Hisham Matar: «La venganza no apaga el fuego, y la historia lo ilustra muy bien»

CULTURA

Hisham Matar (Nueva York, 1970).
Hisham Matar (Nueva York, 1970). Diana Matar

Premio Pulitzer, el escritor británico nacido en Nueva York de familia libia reflexiona sobre el arte con la sombra de su padre desaparecido muy presente

24 oct 2022 . Actualizado a las 08:19 h.

El escritor británico Hisham Matar (1970) nació en Nueva York de padres libios, creció en Trípoli y El Cairo y ha pasado la mayor parte de su vida adulta en Inglaterra. Ganador de premios relevantes, el más destacado el Pulitzer por su libro autobiográfico El regreso, en el que, tras tres décadas de exilio, cuenta su vuelta a Libia, donde su padre, opositor al régimen de Muamar Gadafi, fue secuestrado por la policía secreta y desapareció en la prisión de Abu Salim. Publica en España Un mes en Siena (Salamandra).

—¿De dónde proviene su atracción por Siena y la escuela de pintores de esa ciudad?

—Desde que tenía 18 años estoy interesado en esas pinturas, son obras silenciosas, experimentales, plantean qué puede hacer verdaderamente la pintura. He disfrutado observando el pensamiento que transmiten.

—¿El arte tiene para usted efectos curativos o paliativos?

—No me entusiasma ver el arte como una cura, porque es mucho más importante y complejo. Es un espacio concentrado de actividad intelectual y estética. Hablo de las grandes obras de arte claro. Cualquier intento de reducirlo o fijarlo siempre acaba fracasando. Ahora bien, es algo que nos enriquece en la vida diaria.

—¿Para qué le sirvió realmente esa estancia en Siena?

—El duelo, la pena, es algo que lleva mucho tiempo, toda una vida. En nuestra cultura no sabemos qué hacer con ello, nos incomoda. Necesitaba tiempo para ocuparme de una forma muy compleja de pérdida. Fue una fase en esa labor de toda una vida.

—¿Es posible superar algo como la desaparición de su padre?

—No me interesa tanto superarlo, sino la posibilidad de mantener una implicación y una relación con mi herencia. Me interesa lo contrario de lo que es la impotencia. Porque un acontecimiento de ese tipo te podría llevar a ser muy impotente, intelectual y emocionalmente. No quiero refocilarme en la pena, instalarme en ella, pero superarla me haría perder parte de la necesidad de reflexionar sobre ella.

—Pero en su obra su padre siempre está presente.

—Su presencia es permanente y constante. Cuando estuve haciendo campaña durante 25 años para descubrir qué le había pasado lo tenía presente en mis pensamientos, pero curiosamente estaba a la vez muy ausente, no podía conjurar su recuerdo y traerlo al presente, estaba demasiado ocupado luchando y tratando de encontrarlo. Me olvidé de mi padre y me centré solo en el preso político, en la víctima. Ahora siento mucha intimidad con él y su recuerdo. Tenía que dejar a mi padre atrás, todos tenemos que dejar a nuestros padres atrás.

—Se cumplen 11 años de la muerte de Gadafi, que evoca escenas de horror. ¿Cómo lo recuerda?

—Fue un momento muy complicado porque entre quienes lo capturaron había gente que quería sentarlo en el banquillo y juzgarlo, pero no pudieron controlar esa especie de locura, fue como si los 42 años que estuvo en el poder hubieran hecho explosión, una especie de erupción volcánica de los corazones de la gente. Se perdió una oportunidad, porque la venganza siempre tiene que ver con el pasado y no con el futuro. Gadafi quería humillar al adversario, no solo castigarlo, y en ese momento hubo ese deseo de humillarlo a él.

—¿Qué piensa de Gadafi, a fin de cuentas el verdugo de su padre?

—No es alguien en quien piense, no está presente en mi vida. Gadafi gobernó 42 años y en ese sentido el presente es hijo de ese pasado. Su legado es potente, es fácil matar a la persona pero matar a Gadafi en el sentido de la lógica del país es muy complicado.

—¿Alberga deseos de venganza contra los que hicieron desaparecer a su padre?

—Poco después de la revolución, hablé con un grupo de personas sobre qué había que hacer con la gente del antiguo régimen. Yo sugerí que para seguir hacia adelante había que incorporarlos y que deberíamos aprender de Sudáfrica. Alguien me preguntó, extrañado, si estaba dispuesto a perdonar a la persona que torturó a mi padre. Era una pregunta trampa, no creo que sea correcto hablar en términos personales. Le respondí que no lo sabía. E insistió: si me trajera aquí al hombre que torturó a mi padre, ¿qué le haría? De nuevo la pregunta no era la correcta. Le dije que no lo sabía, pero que sí sabía que lo que me gustaría ser capaz de hacer era darle un abrazo fraterno. Me dijo: ¿estás loco, se te ha ido la cabeza? Le respondí que eso era lo me gustaría ser capaz de hacer, pero para que para hacerlo esa persona tenía que comprender la magnitud de sus actos, y si yo sintiera que sus remordimientos eran sinceros nada me podría gustar más que abrazarlo. Si la pregunta es si la venganza apaga el fuego, la respuesta es no. Y la historia lo ilustra muy bien.

«No hay nada más generoso que una gran obra de arte, siempre abierta a interpretaciones»

Las constantes visitas a museos y bibliotecas desde que era joven han formado a Hisham Matar.

—Me han educado, mi vida sería completamente diferente si no hubiera tenido acceso gratuito a ellos. Estas visitas me han dado la oportunidad de exponerme a cosas que no estaba previsto que me iba a encontrar. Cuando iba a los museos lo último que quería ver eran los cuadros de la escuela de Siena, pintura medieval, religiosa, siempre iba a ver a Cézanne, Manet o Picasso. Pero como tienes que pasar por ciertas salas de repente algo te llama la atención y se te presenta una nueva manera de mirar. Ahora los algoritmos nos dicen lo que debemos leer o ver, nos llevan cada vez más profundamente hacia nuestras propias intenciones, por así decirlo. Una biblioteca o un museo son lugares que te permiten acceder a otras cosas. Tenía un profesor que decía que una vez a la semana debías entrar en una biblioteca con los ojos cerrados e ir pasando la punta de los dedos por los lomos de los libros, pararte y leer ese libro.

—Ahora todo el mundo lee los mismos libros, ve los mismos cuadros o las mismas series...

—No diría que exactamente lo mismo, pero cada vez es más complicado sacarnos de nuestros hábitos. La mayoría vemos o leemos lo que sabemos que nos gusta. Cuando descubres lo que te gusta quieres profundizar. Schopenhauer tiene una reflexión interesante: cuando era joven, decía, y alguien se presentaba en la puerta de mi casa sin haber avisado, me ponía supercontento por la sorpresa, y ahora, cuando sucede, me digo quién puñeta es, no quiero que me distraigan. Cuando yo era joven museos y bibliotecas significaban espacios de grandes descubrimientos.

—En el libro destaca su capacidad de interpretación de cuadros que podrían pasar inadvertidos y que hace de nuevo atractivos.

—Se convierten en espacios activos. No hay nada más generoso que una gran obra de arte siempre abierta a interpretaciones. Me emocionan las preguntas que te hace y no soy tan entusiasta con nuestras respuestas.

—He leído que usted pasa meses o incluso años mirando el mismo cuadro. ¿Por qué siente esa necesidad?

—En parte porque todavía no he aprendido cómo mirar un cuadro. Pero el motivo fundamental es porque me entretiene. Cuando vuelves a ver el mismo cuadro es como si añadieras una capa. Es como la intimidad con las gentes o con los lugares. Me encanta volver al mismo cuadro.

«No veo diferencia entre lo que hace Putin en Ucrania y lo que hizo EE.UU. en Irak; hay un doble rasero»

Hisham Matar califica de «caótica y lío tremendo» la situación política y social de Libia de hoy.

—El objetivo clave de la revolución era derrocar a Gadafi. Ahora se ve claro, había que derrocarlo, pero debía hacerse algo mucho más difícil, construir el Estado, porque el régimen de Gadafi se basaba en una estructura gubernamental rudimentaria. Todo estaba en manos de su familia y por tanto una vez eliminas a Gadafi te quedas con muy poco. Ahora hay nostalgia de Gadafi en parte de la población y se puede entender, porque nada es fiable.

—¿Cómo asiste al fracaso que supuso la Primavera Árabe?

—Antes de decir que fracasó hay que comprender que los desafíos eran tremendos y que el legado de la violencia colonial nos dejó dictaduras. Evidentemente tiene razón en que ha fracasado, pero hubo un atisbo de algo y ese fulgor ha afectado a la conciencia árabe en su conjunto. Hay mucho desprecio dirigido hacia nosotros mismos, hemos fracasado, no nos merecemos nada mejor, solo nos pueden gobernar dictadores. Y es comprensible también, pero la Primavera Árabe es una de las cosas más maravillosas que he visto en mi vida.

—¿Cómo valora la respuesta de Occidente ante la guerra de Ucrania, por ejemplo con la acogida masiva de refugiados, comparada con la dada a otros conflictos, como Irak, Siria o Yemen?

—La crisis de Ucrania muestra una especie de doble rasero. La respuesta a los inmigrantes y la reacción de indignación internacional son muy diferentes. Yo no veo ninguna diferencia entre lo que está haciendo Putin en Ucrania y lo que EE.UU. hizo en Irak. Mariúpol y Faluya me parecen muy similares, eso no quiere decir que no sea terrible lo que está haciendo Putin, pero me decepciona que este nivel de indignación no sea el mismo para todos.