Arturo Pérez-Reverte: «La gente no razona, solo siente, y eso es peligrosísimo»

CULTURA

El escritor y académico Arturo Pérez-Reverte, este martes en A Coruña, donde firmó unos 200 ejemplares de su novela-enigma «El problema final».
El escritor y académico Arturo Pérez-Reverte, este martes en A Coruña, donde firmó unos 200 ejemplares de su novela-enigma «El problema final». VÍTOR MEJUTO

Al mundo deslumbrante de la cabeza de Sherlock Holmes les lleva el escritor, que ha visitado A Coruña esta semana. El juego es serio. «Yo pienso todos los días en el lector, en cómo seducirle», revela. ¿Elemental?

23 sep 2023 . Actualizado a las 22:11 h.

Es fácil deducir que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es un hombre de códigos, fiel a sus libros, sus amigos, a la elegancia alegre y tranquila de un sombrero. El problema final, novela-problema de las de antes, un acertijo encerrado en el cuarto de una conversación inteligentemente trabada, es el punto de partida del lector que se lance a jugar sin miedo a que sus lagunas y recelos o las bromas del autor le arruinen el ego adulto. El novelista es un niño que juega, aunque golpee con verdades como puños. Esta semana, el escritor y académico ha visitado  A Coruña, donde firmó unos 200 ejemplares de El problema final. «No intento traerme al mundo de hoy una novela de antes -sitúa-. Lo que intento es resucitar para un público de ahora una novela de antes, pero con un tratamiento interior bastante moderno, para que el lector lo pueda asumir».

Un gesto de un cuidado especial es el que hace al quitarse el sombrero, pero vamos al caso, sin despreciar detalles, dejando algo al margen la actualidad. «El problema de la humanidad es que no se da cuenta de que lo nuevo es lo olvidado», comienza el autor más leído. «Olvidamos que siempre hubo terremotos, volcanes, tsunamis... Pero, de pronto, la realidad viene, golpea: 'Estoy aquí'. Y la gente dice: 'Ay, qué horror, qué espanto'. ¿Cómo qué espanto? Si hubieras leído y visto un poco, te habrías dado cuenta de que son cosas que llevan ocurriendo hace miles de años. Se repiten. Me sorprende que sorprendan. Quizá porque mi aprendizaje fue en lugares así, en terremotos, en guerras», recuerda.

—El ser humano se olvida...

—El ser humano se olvida y la vida, de vez en cuando, le recuerda, dolorosa y trágicamente, que el mundo es así. Cuando llevas tantos años como llevo yo hablando precisamente de eso ocurre que, cuando ves que se repiten los mismos esquemas, dices: «Bueno, vale, de acuerdo, ya está». Poco a poco te vas retrayendo. Ahí están mis novelas; el que quiera que las lea.

—Quizá una parte de su público sigue queriendo que, además de escribir ficción, se pronuncie sobre lo candente.

—Pues que se busquen otro. Evidentemente, de vez en cuando aflorará, nadie deja de ser lo que es. Pero es evidente que yo sé que no va a cambiar nada. Y eso no significa que te resignes, solo que aceptas las cosas. Soy menos agresivo, pero no es que me acomode en la vida. Mi hemeroteca está ahí, 35 años de artículos, contando guerras y diciendo cosas que después han ocurrido, pero no porque fuera muy listo, sino porque eran evidentes.

—Para usted.

—Para cualquiera que haya visto un poco o haya leído. ¿Que preferimos vivir en nuestra burbuja de confort?, pues adelante.

—Sorprende que le llamen «feminazi».

—Una de Vox me llamó feminista de ultraizquierda. Pero hablemos de la novela...

—Novela-problema o misterio de cuarto cerrado para romper la monotonía de la novela negra en el mar de novedades.

—Sí, pero esto no es un alegato contra la novela de ahora. Es tanta la moda de la novela negra o de asesinatos en serie y de cosas truculentas que pensé: «¿Funcionaría ahora, para este lector, una novela como las de antes, canónica, con los elementos clásicos de la novela-problema, donde no hay puñetazos ni carnicerías ni huesos de CSI, sino diálogos inteligentes? ». El desafío era ese. No sabía si iba a funcionar. De hecho, mandé la novela a la editorial sin el último capítulo...

­—Es difícil resolver el caso...

—Mi trabajo me costó. Mi primer problema narrativo es que el lector de la novela-problema de hace un siglo era más ingenuo. He tenido que trabajar contra lo que el lector sabe ahora que antes no sabía. «Sé que sabes, así que voy a hacer trampas» era el planteamiento. Y el rizo principal: «Y voy a hacer que disfrutes». El lector se da cuenta: «Ah, Reverte me quiere liar». Esa especie de juego de ajedrez, de pulso, de cómplice enemistad, es el principal ingrediente de la novela.

—¿Por qué viajar a los años 60, a una isla con vistas a Corfú?

—Porque ahí se acaba un mundo. Mary Quant, la minifalda, los Beatles, James Bond, los misiles, la guerra ya es otra cosa. Kennedy, bahía Cochinos... Ahí termina un mundo, de gente que se hablaba de usted, señoras que vestían como Dios manda... En el 70 ya no sería creíble este tipo de novela y este tipo de personaje.

—Hoy que supura la vida en la literatura, ¿usted lleva la literatura a la vida?

—Yo intento que mi vida se diluya en mi literatura. Solo hay dos novelas en que estoy en primer plano, Territorio comanche y El pintor de batallas. Intento camuflar mi biografía en tramas imaginarias.

—Pero todo en literatura es ficción, ¿no? También lo autobiográfico...

—Claro. También en la biografía y la autobiografía se miente; de hecho, es el género más embustero que hay.

—¿Cómo cocinó «El problema final»?

—Fui a los que sabían. Les dije: «Maestros, venid, voy a saquearos sin escrúpulos». Empecé a tomar los elementos canónicos que conforman esas novelas. E hice como el barman, «tacatacatá» en el cóctel.

­—El final sorprende, invita a pensar en el revés de la trama. ¿Qué libro de Graham Greene lleva el narrador, ese actor brillante en su interpretación de Holmes?

—La novela es algo que el lector debe completar. Yo no puedo ir más allá...

­—Pero sabe que el lector de detalles juega también a eso.

—Claro. Y cada novela mía es un desafío distinto; me obliga a leer, a viajar, a hacer cosas que no había hecho. Yo podría estar haciendo la misma novela continuamente, como hacen dignamente John Le Carré, Ken Follet a menudo, Agatha Christie o Patrick O'Brian. Yo podría estar haciendo Alatristes, pero me gusta esto, pasar año y medio tramando una novela nueva. Es un acto de felicidad; leer, releer cosas con la mirada de mis 70 años, probar cócteles, comida, lugares... Amueblarme un mundo. Nada va en crudo a mis novelas. Lo que se dice en ellas no lo dice Pérez-Reverte, lo dice un personaje. Lo que sí tiene Reverte es esa forma de mirar de mis novelas, pero no puedes buscarme, ni a mí ni a ningún autor, en un personaje de la novela, porque es mentira. Una novela es un artefacto de ficción. Y vivir en ese mundo de trampas, de zonas grises, es muy divertido. Envejecería peor si no escribiese una novela, esto me mantiene lúcido. Es como ir en bicicleta; si dejas de pedalear, te caes. Tengo que seguir pedaleando.

—¿Hacia el lector, con el lector? Da la impresión de que siempre lo tiene muy en cuenta.

—Cuando un lector me dice: «Es usted muy libre», le digo: «No se equivoque, usted me hace libre». Un lector es un amigo, es alguien que te garantiza una forma de vida. Otros no, yo pienso en el lector todos los días. ¿Cómo hago para seducirle? Y me pongo a planear estrategias. Como en una emboscada en la guerra. Y ese tipo de táctica o estrategia para seducir al lector, o a la lectora, es un trabajo que abordo con profesionalidad. Son 30 novelas. Y yo he leído toda mi vida. Tengo una biblioteca en la que digo: «A ver, quién me ayuda, ¿Conrad, Balzac, Stendhal...?».

—Y tiene una memoria de cine apabullante, ¿con un guiño generacional claro?

—Lo hay. Aquí hay dos niveles, el nivel de novela policial, de enigma, y el del lector con enciclopedia audiovisual y lectora. Con ese lector estamos guiñándonos el ojo todo el rato, en un pulso de competición cómplice. Lo ciegas cuando oye y lo ensordeces cuando mira. Ese lector disfruta más, porque es consciente del juego. Para esta novela lo leí y releí todo. Agatha Christie, Conan Doyle, Gaston Leroux, Ellery Queen, Patricia Highsmith, Simenon, Hammett, Chandler... Hasta para no caer en cosas. Yo no quería una novela sucia, quería una novela limpia. Y tomé dos elementos fundamentales: el ambiente es Agatha Christie, pero los personajes y el desarrollo son Sherlock Holmes. Introduje a Holmes, con una cuña, dentro de Agatha Christie. Y luego metí yo mi iniciativa, mis caprichos, guiños, bromas. Hay incluso bromas personales que solo conozco yo...

—¿Se impone el «Homo ludens» cuando escribe? Ese que nos lía en la novela.

—Siempre. Yo era un niño muy imaginativo. Leía un libro o veía una película y me ponía a jugar a eso. He sido pirata, arponero, astronauta, cowboy, indio, contrabandista... Fui de todo de pequeño. La afición por el juego me duró toda la vida. Escribir es jugar, me disfrazo. Soy Homo ludens fundamentalmente. En todo. Yo sigo jugando. Hay muchas cosas que la vida me ha quitado, pero no ese impulso lúdico. Busco al lector que dice: «Vamos a jugar juntos, suspendamos la incredulidad». Esta novela es un Cluedo.

—«Nadie juega más en serio que un niño», observa.

—¿Tienes hijos?... Entonces lo sabes mejor o tan bien como yo. Tú a un crío le violentas el juego al que está jugando y se violenta, se enfada, llora. La seriedad y la honradez intelectual de un niño no la tiene ningún adulto.

—Hay lectores que le pillan cada referencia y cada guiño, y otros que aprenden. ¿Qué opinión le merecemos los que a Holmes le ponemos la cara de Benedict Cumberbatch?

—Me gustó mucho la serie, y ahí se lo come Watson a Holmes... Y también me gustó la serie de Jeremy Brett. Pero el actor que para mí es Holmes es Basil Rathbone.

—Disfraza a Holmes y disfraza a Watson. ¿Por qué eligió a un escritor de novela barata de quiosco, Paco Foxá? ¿Y qué tienen en común el escritor y el detective?

—Yo tenía que ajustarme a un canon de hace un siglo. Una de las formas de resolver problemas es el diálogo, el diálogo entre dos personas cómplices. Holmes y Watson, don Quijote y Sancho... Un diálogo con tensión dialéctica. Necesitaba a alguien que le diera la réplica a Holmes. Decidí que un escritor de novela policial español de quiosco de la época era interesante. Algunas de esas novelas eran muy buenas. Algunos de esos autores españoles firmaban con nombres extranjeros. Hay novelas brillantes y que, sobre todo, tienen muchos lectores; novela popular. Pensé que era un buen momento para recordar ese tipo de novela y que un autor de ese tipo de novela le diese la réplica, como Watson, a Holmes. Elegí cuidadosamente a Foxá. Es deliberado que Paco Foxá fuese un escritor de la época de novela barata, para tener esa tensión narrativa, dialéctica.

—¿No hay «alta literatura»; no proceden, en realidad, esos tópicos distingos de calidad?

—Siempre digo que tan alta literatura es Diez negritos como La montaña mágica. Yo tengo una ventaja, y es importante para mí: crecí en una casa con dos bibliotecas, con tres... Aparte de la de mis padres, la de mi abuelo paterno (de clásicos) y la de mi abuela materna (una mujer empoderada, como se dice ahora, muy moderna, elegante, que leía novela policial y bestseller de la época). Yo leía las dos al mismo tiempo.

El novelista, este martes en el Hotel Meliá María Pita de A Coruña.
El novelista, este martes en el Hotel Meliá María Pita de A Coruña. VÍTOR MEJUTO

Un hombre, una revolución, un tesoro. Así se armaba de partida la novela «Revolución». En «El problema final», podríamos resumir el mapa inicial en «un hombre, un crimen (al menos) y un enigma».

—Sí, enigma o problema. Si algo he procurado al escribir esta novela es que nadie diga que es una novela negra. He prohibido a mis editores que usen «novela negra», porque no lo es.

—Cuando muchos confundimos negra y policial...

—Si algún valor tiene esta novela es que deja muy claro que son dos cosas distintas. Y ojo, la novela negra a mí me gusta mucho: Patricia Highsmith, Chandler, Hammett.. Pero yo esta vez no quería puñetazos ni sangre a chorro, ni satélites, ni persecuciones, ni hackers. Quería gente educada, que se habla de usted, conversando. Y esa fuera una conversación lo bastante inteligente para que el lector se sienta implicado en ella. De eso se trataba. De resolver un problema de manera matemática, y ahí entra Sherlock Holmes, más que Agatha Christie. 

—Deja fuera emociones y sentimientos, para que brille la inteligencia, la razón. Es una de las reglas de la novela, del juego intelectual.

—Eso no lo inventé yo. ¡Era así! Si metes elementos psicológicos [en este tipo de novela-problema], no funciona el mecanismo. Hasta hubo autores que hicieron su canon de diez o veinte reglas sobre cómo se hace una novela policial. Yo he sido orgullosamente canónico, escrupulosamente fiel a las reglas de la novela-problema.

—Como dijo Pardo Bazán, es mejor entender que apasionarse. Su novela nos invita a razonar, procura «el escalofrío intelectual». ¿Hemos dejado de lado la razón?

—Hemos sustituido la razón por sentimientos y emociones, y mira lo que está ocurriendo. La gente no razona, solo siente. «Es que siento...», dicen. «Sí, pero razónamelo, debátemelo». ¿Por qué Hitler llegó al poder? Ya no hay análisis, y eso es muy peligroso. La razón es difícil de manipular, lo fácil de manipular son los sentimientos. Sustituir razón por sentimientos es peligrosísimo, lo peor que le ha pasado a la humanidad en tres mil años de memoria. Siempre hubo razón y emociones, y sabían distinguirse. Confundirlas nos hace manipulables, primitivos.

—¿No vivimos en el mejor de los mundos?

—Socialmente, sin duda, pero en cuanto a intelecto no. No quiero meterme en esto, pero vivimos un falso período de felicidad. Creo que vivimos un engañoso período de felicidad. Cuando la razón desaparece del ser humano, el ser humano puede sentirse más feliz porque está sintiendo emociones, pero eso no garantiza una estabilidad ni una felicidad. 

—Al revés...

—Porque al final llega siempre el volcán, el tsunami o el que manipula.

—¿Esta novela persigue la resolución de un misterio, invita a participar de él, pero es, sobre todo, una conversación?

—Es una conversación. Está deliberadamente planteada como una conversación. Hay muchísimos diálogos, necesitaba que fuera así.  Esta es la novela más dialogada que he escrito, creo recordar. Cada novela te exige una manera de abordarla, una técnica determinada. Yo no escribí igual El italiano que escribí Una revoluciónEl tango de la Guardia Vieja. Cada novela te exige unas dimensiones, un tratamiento, un ritmo. Esta novela, por razones canónicas, exigía este formato.

—¿Cómo es Holmes, es un sociópata?

—Misántropo y sociópata.

—¿Y es «el hombre que nunca se enamoró»?

—Creo que eso es relativo, que sí se enamoró. Se enamoró como se puede enamorar un hombre como él...

—¿Cómo conoció usted a Holmes?

—En la biblioteca de mi abuela, contando 8 años. Quedé fascinado con El perro de Baskerville. A la guerra del Líbano me llevé los libros de Holmes. Leer era una forma de escaparte. Llegabas al hotel, dejando huellas, el dibujo de la sangre en el suelo... Si seguías con eso en la cabeza, al día siguiente te volvías loco. Entonces, te ponías en un rincón con una linterna, y leías a Plutarco, a Virgilio o a Sherlock Holmes. Era como tomar una aspirina. Te ayudaba a soportar el dolor.

—Como la solución de cocaína que se inyectaba Sherlock Holmes...

—Claro. Todos tenemos nuestra cocaína, al 7 %.

—¿Los libros fueron armas ante la guerra? Creo que lo expresó alguna vez de esa manera.

—Claro. No es lo mismo ir al terremoto de Marrakech o a la inundación de Libia habiendo leído o no habiendo leído. Si has leído, sabes que ha habido Troya, Vesubio, Pompeya..., que esas son las reglas. Si ignoras, todo te indigna: «¿Quién tiene la culpa? ¡El PSOE, el PP, Vox tal..!». Tú sabes que eso forma parte del mundo. Yo cada vez que veía una barbaridad, ya la había leído antes. A veces rebasaba lo que había leído, a veces iba más allá, pero la base para interpretar la tenía, por eso soy un tipo que no está desequilibrado. Yo tengo amigos a los que se les fue la olla completamente. Los libros fueron mi asidero a lo racional. Y todavía ahora, en este momento, a los 71 años, cuando miro el mundo y veo las cosas que no me gustan, los libros me ayudan a soportarlo. Sería insoportable si no yo hubiera leído, a Séneca, a Agatha Christie... Sin ellos, soportar a ciertos vecinos, ciertos paisanos, ciertos compatriotas, sería imposible. Si has leído a Galdós, a Valle-Inclán, a Cervantes, dices: «Claro, esto es España», todo se entiende.

—Todo se resume en memoria, también en la de la tradición oral de las familias...

—Sí, por supuesto, pero los libros son los que mejor la fijan.

—¿Porque ofrecen un punto de vista más equidistante?

—No, también un libro implicado te puede enseñar. El buen lector sabe que debe leerlo todo, no solo a este «porque es derechas» o «porque es de izquierdas». Yo he leído el Mein Kampf y he leído El capital, y El diario de una bandera de Franco, claro que sí. Y las memorias de Azaña... El lector sectario no, pero el lector de verdad lo lee todo y de todo saca su conclusión.