Máximo Huerta: «Cada uno que gestione su cama, yo bastante tengo con gestionar la mía»

CULTURA

JAVIER OCANA

En su última novela nos lleva otra vez al París de los felices años 20. Pero entre fiestas y cicatrices, habla de su propio dolor cuidando a su madre y de cómo la escritura es su vía de escape. Eso sí, hay cabida para las pasiones: «Siempre hay que amar como la primera vez»

11 feb 2024 . Actualizado a las 10:17 h.

Mientras va por la AP-9, desde Vigo a Santiago —está en Galicia presentando su última novela París despertaba tarde— la intensa niebla de las primeras horas de la mañana centra el inicio de la conversación con Máximo Huerta (Utiel, 1973). «Me relaja mucho. A la vista y a todo. Me gusta». Así comienza esta charla en la que va soltando pinceladas sobre su vida personal, mientras dibuja el cuadro costumbrista del París de los felices años 20 de su nueva obra.

—Otra vez París y otra vez Alice [uno de los personajes de «Una tienda en París, del 2012], ¿por qué?

—Me apetecía volver a la época más deslumbrante, fascinante e insólita de la historia. Por divertida, por creativa... quería colarme en un tiempo que, a pesar del dolor, el resultado fue fiesta. Seguramente, yo esté viviendo ese tiempo también y, después del dolor, me apetezca ir a un lugar literario que rezume fiesta y ganas de vivir.

—¿Por qué lo dices?

—Estoy al cuidado de mi madre. Ante esa circunstancia diaria, poder escribir sobre algo que es la alegría de vivir, pues es como una vitamina. Te recarga. La literatura te puede cambiar de estado de ánimo. Ha sido mi viaje, mi vía de escape, mi divertimento, mi evasión... y el resultado creo que también lo es para los lectores. Es un libro disfrutón.

—«París despertaba tarde»... ¿tú también o eres más tempranero?

—Yo madrugo mucho. Ya desperté tarde en otro momento y en otras sábanas. Pero este París despierta tarde porque está de fiesta, está celebrando la vida. Yo soy más de madrugar.

—¿Son los felices años 20 los más inspiradores?

—Sí, en lo cinematográfico, en lo musical y en lo literario... son inspiradores en todas las vertientes del arte. Lo fueron para ellos y siguen siéndolo 100 años después. No ha vuelto a haber un momento cultural tan potente ni en Londres ni en Nueva York ni en Berlín, como el que sucedió en esos diez años únicos, intensos en París.

—¿Qué tiene que tener para ti una buena historia?

—Tiene que ser una ventana de entrada para que el lector enseguida se salga del lugar en el que está y entre en la novela. Un libro es una puerta. Y tiene que tener una buena historia de amor y una buena ambientación que atrape.

—También es una historia de mujeres.

—Reivindico a las mujeres de una época dura que fueron valientes, que se sacaron las castañas del fuego, que fueron ninguneadas, incluso abusadas. No fueron mujeres anónimas en cuadros, tenían nombres. Y, por eso, yo se los pongo. Más allá de la historia de amor, habla de amistad.

—Es precisamente su amiga quien le cambia el destino a Alice.

—Un buen amigo te puede salvar. Te salva un día normal, en un día apagado, te acompaña.

—Una infidelidad es el detonante de este cambio de rumbo, ¿crees que está sobrevalorada?

—No lo sé. Cada uno que gestione su cama, yo bastante tengo con gestionar la mía. No podría generalizar. Hay infidelidades más genitales y otras, más del corazón y de la mente.

—¿Qué tipo de infidelidad no perdonarías?

—Las del corazón son más difíciles de perdonar.

—El machismo también está latente.

—Sí, no tenía un nombre, pero los pintores y artistas de la época trataban a las mujeres liberadas socialmente, en cuestiones de moda, en el pelo... como prostitutas. Así trataban a las modelos. Y, además, es textual. En esos años 20 de glamur y fantasía, si rascas y entras en las biografías, la realidad es bastante turbia. Qué mujer iba a denunciar en esa época. No existía ni el lenguaje ni la palabra ni la posibilidad.

—También tratas la violencia machista, hasta el punto de que uno de los personajes muere de una paliza de su pareja, igual que ahora.

—Fíjate que es una de las escenas que más me costó escribir, de las más duras. Pero era necesaria para entender la dureza de unos años y el poco valor que tenía la mujer. Y lo que lograron las que conseguían sobreponerse a todo eso.

—Es una obra de grandes pasiones y grandes decepciones, de heridas del alma, ¿tú también eres de grandes pasiones?

—La verdad es que sí. Mirándome ahora, desde los 53, creo que sí. Uno siempre tiene que amar como si fuera la primera vez. Si no, no es amor.

—¿Cómo está tu perrita Doña Leo?

—Está vieja, simpática, juguetona y muy cuidada. Tiene 13 años y es una perra de librería, que ya podría ser otra novela.

—Da la impresión de que las mujeres de tu entorno han tenido una gran influencia en ti.

—Absolutamente. He tenido mujeres a mi alrededor, y sigo teniendo, que podrían protagonizar novelas. Desde mi prima Raquel a mi abuela Irene, mi madre, mis tías solteras y voluntariamente libres. De hecho, me queda una tía abuela que cumple 100 años y que debería haberle dedicado a ella la novela, porque nació justamente en 1924 y está viva. Ha sido una mujer soltera y la más alegre. Ha estado siempre muy a gusto.

—A veces, el compromiso te sepulta...

—Hay compromisos esclavos y otros que no, que son lazos.

—¿Echas de menos Madrid?

—No, no. Nada. ¡Qué va! Estoy muy bien en provincias, que decían antiguamente. Si quiero ir al teatro o al cine, voy a la ciudad, pero se está muy bien en mi pueblo [Buñol], que está pegado a Valencia. No echo de menos Madrid en absoluto. He estado allí 25 años, la mitad de mi vida.

—¿Cómo es tu vida ahora?

—Es igual de intensa, pero con otro tipo de intensidad. Por las mañanas me levanto y me voy con mis amigos a desayunar. Eso no podía hacerlo en Madrid. Emilio, Ángeles, Isa... cada uno con un negocio de pescadería, farmacia, bar... desayunamos juntos y empiezo el día con la perra. Luego ya arranco a escribir y, por la tarde, la librería.

—Imagino que la vida se ve distinta desde la ventana de una librería.

—Se ve mucho más tranquila y amable.

—Entiendo que no echas de menos el Ministerio de Cultura...

—Ni ellos a mí.

—¿Por qué lo dices?

—Porque es un episodio vivido.

—¿Te arrepientes de haber aceptado ser ministro?

—No, porque arrepentirse no vale de nada. Son capítulos pasados que ya están vividos. No hay arrepentimientos.

—¿Volverías a la política o es un capítulo cerrado?

—No, no. No es mi taza de té.

—¿Y a presentar informativos?

—Esa fue una etapa apasionante. No es en la que más me divertí, pero sí lo disfruté. Fueron casi nueve años y tengo muy buenos recuerdos porque viví grandes momentos de la historia. Desde bodas reales, atentados terribles como el 11S y el 11M... fueron momentos, periodísticamente, al rojo vivo.

—Al leer tu novela te imagino escribiéndola desde un café parisino...

—Lo he hecho y he ido a corregir allí la obra. Te podría decir hasta el lugar...

—Por favor.

—Fue en Le Mairie, que es un bar que hay en Saint Sulpice.

—¿Has tenido que documentarte mucho?

—Una barbaridad. Más que nunca. No sé si lo volvería a hacer. Lo que pasa es que ha sido muy placentero buscar datos, detalles, personas, lugares, bares, drogas, bebidas, moda... ha sido todo muy laborioso, pero muy enriquecedor.

—¿Sería París la ciudad que elegirías para vivir?

—Sí, pero Buñol-París me viene bien como puente aéreo.

—¿Te escapas de vez en cuando allí?

—Me siento muy bien cuando voy, es una ciudad de referencia, inspiradora, me recarga las pilas, me genera novelas...

—Creo que tienes grandes amistades en Galicia.

—Sí, grandes amistades y... grandes amores.

—¡Ah!, ¿sí?

—Hombre, ¡faltaría!

—¿Has amado mucho, Máximo?

—Ahí se queda ya, jajaja.

—¿Qué sensaciones tienes cuando llegas a Galicia?

—Pues que me quedaría más. Eso, de entrada. Mi abuela siempre quiso venir a Santiago. Es algo que repetía una y otra vez. Nunca vino, y yo vengo por ella.