El premio de Comunicación y Humanidades promueve la filosofía de la contemplación y la quietud en un mundo hiperactivo
23 oct 2025 . Actualizado a las 21:34 h.En su Corea natal y mientras estudiaba metalurgia en la Universidad, Byung-Chul Han no sabía casi nada de filosofía, y menos del idioma alemán. Pero estaba escrito que era su vocación, en contra de lo que se suponía que iba a ser: un ingeniero, un técnico, lo que parece estar —en principio, aunque todo tiene letra pequeña— en las antípodas de lo que actualmente es. O a lo que se dedica, más bien.
Le interesaba la literatura alemana, de modo que consiguió convencer a sus padres y se instaló con 22 años en la efervescente Alemania occidental pre-caída del muro, alrededor de 1979. A la guerra fría aún le quedaba una buena década, pero eso a Byung-Chul Han probablemente le traía sin cuidado.
Antes que nada, necesitaba aprender el idioma, y rápido. El alemán no es fácil, de modo que le resultaba frustrante para la literatura. Sin embargo, ha dicho alguna vez, para la filosofía sólo necesitaba «una página al día», y eso era más adecuado para su nivel de comprensión.
De modo que se decantó por esa disciplina. De la literatura alemana y la teología en Múnich pasó a especializarse en filosofía en Friburgo, donde en 1994 defendió su tesis doctoral centrada en Martin Heidegger.
Esa tesis fue el origen de la combinación de influencias que marcarían su obra: la filosofía continental, con fuerte presencia de la fenomenología, el pensamiento oriental, una mirada crítica del capitalismo contemporáneo, del neoliberalismo, de la tecnología digital, del individuo autoexigente y del modo en que la inmediatez, la transparencia y la hipercomunicación han transformado no solo la vida social, sino la experiencia subjetiva.
Trayectoria de Byung-Chul Han
Durante su trayectoria, Han ha sido profesor en diversas instituciones académicas: la Universidad de Basilea en Suiza entre 2000 y 2012, la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, y la Universidad de las Artes de Berlín, donde imparte estética, filosofía, teoría de los medios, religiosidad.
Su estilo combina ensayos breves, reflexiones filosóficas con un lenguaje accesible, metáforas contundentes, críticas culturales y una preocupación sostenida por la alienación que producen ciertas estructuras de poder económico, tecnológico y social.
Una anécdota reveladora de su coherencia filosófica tiene que ver con su rechazo a caer en dinámicas de turismo cultural o de consumo de experiencias vacías. Según ha señalado en entrevistas, Byung-Chul Han evita participar de lo que considera el «flujo mercantil» del turismo, los viajes como mercancías, experiencias vendidas, espectáculos consumidos.
En uno de los reportajes se relata que él prefiere no viajar si el viaje supone sólo una manifestación más del turismo consumista, un escaparate más que una vivencia reflexiva. Esa actitud no sólo se extiende al plano personal, sino que se refleja en su estilo de escritura y en su ritmo de producción: pocas frases al día, reflexividad, tiempos lentos, resistencia al exceso, al ruido.
Su importancia en el pensamiento actual radica en haber puesto en el centro del debate ciertas patologías contemporáneas que muchas personas viven como evidencia cotidiana sin necesariamente detenerse a teorizar: la autoexplotación, el agotamiento, el rendimiento constante, la presión sobre el individuo para concebirse a sí mismo como proyecto perpetuo, la obsesión por la transparencia, la pérdida de lo privado, la vigilancia extendida no necesariamente externa sino sobre uno mismo.
Además, Han rescata elementos orientales (la contemplación, la quietud, la inactividad) como contrapesos necesarios para una vida humana auténtica en tiempos cargados de prisa, hiperconectividad, producción incesante. Entre sus obras más conocidas están La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia, No-cosas, Infocracia, Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, entre otras, que han sido traducidas a múltiples idiomas y han generado un eco mucho más allá del ámbito académico, según dice la Fundación Princesa de Asturias en su fallo.
En 2025, Byung-Chul Han ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, un reconocimiento que el acta fundamenta en varios de los valores centrales de su pensamiento: la capacidad de comunicar con precisión y claridad ideas nuevas que aúnan tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente; el análisis lúcido de fenómenos como la digitalización, el aislamiento, la deshumanización; su mirada intercultural; y la fertilidad de sus reflexiones como herramienta para pensar críticamente la sociedad contemporánea.
También se valoró que, en un momento de ruido mediático y confusión social, su obra ofrece explicaciones, diagnósticos, símbolos de advertencia, pero también sugerencias de pausa, contemplación, reflexión, entendimiento del otro.
El jurado además destacó que sus libros, especialmente en los últimos años, han tratado de temas urgentes: Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia, Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, La crisis de la narración, El espíritu de la esperanza; y que su estilo, sobrio y al mismo tiempo seductor, une lo estético al pensamiento crítico.
No obstante, la obra de Han no está exenta de críticas, algunas muy severas. Una de las principales objeciones es que en su urgencia por señalar los males del presente —autoexplotación, rendimiento, positividad tóxica, transparencia absoluta— cae en una especie de pesimismo sistémico que deja poco espacio para el cambio concreto, lo político o estructural, salvo en gestos personales de resistencia o contemplación.
En otras palabras: se le reprocha que diagnostique muy bien los síntomas, pero aporte pocas recetas sobre cómo transformar colectivamente las condiciones que producen esos síntomas.
Su estilo, dicen algunos, aunque accesible, tiende también a la simplificación: algunos críticos sostienen que recicla conceptos ya elaborados por otros filósofos (Heidegger, Foucault, Nietzsche, etc.) o por corrientes sociales previas, y que su mérito está más en la capacidad de síntesis y metáfora que en aportar teorías radicalmente nuevas.
También se le acusa a veces de apropiarse de argumentos culturales orientales de modo selectivo, como idealizar la contemplación o la quietud, sin siempre confrontarlos con sus propias tensiones o contradicciones internas; o de no prestar suficiente atención al poder material: clases sociales, economía política concreta, desigualdades estructurales tienen presencia en sus páginas, pero algunos críticos desean más densidad empírica o política.
Un episodio que ilustra tanto su fama como algunas de las controversias es que, tras conocerse su obra La sociedad del cansancio, muchos lectores se identificaron profundamente: profesiones intelectuales o digitales que imponen horario propio, autoexplotación bajo la ilusión de la libertad, agotamiento, insomnio, ansiedad.
Pero también surgieron voces que lo acusaron de convertir algo muy común en literatura de la queja, de lo obvio en novedad, de lo estético en diagnóstico. En varios países hispanohablantes, asociaciones de filósofos o críticos han señalado que, aunque Han capta fenómenos reales y dolorosos, no siempre distingue entre lo que ya se había dicho en corrientes filosóficas críticas previas y lo que él aporta de realmente novedoso.
A pesar de esas críticas, la vigencia de Han parece difícil de negar: su obra se ha convertido en parte del discurso público sobre lo que significa vivir en la era digital, en sociedades saturadas de estímulos, donde la idea de libertad está en tensión con la exigencia de rendimiento, donde el sujeto se siente cada vez más aislado, abrumado, superficialmente conectado, fragmentado.
Y su llamada a la contemplación, al silencio, a la lentitud resuena, especialmente en contextos saturados de ruido mediático, competencia profesional, presiones sociales invisibles. Muchas personas encuentran en sus libros no solo diagnósticos, sino consuelo, legitimación de un malestar, y quizás también una invitación a repensar estilos de vida, relaciones, espacios interiores y exteriores, tiempos, cuidados.
Byung-Chul Han representa para muchas personas una brújula para orientarse en un mundo que se les presenta muchas veces ya sin brújula: propone la tregua, la pausa, la reflexión, la posibilidad de redescubrir lo bello, lo distinto, lo calmado.
El Premio Princesa de Asturias le reconoce no solo el diagnóstico sino también la capacidad de abrir espacios de sentido, de intersección entre Oriente y Occidente, de pensamiento crítico con alcance social. Al mismo tiempo, obliga a considerar las objeciones: la filosofía puede y debe ser más que un espejo de los males contemporáneos; puede ser también fuerza transformadora, política potente, material, radical. Han lo sabe, lo alude en ocasiones, pero para muchos críticos, todavía hace falta que sus voces críticas se traduzcan en estrategias más concretas, acciones colectivas, alternativas institucionales.
El momento actual —marcado por crisis climática, desigualdad, guerra, migraciones, tecnologías que transforman radicalmente nuestras relaciones y nuestros cuerpos— hace que el pensamiento de Byung-Chul Han no solo esté de moda, sino que, en muchos sentidos, sea necesario. Y aún con sus limitaciones, lo que aporta es indispensable: sin presunción de soluciones fáciles, pero con la insistencia en que lo humano, la contemplación, la lentitud, la interioridad, el silencio, la mirada hacia lo otro no son lujos sino urgencias.