Cinco libros con los que Annie Ernaux nos voló la cabeza

CULTURA

JOHANNA GERON | REUTERS

«La propia Annie está sorprendida de su éxito», revelan sus editores. Hablamos con el equipo de Cabaret Voltaire, que acogió su obra cuando la premio nobel de literatura se quedó sin editorial en España, y con su traductora al castellano, Lydia Vázquez.

28 dic 2022 . Actualizado a las 18:40 h.

Esta mujer es un hacha, el hacha que rompe el mar helado que suele congelar la conversación en torno a la familia, el matrimonio, los hijos, la violación, el aborto, el alzhéimer, el divorcio o el erotismo en femenino. La crudeza sensible de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), su apasionado desapego, es literatura, es la cuerda floja pero fija, es el Acontecimiento. Es la verdad. «Este Nobel es un premio para todas las mujeres», afirma Lydia Vázquez, traductora al español de la escritora, que conoce desde dentro la obra y la vida de Annie, que la ha visto escribir en su casa de Normandía y fue una de las primeras personas a las que Annie cogió el teléfono tras ganar el galardón literario más prestigioso. Ernaux siempre ha estado a otro nivel; y ahora es oficial. Aun así, ella no se deja, no nos deja. La escritura sigue siendo lo primero, está encima de todo lo demás. «Ella dice que lo único que la hace feliz es escribir. Su necesidad de escribir está incluso por encima del amor a sus hijos, y esto no quiere decir que no quiera a sus hijos... Pero, si no escribe, se muere», afirma Miguel Lázaro, editor de Cabaret Voltaire.

En este sello, que acogió a Ernaux cuando se quedó huérfana de editorial en España tras publicar cuatro títulos en Tusquets y será la casa de su obra completa por expreso deseo de la autora, la ganadora del Nobel de Literatura 2022 vuelve con La ocupación.

Prepárate. «Mi primer gesto al despertarme era cogerle el sexo, empinado por el sueño, y quedarme así, como aferrada a una rama. 'Mientras siga asida a esto, me decía, no estaré perdida en el mundo'», escribe la maestra francesa del yo consciente, de la diversidad asilvestrada del nosotras, de la mujer fuerte que no va de empoderada, en una novela que disecciona el monstruo de los celos.

La ocupación, que vio la luz en Francia en el 2002, llega el próximo día 26 a las librerías españolas en Cabaret Voltaire para desatar y aliviar esa sed de verdad de los fieles a Ernaux. Esa virtud suya es un vicio incurable para el lector. «Sus libros hablan de cosas que a lo mejor han pasado hace 50 o 40 años, pero son las mismas que nos perturban hoy. En La ocupación deja a su amante, que se va a vivir con otra mujer, ¡y empiezan a consumirla unos celos terribles! Es un libro en el que incluso te ríes, por esas reacciones absurdas que uno puede tener. Ernaux es la honestidad escribiendo», señala Lázaro. Es a la vez lo que quieres y no quieres ver.

Annie salió del cascarón con Los armarios vacíos, pero su editor en español recomienda empezar, si aún eres virgen en la autora de Pura pasión, por La mujer helada para descubrir a este fenómeno global que ha logrado atrapar incluso a las chicas de 20.

«El fenómeno Annie Ernaux en ventas y en interés estalló, sobre todo, en los últimos cinco años —continúa Miguel Lázaro— y la propia Annie está sorprendida de su éxito entre las veinteañeras. Cuando vino a España en verano, vimos a cientos haciendo cola para que les firmara».

Los años son la columna vertebral reconocida de su obra, quizá porque une a la fuerza arrolladora de la personalidad de Ernaux ese valor de memoria histórica de la posguerra francesa. Pero esta mujer que nos devuelve la memoria secreta rompió con maestría la barrera del silencio y el pudor desde el primer libro. Su madre escribió de algún modo el principio de su idilio con el oficio literario como manera de vivir, de ser sin respiro. Su madre es Una mujer, el centro de un relato que hace «una retrospectiva de toda la infancia materna, de lo mal que lo pasó, de su abuela... Todo ese mundo femenino es muy potente, definitivo en ella. Todos los libros de Annie Ernaux pueden leerse como uno solo en el acordeón de una vida. Todos están conectados. En este sentido, hay que agradecer también la labor de su traductora al español», valora Lázaro.

«Después de recibir el Nobel, me dijo que solo quería trabajar conmigo en español, que solo fuese yo su voz en España en Cabaret Voltaire», comparte con Fugas la traductora de Ernaux. «La suya es una escritura fuerte desde la vulnerabilidad, directa, muy siglo XXI. Por eso interesa y llega tanto a las jóvenes. Por su fuerza y porque los problemas de las mujeres siguen siendo los mismos. Annie me remueve todo», concluye Lydia Vázquez. A nosotras también. Leer a Annie es releerlo todo. Tener la cabeza en el corazón.

MI FAVORITO DE ANNIE ERNAUX

Unos armarios llenos de rabia

• • • Por Elena Méndez

No recuerdo cómo ni quién dejó caer aquel libro en mis manos, lo que sí sé es que el libro era viejo y oscuro y yo demasiado joven. Los primeros párrafos fueron como un latigazo: «Cada hora hago tijera, bicicleta o el ejercicio de pies en pared. Para acelerar la cosa. Inmediatamente se despliega un calor extraño en alguna parte de mi bajo vientre, como una flor. Violácea, podrida. Sin dolerme. El dolor viene justo después en forma de avalancha invadiéndolo todo y en particular las caderas hasta extinguirse en la parte superior de los muslos. Casi un placer».

Estupor y un estremecimiento que recorre el cuerpo son la respuesta inmediata. El pulso cambia de ritmo solo de pensar en un embarazo (la coletilla de no deseado, por obvia, sobraba en aquellos años). La simple mención de la palabra aborto era ya de pesadilla, angustiosa.

Casi abandono la lectura allí. Pero unas páginas más y el luminoso mundo de una infancia de provincias me enganchó. («El bar-tienda Lesur no es un comercio cualquiera, es el único de la Rué Clopart, lejos del centro, casi en el campo. Clientela a porrillo, que llena la casa, que paga a fin de mes. No es una comunidad, pero se le parece»). Caí en la trampa que Annie Ernaux me tendía con exquisito cuidado. Incauta. Su rabia y su vergüenza esperaban al acecho a la vuelta de página. Me hicieron temblar.

No podía reconocerme en esa brillante Denis Lesur en la que Annie canalizaba la ira contra sus padres, su traición de clase, su confusión, su sexualidad reprimida, pero sí me veía retratada en esas compañeras burguesas que la miraban por encima del hombro. ¿Era yo la mala? No me gustaba. Su mirada al mundo cambió la mía.

Ya ha pasado medio siglo desde que Ernaux nos mostró sus descarnados armarios, unos pocos años menos desde que yo los abrí para descubrir un universo muy diferente del que ya no me desprendí. Fue solo el principio.

«Los armarios vacíos». Galba (reeditado por Cabaret Voltaire), 169 pág., 36 euros. 

Annie Ernaux ofrece ya en esta novela de 1974 todo lo que será su obra: feminismo, ascenso social, vergüenza, aborto, sexo, familia. Medio siglo sin dar un paso atrás. 

«La mujer helada» c'est moi

• • • Por Ana Abelenda

Si fuimos capaces de ver la monstruosa verdad de las «mujeres frágiles y vaporosas, hadas de manos suaves» con las bocas plegadas y las casas limpias, sumisas y organizadas con arreglo a ese estatus que impone el pudor, si le dimos la vuelta al cromo para despegarnos del síndrome de madame Bovary y admirar en la literatura y en la vida a las mujeres-Hércules que trabajan de sol a sol fuera y dentro de casa, fue gracias a Annie Ernaux. Ella, de madre curranta y voraz lectora, y de padre acostumbrado a barrer y fregar, reventó y reinventó el canon. Nos escribió. Nos dijo: «Yo soy tú, este es mi valor, yo no te mentiré. No limpiaré el polvo de mi historia antes de que entres tú». En casa tuvo una mirilla de igualdad que le dejó ver más. Lo justo para abrir la puerta y romperse. Hizo de su vulnerabilidad fortaleza; de lo íntimo y cotidiano, espejo roto de las vergüenzas que sostienen las empoderadas anomalías de la realidad mundial. Del XX y del XXI. «Por el cerebro dejamos de ser una mujer para ellos», sentencia en La mujer helada. ¿Es pasado? Esta obra de Annie Ernaux del 81 interpela también a las que aún no han pasado por el aro del amor como harakiri. Por algo es.

Este fue mi primer libro de Annie. La mujer helada me saca del congelador en el 2015. Soy una croqueta con bechamel de hormigón. Estoy enfangada en «los años pipí» y asisto con el libro a mi autopsia en vida, al despiece a cuchillo del hecho de ser mujer, esposa, madre, pluriempleada... ¡y querer ser yo! Soy Annie 40 años después, una madre-niña de 40 con la piel y la libertad acartonadas que descuelga la melena rota en el lavacabezas de la peluquería. El cambio climático es el matrimonio. La edad de hielo avanza en el hogar. Annie lo saca todo del fondo de armario de mi cabeza: la educación en lo tibio, el matrimonio y sus cláusulas ocultas de sumisión, mi deseo, que boquea como un pez en la lavadora siempre en marcha. La voz de Ernaux es mi revolución industrial, mi resistencia al metaverso. La mujer que se deshiela soy yo.

«La mujer helada». Cabaret Voltaire, 240 páginas, 18,95 euros.

Imponente disección del hecho de ser mujer. La renuncia al propio ser de Annie, a su tiempo, a sus deseos, se consuma en el matrimonio y la maternidad.  Pero la mujer helada se aferrará al clavo ardiendo de su literatura. El cambio climático es el matrimonio. El deshielo, la voz de Annie Ernaux.

Vivir el placer como un dolor futuro

• • • Por María Viñas

Hay personas templadas, capaces de despejar del coco la bruma anestésica a la hora de tomar decisiones —irse a casa, pulsar una tecla, desviar un beso—.De bajar el volumen de la cabeza y enfriar cuando toca la temperatura del cuerpo, de aparcar instintos básicos y de decir «no». Y luego están los que únicamente contemplan moverse por impulsos, los de mecha corta, los de conmigo o contra mí, los de aquí y ahora. Gente de extremos y de nunca últimas —copas, veces—, siempre penúltimas. Que en el único molde en el que encajo es en este lo he sabido siempre; que no estaba sola lo descubrí cuando leí Pura pasión, de Annie Ernaux. Sé de medir el tiempo con el cuerpo, pero no sabía que lo sabía hasta que entré en este texto, que no sé bien si es novela corta, relato largo o pura transcripción de lo que tantas veces he tenido en mente, descarado egocentrismo el mío. Ahora sé que no soy la única, que hay tantísimas más que se han sentido así. No solo eso supone un alivio: que alguien lo cuente como lo hace Ernaux me desprendió al devorar estas páginas de una culpa que llevo arrastrando veinte años, inherente a la condición de mujer —quizá, concedo, de un tipo concreto de mujer—: la de ser capaz de todo, de deseos sublimes o letales, de falta de dignidad, de creencias y comportamientos que en algún momento he tildado de insensatos en los (las) demás. Y todo eso, y leer Pura pasión —sin que Annie Ernaux lo sospeche—, «me ha ligado más al mundo».

Llevo tiempo librando una agotadora batalla interna que lejos de acercarse a los penaltis se prorroga igualada, desgastándome. Me convenzo de que la felicidad es la tranquilidad, de que es mejor que me traspase a que me duela, de que nada compensa el abatimiento del día después, un peso que además —comprobado— se vuelve abrumador, casi intolerable, con los años. Pero entonces salgo del modo automático y giro el cuello hacia atrás, y qué recuerdo: la pasión. ¿Me creo de verdad que me hará feliz la calma?

«Pura pasión». Editorial Tusquets, 80 páginas, 17 euros

La historia de la pasión de una mujer culta, inteligente, económicamente independiente, divorciada y con hijos ya mayores, que pierde la cabeza por un diplomático de un país del Este. 

Hacer la compra nunca será lo mismo

• • • Por Mila Méndez

Es mi último libro de Annie Ernaux. Creo que él me escogió cuando lo vi en la sección de novedades de la biblioteca a la que suelo acudir dos veces por semana. Rodeado de tomos más voluminosos de escritores recientes de éxito, su título irresistible hizo que la mano dictara sentencia. ¿También utilizarán estos espacios públicos técnicas de márketing?

Los diarios de las visitas de la escritora que me había conquistado con libros tan duros y bellos como Una mujer o El acontecimiento al Alcampo del centro comercial Les Trois-Fontaines no parecían a priori la continuación más apasionante. Solo hizo falta leer la primera página.

Mira las luces, amor mío (Cabaret Voltaire) es un barrido fulminante a la sociedad francesa y al mundo que compartimos. Intimista al mismo tiempo que distante, cercana y divertida a la vez que analítica. Sus observaciones durante sus compras, «ver para escribir es ver de otra manera», son una lección continúa. Sonríes y quieres subrayar cada frase para no olvidar su reflexión reveladora. Te ves reflejada a ti y a tu mundo y piensas. Te detienes.

Historia sociocultural, geopolítica y económica confluyen en estos lugares de acceso libre. «Hay personas, poblaciones que no se cruzarán nunca (...) De hecho, en ningún otro sitio se mezclan tanto», apunta Ernaux.

La suya no es una visión ingenua. Las artes, crueles, de la economía neoliberal, el clasismo y la docilidad de los individuos están en los estantes, en la organización de las secciones. «El principio de la riqueza puede medirse por esto: servirse en una estantería de productos alimenticios sin mirar antes el precio». Y, aunque rápido olvidamos, cada semana entramos en la rueda. «La gente hace fotos por todas partes. En el interior de Alcampo, nunca he visto a nadie hacer una». El porqué lo cuenta Annie. «Proponer a un hombre o a una mujer ir juntos al supermercado no tiene nada que ver con invitarlo al cine o a algún bar. No cabe la fanfarronería seductora, no hay trampa posible».

«Mira las luces, amor mío». Cabaret Voltaire, 125 páginas, 15,95 euros

Durante el otoño del 2013 Annie Ernaux tomó notas de sus visitas al hipermercado Alcampo. Toda una revelación del mundo en el que vivimos.

Mi Annie favorita es la humana, la que tropieza

• • • Por Belén Araujo

El talento del insomne para revivir conversaciones y martirizarse por cada palabra —dicha y callada— es algo que a muchos nos viene de serie. Pero ahí va un truquito. A veces, cuando me siento idiota a las tres de madrugada pensando por qué pediría perdón si la culpa fue suya, me consuela saber que en este club de pensadores en vela Ernaux tiene un lugar especial.

Cincuenta años tardó la escritora en liberarse del peso de aquel verano del 58. Por no tenerlos a la espalda, no puedo imaginar tantos años de culpa por algo que ya no se puede borrar, pero entiendo el miedo a encarar una versión pasada de ti misma que duele o que avergüenza. Así que seguí leyendo y Annie Ernaux me cautivó.

Para intentar entender qué le pasaba por la cabeza a la Annie de 18 años, que de tan lejana en el tiempo y la forma de pensar ya resulta irreconocible, toma distancia. No habla de lo que viví yo, sino de lo que vivió ella, la otra Annie, la del pasado. Ajena.

¡Qué envidia! Disociarte de tus errores y tus traumas, como si no los hubieses vivido tú. Como si aquel primer encuentro sexual que relata en el libro Memoria de chica —de facto, una violación— no fuera su historia, sino la de otra. La de cualquiera. O igual la de todas las que en algún momento hemos callado ante el machismo estructural.

Ese es su mejor legado. Escribiendo su historia dibuja un espejo en el que se mira el mundo.

Tendemos —y como pecadora, tiro la primera piedra— a endiosar a Ernaux por su inteligencia, por su perspicacia, porque es valiente y comprometida. Pero mi Annie favorita es esta: la humana, la que tropieza, la incoherente.

Este relato crudo, honesto, casi una flagelación, es un constante «qué tonta fui» del que Annie se desprende en el folio en blanco. Solo cuando escribe es capaz de perdonarse y dejar ir. De olvidar que hubo un tiempo en el que no se le permitía tener voluntad.

Es su modo de salir del club de los pensadores en vela y resolver la noche insomne en literatura.

«Memoria de chica». Cabaret Voltaire, 198 páginas, 18,95 euros

Tirando del hilo de un trauma no resuelto, Ernaux reconstruye un verano adolescente lleno de malas decisiones y tintado con la misoginia que acallaba hasta lo más oscuro. Obsesivo, visceral y mordaz.