Mónica Rodríguez, escritora: «En los libros hay que hablar de todo, y a los niños no se les puede engañar; se dan cuenta enseguida cuando mientes»

CULTURA

Mónica Rodríguyez, escritora asturiana y Premio Barco de Vapor
Mónica Rodríguyez, escritora asturiana y Premio Barco de Vapor

La autora ovetense se alzó con el premio El Barco de Vapor de este año con el libro «Más valiente que Napoleón», que gira en torno a la historia de la funambulista María Spelterini, que cruzó sobre el alambre las cataratas del Niágara

17 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) ha ganado el premio El Barco de Vapor de este año con el libro «Más valiente que Napoleón», una historia que gira en torno a un acontecimiento que sucedió a finales del siglo XIX, la historia de la funambulista María Spelterini, que cruzó sobre el alambre las cataratas del Niágara. Sin embargo, su relato está más centrado en otros personajes del mundo del circo, algunos muy pintorescos, que no protagonizaron grandes hazañas sino, simplemente, aprendieron a encauzar su vida y a apoyarse unos en otros.

El premio es el fruto de muchos intentos (se presento 13 veces antes de ganar) y pone la guinda a una trayectoria plagada de reconocimientos. Ha ganado, entre otros muchos galardones de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), el Cervantes Chico, Fundación Cuatrogatos, Edebé, Anaya, Ciudad de Málaga o Gran Angular. Licenciada en Física Nuclear, en 2009 pidió una excedencia en el centro de investigación en el que trabajaba para dedicarse a la literatura. Desde entonces, los libros son el centro de su vida.

—Dice que lloró cuando la llamaron para decirle había ganado El Barco de Vapor.

—Sí. Llevo muchos años presentándome al Barco de Vapor. Fui finalista muchas veces pero nunca lo había ganado hasta este año, y cuando me llamaron fue como un premio a no rendirse, al entusiasmo.

—Y quizá un alivio.

—Si, alivio también. Por fin, reto conseguido.

—El libro habla de la historia de la funambulista María Spelterini pero ese no es el centro de la narración. ¿Por qué decide no centrarse en el éxito sino en los personajes que, en cierto modo, no alcanzan sus metas?

—Cuando conocí la historia de María Spelterini me fascinó, pero en realidad es verdad que es una excusa para hablar de lo que merece la pena en la vida, del sacrificio, del miedo y todas esas cosas. Porque es verdad que nuestra sociedad nos exige éxito y aunque a veces merece la pena el esfuerzo para conseguir grandes hazañas como la de Spelterini, no necesariamente es así. Muchas veces, la persona más valiente no es la que no tiene miedo sino la que sabe encajar el miedo en su vida. La persona más valiente no es la que hace las grandes hazañas sino la que renuncia a esas grandes hazañas por cosas que pueden ser más importantes, como es el caso del protagonista del libro, que renuncia a esa gran hazaña por cuidar de su sobrina.

—Esta idea parece ir a contracorriente. Viene a decir que no pasa nada por acobardarse un poco. ¿Queremos ser tan perfectos en todo que igual se nos va la mano?

—Sí. Yo estoy un poco en contra de esa frase «si quieres, puedes». Creo que muchas veces va en contra de nosotros mismos y de las cosas importantes, de nuestros límites, que también hay que reconocerlos. Creo que es una frase que puede cegar la realidad, puede hacer que no la veamos. Recientemente, estuve haciendo un taller de escritura con niñas en un campo de refugiados sirio en Jordania. La idea era escribir un cuento con ellas. Trabajamos a partir de una idea, la de una niña que quiere jugar al fútbol y solo quiere ganar, y en el primer grupo no conseguí sacarlas de «la niña quiere jugar al fútbol y si quiere, puede». Me pareció terrible, porque son niñas que están en una doble cárcel: por una parte, en un campo de refugiados y, por otra, como mujeres en un entorno musulmán muy conservador, en el que desde los 14 años no pueden ni montar en bicicleta. Fue dificilísimo sacarlas de ahí. ¿Cómo que si quiere, puede? Igual no puede. Vamos a ver qué pasa. Y a partir de la realidad, valoramos posibilidades. Incluso podemos ir más allá, pero sabiendo cuál es nuestra realidad. Eso es un poco lo que está en el libro.

—En el libro aparecen muchos personajes extravagantes. Parece que siempre le han gustado los personajes con ese punto extraño, y en esta ocasión lo ha llevado a la máxima expresión.

—Sí. Me encantan los personajes estrambóticos, diferentes. En este caso, yo había empezado escribiendo la historia de un tipo que había sido funambulista y que hacía muchos años que nadie sabía que lo era, pero yo no sabía cuál era en realidad su historia. Y cuando descubrí la de María Spelterini me dije que tendría algo que ver con ella. Entonces, me puse a leer la historia del circo del siglo XIX y me encontré con los «freaks». Empecé a leer, precisamente, el libro «Freaks», que cuenta historias reales de muchas de esas personas con anomalías genéticas que eran exhibidas en los circos, y me pareció fascinante no solo la tragedia sino también lo luminoso del circo y de la familia. Cómo esas personas, con todo lo terrible que es ser exhibidos —al menos lo terrible que nos parece a nosotros desde nuestro siglo— tenían también la posibilidad gracias al circo de ganarse la vida, y muchos de ganar mucho dinero, y también de formar una verdadera familia donde, como la rareza era lo habitual, no se sentían excluidos. Eso me llamó mucho la atención, me pareció que tenía esas dos caras, y entonces empecé a descubrir la historia de este personaje que se me había quedado ahí, apareció la sobrina a la que no dejaba hacer nada y llegaron estos tres personajes que están inspirados en personajes reales: el gigante, el cabeza pequeña y el hombre tatuado.

—Dicen que el circo era un espacio muy adelantado a su tiempo. Muy igualitario.

—Efectivamente, era un mundo apartado de la sociedad y no tenía las mismas normas. Como la diferencia era lo esencial, había realmente bastante igualdad. Las mujeres y los hombres hacían el mismo trabajo. A ningún hombre se le caían los anillos por coserse las mallas y a ninguna mujer, por tener que montar el circo.

—Al tratar de «vender» la Literatura Infantil y Juvenil nos referimos demasiadas veces a los valores como su gran fortaleza. ¿Nos estamos olvidando el principio del placer?

—Por supuesto. Todos los que nos tomamos la Literatura Infantil y Juvenil en serio lo tenemos muy claro. Ante todo, lo que tenemos que hacer es literatura. Por tanto, el principio de cualquier libro lo que tiene que producir es un placer, pero ir mucho más allá también. Tiene que emocionar, tener la palabra cuidada, lo que pide la buena literatura. Obviamente, ahí no se incluye la moralina. Evidentemente, cada escritor escribimos desde nuestra moral, muchas veces para cuestionárnosla incluso, pero eso no significa que escribamos para enseñar algo. Además, los niños enseguida se dan cuenta de cuándo algo está escrito desde arriba y les dices lo que tienen que hacer y cuándo les abres la puerta y les dejas que elijan su propio camino, su propia forma de pensar. Un libro tiene que llevar a más preguntas, no tiene que dar respuestas.

—Pues parece que se nos olvida, porque así es como se suele promocionar la lectura, desde esa dimensión moral.

—El problema es cuando se instrumentaliza, se coge un libro y se dice: «este hay que leerlo porque nos enseña tal o cual cosa». En infantil y juvenil es normal que suceda más, porque los jóvenes son personas que están en formación, que están madurando. Entonces, como adultos muchas veces tenemos la tentación de querer dirigirlos y educarlos en todos los aspectos de la vida, y como los libros, la literatura, tienen ese poder de transformación tan fuerte, se utilizan. No solo con los niños, pero con ellos ocurre más a menudo. Hay muchos libros políticamente correctos, muchos libros «para...». Para que el niño haga esto o lo otro. Cuando se escribe con esa intención se está perdiendo el principio de la literatura, que es escribir para saber, entender e indagar, no para enseñar.

Mónica Rodríguez con el Premio Barco de Vapor
Mónica Rodríguez con el Premio Barco de Vapor

—¿No cree que si promocionamos la lectura de ese modo competiremos incluso peor con los medios audiovisuales? Entre quien te dice que vas a aprender y quien te ofrece diversión sin límites, lo normal es que elijas la diversión.

—Totalmente. Yo creo que también es muy difícil competir en entretenimiento porque las redes sociales y los videojuegos son un entretenimiento más rápido, más fácil y más superficial, y la lectura requiere un espacio, un tiempo y una lentitud, y la recompensa no es inmediata sino que se va quedando poco a poco. Tenemos que enseñarlos a ser lectores y ofrecerles algo que es mucho más que entretenimiento, que es la emoción. Saber que a través de la lectura van a encontrar la emoción, van a hallar sus emociones, a mirar el mundo desde otros ojos que no son los suyos de una manera muy íntima. Van a conocer a personajes mucho más profundamente que a sus amigos. Eso es lo que hay que tratar de que entiendan que es la literatura. La empatía y la emoción que produce.

—¿Cómo llegó a la LIJ?

—En la adolescencia y juventud escribí poesía pero no soy buena poeta, aunque me sirvió para trabajar la palabra y amarla, y eso permanece. Cuando escribo busco esa parte lírica del lenguaje, eso que decía Lorca de juntar dos palabras que antes no estaban juntas, y la busca del misterio en la palabra. De pequeña leía Los Cinco y esos libros de entonces, pero la literatura infantil como tal la descubrí ya de mayor. Cuando dejé la poesía y empecé a escribir relatos, de pronto me encontré escribiéndolos desde la mirada de un niño. Me gusta mucho esa mirada asombrada y limpia de los niños, y me da mucha rabia perderla. Siempre me atrajo mucho cómo van entendiendo el mundo y entendiéndose a sí mismos, y siempre los he observado mucho. Entonces, al empezar a escribir desde ahí, empecé a leer también.

—Los principios nunca son fáciles.

—Yo tuve la suerte de que uno de mis amigos era sobrino de Gonzalo Moure, y cuando empecé a escribir me puso en contacto con él. Desde entonces, se lo debo todo. Él me ha enseñado todo en el mundo de la LIJ. Pero sobre todo lo que hacía era leer lo que yo estaba escribiendo, incluso mandarme cosas que estaba escribiendo él, que para mí era algo impresionante. Me enseñó esa mirada de escritor tan honesta que tiene, que busca escribir desde la verdad, para saber, no porque sepas, escribir con emoción, con respeto al lector, que aunque sea un niño es un lector inteligente y hay que darle espacio. Si tengo algo bueno en mi escritura se lo debo a Gonzalo.

—Ha hablado de la inteligencia de los niños. Parece difícil escribir con rigor y sencillez a un público inteligente, que además no admite falsas sofisticaciones.

—Es complicado porque se dan cuenta enseguida cuando mientes. Los niños son personas inteligentes y hay que tener en cuenta también su curiosidad. Creo que por eso hay que hablar de todo en los libros, y no se les puede engañar. En ese sentido, es complicado acercarse a ellos. Y hay que escribir con rigor, de tal manera que la sencillez no implique quitarle profundidad. De una manera clara que a la vez mantenga los múltiples sentidos, el misterio. Hablar desde ahí pero con emoción también. Eso es lo complicado.

—Usted no suele esquivar ningún tema. Habla de la muerte, del sufrimiento y de asuntos no tan populares en los medios audiovisuales, donde parece que están vetados. ¿Puede la literatura ser una buena forma de tocar esos temas y que no se sientan abrumados?

—La literatura es el mejor lugar donde encontrar esos temas. Antes que en la vida, porque nos puede dar herramientas, armas, puede ensayar nuestras emociones frente a esas situaciones. Yo creo que lo mejor es hablarles de todo en los libros, evidentemente con un lenguaje y una sensibilidad adecuada a las edades, por supuesto, pero tratar todos los temas sin falsear nunca la realidad. En el libro hablo precisamente de eso. El protagonista no puede cumplir su reto porque le da miedo, y lo acepta. Y la niña quiere ser equilibrista y  se da cuenta de que no es tan buena ni le gusta tanto. Ella tiene otras habilidades y ya está. Mucha gente se queda solo en la anécdota de Spelterini, y yo creo que lo interesante del libro es todo lo demás.

—¿Cree que la LIJ sigue estando en segundo plano en cuanto a prestigio?

—Sí. Sobre todo, la gente que se dedica a la literatura de adultos es la que mira un poco desde más arriba a la LIJ. Muchas veces, cuando hablo con escritores de adultos se sorprenden de que nuestro diálogo, nuestra conversación sea igual que la suya, que estamos buscando en la literatura lo mismo que ellos, aunque sea una literatura dirigida también a niños y jóvenes. Veo esa sorpresa cuando hablas de escribir con rigor, de indagar, de buscar en las palabras. Hay mucha gente que la desconoce y, precisamente por eso, está en el patio de atrás. En el caso de los escritores, me sorprende un poco, porque muchos de ellos tienen hijos.

—Las ventas, sin embargo, no son malas.

—Sí. El mercado es muy potente. Lo que pasa que en infantil no se conoce tanto a los escritores como los libros, y creo que eso es bueno. Lo importante no es el autor, yo diría que lo importante ni siquiera es el libro sino lo que sucede entre el lector y el libro. Eso, en cierta medida, es lo que tiene que ser, y además hace que no haya tantos egos ni tantas vanidades, lo cual está muy bien.

—¿Cree que la LIJ goza de buena salud en España?

—En España hay muy buenos escritores, muy buenos ilustradores y muy diferentes. Se puede encontrar  todo tipo de escritores e ilustradores. Se está haciendo una literatura de calidad. Además, también hay editoriales, grandes y pequeñas, que están haciendo cosas con mucha calidad. Entrar en una librería LIJ es un regocijo para todos los sentidos. Convive mucho lo que podríamos llamar una literatura más comercial, de sagas, libros de redes sociales de escritura, muy de moda, con otra literatura quizá más profunda. Pero está muy bien que conviva todo junto. Debe ser así, que es lo interesante y lo enriquecedor.

—Hay un debate entre quienes defienden que los niños deben leer calidad y quienes sostienen que hay que, simplemente, leer, y que la calidad ya llegará con el tiempo.

—Leer es un hábito. Un chaval me decía hace poco: «Es que yo quiero escribir y sé que tengo que leer pero no leo, ¿qué hago para leer?» Yo le dije, «Siéntate a leer 10 minutos al día y vete aumentándolo un poquito». Si ese hábito hay que cogerlo con libros que simplemente son de entretenimiento, está muy bien. Pero es interesante que esos libros te lleven a otros libros, y vayas dando un paso más como lector hasta encontrar las lecturas que a ti te alimentan.