todo lo que hace y cuenta. Pero lo cuenta bien. Como narrar la división de clases que evoca esa congoja de «Milana bonita» de Delibes en los quehaceres de los trabajadores de su padre. El macho alfa, el torero, la bestia, el play boy que somete a todos cuando brota la ira y con el que enseguida se produce una distancia silenciosa que Miguel asume como temor. Temor a no ser lo que se espera, a no cumplir las expectativas de lo que se le destina como heredero: la vileza, la masculinidad rancia, el machismo. A Miguelito su padre se lo lleva a África cuando no ha cumplido los 12 para que aprenda a cazar, y allí, desplomado por las fiebres del paludismo, sufre otro dolor aún mayor: el abandono de su padre, que ni en esas circunstancias lo atiende. Dominguín aparece, en ese retrato de la memoria selectiva, como un ser despreciable, que luego, sin embargo, se recoloca con los años en otro lugar mucho más cercano al corazón del artista.

Los celos, el odio y la relación tóxica del matrimonio marcan la niñez de los tres hermanos (Miguel, Lucía y Paola) que viven el fuego cruzado de dos personalidades egocéntricas que no se dejaban pisotear por el otro. Lucía, la madre, gana en ese duelo a ojos del hijo, que la describe como una mujer fuerte, arrojada, vital, despiadadamente bella, aunque poco cariñosa. No al menos con el concepto que hoy se le atribuye a las madres en la crianza diaria. Nada que ver para una actriz acostumbrada a las juergas, al lujo y a dormir las resacas. Pero a Lucía se le reconoce víctima de una relación amorosa que no fue bien vista por gran parte de la familia Dominguín, entre los que destacan los buitres que en Saelices la esperaban para hacerle la vida imposible. Y allí, entre todos, se oculta Mariví, la prima del torero, que luego será la amante, y el motivo de la separación del matrimonio.

Hay culebrón en la historia entretenidísima de los Bosé, salen Carmina Ordóñez y su hermana Belén, y hay tanto anecdotario que, aunque se cuente como ficción, la realidad es apabullante. Los veranos con Picasso, con el que Miguel tiene una relación casi de abuelo-nieto, las conversaciones con Ava Gardner en Londres, los cruceros con Romy Schneider (otra amante de su padre), la primera relación sexual de Miguel con Amanda Lear en casa de Dalí... Hay tanta verdad en el relato de Bosé que al lector le parecerá mentira, como que en plena guerra de divorcio el padre dejase a la familia sin calefacción. No sale en estas memorias, que llegan a los 20 de años de Miguel, Ana García Obregón, pero sí Bárbara, a quien dejó embarazada, aunque finalmente su hijo no nació.

Picasso quiso casarse con la tata

Claro que si hay un amor, y un motivo para leer estas memorias, es descubrir la figura de Reme, la tata de Miguel y de sus hermanas, que desde Saelices se hace cargo de «sus tres hijones», como ella los llama. Reme es una mezcla entre Terele Pávez y Lina Morgan, un ser de novela, que llena estas páginas de emoción y de coraje. Es la única persona que se ancla a la vida de Miguel para darle sentido, es quien le da amor, lo arropa de noche, lo viste de día, lo aconseja, lo conoce y quien es capaz de dar todo por él. Picasso quiso casarse con ella, pero Reme lo rechazó como a todos los pretendientes del pueblo porque Dios le había puesto en el destino tres hijos sin necesidad de marido.

Remedios de la Torre es un personajón en esta historia, la suerte de Bosé, un hada madrina capaz de irse a Londres para llevarle dinero y continuar la fiesta con él en casa de David Bowie. Y la única mujer, en este relato construido de desmanes y egos, con sentido común para enfrentarse, como un miura, al torero. Reme da mucho amor y respeto. Sin ella ahora entiendo que Bosé haya perdido el rumbo.