Diana López Varela, autora de «Maternofobia»: «No quería hijos y ahora soy una madre feliz y terriblemente cansada»

CULTURA

La escritora y periodista Diana López Varela, autora de «Maternofobia», con su hija, de un año.
La escritora y periodista Diana López Varela, autora de «Maternofobia», con su hija, de un año. CAPOTILLO

Nunca quiso ser «la del caldo en la nevera», pero a los 30 se obsesionó con ser madre. «Me di cuenta de que renunciar a la maternidad es también una renuncia», revela

02 may 2022 . Actualizado a las 22:49 h.

La maternidad fue, hasta los 30, «el elefante en la habitación» para la periodista y escritora Diana López Varela (Pontevedra, 1986), que nunca quiso ser «el ángel del hogar ni la del caldo en la nevera», pero el pasado otoño celebró feliz un año de su hija, rompiendo los esquemas de los lectores de sus ensayos Maternofobia y No es país para coños. Quizá el feminismo es un poco el elefante en la habitación de la maternidad. «El feminismo no se compagina fácilmente con la maternidad», admite.

Ella creció con propósitos y sueños muy distintos al de ser madre. «El de los hijos era un tema en el que no pensaba hasta que tuve 30 años», comienza la autora, en gira con la obra A Síndrome de Lis, irreverente y cañera, fiel a su estilo, una pieza que escribió «embarazada, en pleno confinamiento». Atravesando una de las experiencias más comunes, y más transformadoras, la maternidad. Lo sabe quien la vive.

«Yo vi a mi madre, como a muchas mujeres, trabajar muy duro para criar a sus hijos. Para mí, la maternidad no fue algo atractivo hasta esa edad en la que escribo Maternofobia y me doy cuenta de que igual me estoy perdiendo algo», explica Diana. Su voz es la de una generación consciente de las cargas que supone pasar de ser yo a ser nosotros, rebelde ante la presión del mandato maternal heredado y el modelo femenino complaciente, una generación que creció con la igualdad y la libertad por bandera, e incubó el miedo a la maternidad al abrigo de avances como la incorporación de las mujeres al mercado laboral, un mercado hecho por los hombres a la medida de los hombres (atendidos por mujeres, esposas o dependientas, en casa).

Ser de familia numerosa a Diana la marcó tanto como la libertad para afilar su pensamiento y decidir su futuro. «Mis padres sacaron adelante muy jóvenes a tres hijos. Son parte de una generación que no solo crio a sus hijos, sino que tenía que ayudar a sus padres», recalca. «Los hijos se construyen en parte por contraposición a sus padres», entiende ella, la pequeña de los hermanos y la primera y la única de la familia en pisar la Universidad. Pero los hijos también se van haciendo, inevitablemente, por espejo. Es imposible quitarle la razón a la alegría, aunque no tenga argumento. «Cuando a los 30 me vi rodeada de sobrinos, volvió la infancia a mi casa, y volvió esa infancia mía. Y ahí sí, empiezo a tomarme la maternidad como un proyecto vital al que no quiero renunciar», cuenta.

Diana fue la primera de la pandilla del instituto en quedarse embarazada. Lo hizo con 33. ¿Pronto? Sí si lo comparamos con la media actual. Sus hermanos le abrieron camino: tenía ya tres sobrinos cuando escribió Maternofobia, que señala la treintena como esa frontera mental y social determinante para la maternidad. Cuando tienes 30, pareja pero no hijos, la sociedad empieza a abrir la boca para pedir explicaciones sutil o impertinentemente por la descendencia. Maternofobia fue el dedo de Diana en la llaga de un sistema bipolar que insta a las mujeres a compaginar un desarrollo profesional creciente con una crianza que mengua tiempo y energías, o a llevar en silencio situaciones extremas, como un aborto. Muchas mujeres le dieron las gracias por ese libro, «por poder hablar de forma anónima de lo que les removía por dentro tras sus abortos voluntarios», detalla.

Tras afrontar un aborto y publicar este ensayo-bofetada, Diana López Varela llegó finalmente a la conclusión de que su vida laboral «iba a ser igual con 30 que con 40». Y comenzó otra etapa, otra historia. Por la fertilidad pasan los años, por más que la medicina y la ciencia ayuden, con los beneficios que reporta. «Yo pongo en entredicho el negocio de las clínicas de reproducción asistida. Son tratamientos que suponen un machaque físico y mental que recae en las mujeres. Está bien que te den la posibilidad, pero quizá lo más sensato sea no tener que poner nuestra fertilidad a expensas del mercado, y yo no quería pasar por ello», se moja.

El modelo superwoman o la maternidad de Instagram que solo filtra la dicha naíf, no va con ella. «Yo soy crítica con el modelo que tenemos de maternidad. Siempre fui consciente de que la maternidad implica grandes renuncias, quizá por eso viví ajena a ella hasta los 30, sabiendo que iba a implicar un corte radical de lo que había sido mi vida hasta entonces. Como así ha sido... El primer año es duro, por muy bien que lo lleves. Yo no sería capaz de decirle a nadie que esto es un camino de rosas. Por muy independiente que seas, y muy maternofóbica, por muy contraria a ese modelo que nos recluye en casa y convierte a las mujeres en principales cuidadoras, por mucho que luches contra eso, luego te das cuenta de que un bebé es un ser absolutamente dependiente de ti, que implica grandes renuncias. Es imposible ponerse en la piel de una madre hasta que tienes hijos. Hoy soy una madre feliz y terriblemente cansada. Llevo meses escribiendo artículos de noche mientras la niña duerme, sin apenas leer, ver series ni quedar con nadie... A pesar de todo esto, la maternidad de mi hija para mí es una satisfacción enorme que no puedo comparar con nada».

«Un padre que ejerce»

En que la vivencia de la maternidad sea positiva influye su pareja, el padre de su hija. «Yo siempre me sentí apoyada y cuidada, durante el embarazo, el parto, que fue duro, el posparto, la lactancia, ahora. Mi pareja y yo somos un equipo. En el hecho de que yo disfrute de mi maternidad influye que a mi lado hay una persona que ejerce como padre. No digo que sea un padrazo, hace lo que tiene que hacer; es un padre que ejerce de padre. Ese nivel de implicación es importante. Realmente, no creo que haya muchos hombres implicados en el día a día de la paternidad, y es algo que incide en la frustración de las mujeres. Si no hay otro que también renuncia a parte de sus privilegios y se lo toma en serio como tú, es una carga total para nosotras», afirma la escritora.

La maternidad le ha parecido, al vivirla, más divertida que al pensarla. «Una amiga me dijo: ‘Al ser madre, los días y las noches son larguísimos, y los años cortos’. Y es verdad», admite esta madre realista que ha vivido cambios en lo laboral. «Desde que decido ser madre, decido ser autónoma, freelance, y de ahí han salido proyectos como A Síndrome de Lis. Este es también un camino a explorar. Yo ya había sido autónoma con anterioridad, pero hoy es algo que me planteo a largo plazo. Mientras la niña sea pequeña, veo complicado pasar tantas horas trabajando fuera, dejando a Lena en manos de terceros. No digo que haya sido un mal cambio, porque la maternidad me ha hecho apostar más por mí, por mis proyectos personales y por mi talento sin depender tanto de terceros», asegura. «Pero eso que te dicen de ‘duerme cuando el bebé duerma’ es una broma de mal gusto».

Diana no aspira a ser la madre modelo, sí un modelo para su hija. «No creo en la superwoman; no creo que se pueda llegar a todo. Criar es un trabajo que merece todo el respeto. Yo no quise dejar a un lado mis proyectos. Era importante para mí no renunciar a toda esa faceta mía laboral e intelectual, porque quiero que ella vea que tengo otras pasiones», concluye.

Hace más de un año que aprovecha todas las vivencias que le da la maternidad, «algunas dolorosas y otras divertidísimas, para escribir y crear proyectos profesionales en torno a esta experiencia. Hay que sacar la maternidad y la crianza del ámbito doméstico para que se integren en las reivindicaciones feministas y en la vida en general. Es una necesidad social».